Una de las mayores complejidades de escribir novelas es encontrar la primera frase. La que rompe la inercia, la que pone en marcha la maquinaria, la inaugural; el anzuelo que atrapará al lector. La pobre primera frase carga con demasiada responsabilidad. Nunca es fácil descubrirla.
Formar parte del universo de alguien que escribe tampoco lo es. Nunca se sabe en qué se podrá quedar transformado, metamorfoseado, disfrazado, etc. No se logra entrar así como así a mi universo, pero una vez dentro, ya no hay escapatoria (debo reconocer que he cometido en mis libros algunas venganzas poéticas tardías, después de décadas).
Esto viene a cuento porque esta vez, la primera frase no la imaginé ni la creé yo. Fue producto de un encuentro epifánico, y por ello, inesperado. Me llegó sin advertencia. Sólo tuve que dejarla resonar en mi, durante mis largas caminatas diarias. Tendrán que esperar que termine la novela para saber de qué se trata.
Así que vaya ahora un silogismo realmente inescrutable (práctica deliciosa en la que me inició la lectura de La Esposa joven, de Alessandro Baricco).
La frase no era mía,
Ahora es escrito,
¿Qué editor publicará la novela?
(La foto es una ilustración vana; escribo directamente en la computadora).
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