Quiero empezar este comentario de una manera inusual para mi blog; quiero empezarlo con una cita de Jacques Lacan, de Psicoanálisis. Radiofonía y Televisión, de Editorial Anagrama (1977).
"Usted por consiguiente como cualquier otro a quien tratar de usted, es a usted que respondo: espere lo que le gusta.
Sepa solamente que vi muchas veces la esperanza, lo que llaman las mañanas que cantan, conducir a gentes que yo estimaba tanto como lo estimo a usted, únicamente al suicidio".
Hoy por fin vi ZAMA de Lucrecia Martel.
Gracias a un tesoro de films de muchos países diversos que me compartiera Mónica Torres (y yo compartiera con ustedes en una entrada de este blog). Allí, en ese tesoro repleto de gemas la encontré y me decidí a verla.
Ya había leído hace algunos años la monumental novela homónima de Di Benedetto. Es posible que el film tuviera que esperar "el momento" para ser apreciado con justicia por mí. Porque ZAMA, es una novela de la espera; es una novela de la esperanza y sus crueles consecuencias. Quizás haya sido este el momento preciso para verla, con pandemia y confinamiento.
La novela narra la estancia de Diego de Zama, funcionario de la corona española, en Asunción del Paraguay a fines del siglo XVIII.
Enviado a una tierra tan lejana como desconocida y hostil, sus días se vuelven morosos hasta el límite de lo soportable, rodeados de una atmósfera de calor espeso y suelos traicioneros de lodo e insectos cuyas picaduras pueden resultar letales.
Don Diego transcurre su vida tediosa a la espera de que llegue de España la carta que dicte su traslado (en la película será Lerma su quimera). Una imagen inaugura la narración:
"Con su pequeña ola y sus remolinos sin salida, iba y venía, con precisión, un mono muerto, todavía completo y no descompuesto. El agua, ante el bosque, fue siempre una invitación al viaje, que él no hizo hasta no ser mono, sino cadáver de mono. El agua quería llevárselo y lo llevaba, pero se le enredó entre los palos del muelle decrépito y ahí estaba él, por irse y no, y ahí estábamos.
Ahí estábamos, por irnos y no".
Como en la novela, obra mayúscula de la narrativa existencial, en la que el atractivo no está tanto en la historia sino en el lenguaje en el que se la narra, y en los pocos matices que delinean personajes, en el film el atractivo también está en el lenguaje, pero no en el que hablan los personajes, mezclando lenguas, dialectos y deseos apremiantes suspendidos atemporalmente.
El atractivo del film, que ejerció sobre mí el poder de un hechizo (es posible que la cuarentena esté llevando mi sensibilidad a extremos desconocidos hasta hoy) está en cada imagen, en cada atuendo que visten los personajes, en las caracterizaciones de los mismos, en los ambientes creados, en la edición, y principalmente en el sonido.
La imagen es subyugante siempre: en la frondosidad de los verdes que flotan sobre ríos serenos de barro, en la hostil austeridad de los ambientes, muebles, paredes, "calles" de tierra; en los pocos animales que circulan, en los rostros y las pieles de los lugareños (la novela es de 1956, de modo que
los lugareños son "indios", sin eufemismos).
El vestuario da cuenta de una opulencia degradada, en deterioro, con pelucas que circulan entre seres desnudos pintados con barro, en taperas o construcciones decrépitas, en las que los hombres con algún cargo y las pocas mujeres no locales que aparecen, matan el aburrimiento y el aplastamiento del deseo tejiendo intrigas; llevando chismes de acá para allá, haciendo gala de una importancia irreal, inconducente en ese lugar que parece estar tan olvidado por el Rey como por Dios.
La edición, como los palos del muelle que retienen al mono muerto, nos va llevando, nos va trayendo en la trama que cada vez es más penosa, cada vez genera más desasosiego pero que sin embargo no permite que nos movamos de allí; que desviemos ni por un minuto nuestra atención de lo que ocurre en la acción.
Todo esto, sumado a interpretaciones maravillosas de los actores, ya bastaría para hacer de ZAMA una gran película, a la altura de la novela que la inspiró: un gran cuadro del abandono y de la muerte; una pintura que hace que lo inconcebible se arrope de belleza.
Sin embargo, toda esa belleza tiene una mancha; está rota, se deshilacha, y encontré que ese efecto descomunal Martel lo consigue con el sonido.
Los sonidos invasivos, discordantes, desprevenidos, impactantes no hacen cuadro, no forman parte de esa belleza visual que el film ofrece. Narran otra historia, hablan desde los ruidos, desde las llamadas de animales que nunca vemos, de sonidos guturales de seres que no aparecen en escena, de algo que las palabras no atrapan y que no sería posible tampoco plasmar en una imagen. Hablan de una historia irreductible, de aquello que la conquista no pudo eliminar ni silenciar del todo. Los sonidos del film nos invaden con el saber de la tierra y de los seres que la habitan desde una economía de goce que los foráneos no comparten ni entienden, pero que los va infiltrando, se les va haciendo carne, y los irá carcomiendo hasta apoderarse de ellos.
Dice la novela:
" Dijo que hay un pez, en ese mismo río, que las aguas no quieren y él, el pez, debe pasar la vida, toda la vida, como el mono, en vaivén dentro de ellas: aún de un modo más penoso, porque está vivo y tiene que luchar constantemente con el flujo líquido que quiere arrojarlo a tierra. Dijo Ventura Prieto que estos sufridos peces, tan apegados al elemento que los repele, quizás apegados a pesar de sí mismos, tienen que emplear casi íntegramente sus energías en la conquista de la permanencia y aunque siempre están en peligro de ser arrojados del seno del río, tanto que nunca se los encuentra en la parte central del cauce sino en los bordes, alcanzan larga vida, mayor que la normal entre otros peces. Sólo sucumben, dijo también, cuando su empeño les exige demasiado y no pueden procurarse el alimento".
ZAMA (tanto el film como la novela) narran la historia de un exiliado que no pertenece ya a ningún lado: ni a aquél lugar donde quedó su familia, ni al nuevo, donde se resiste a estar, como el pez del texto citado.
ZAMA narra la historia de un ser afectado hasta límites inhumanos por la esperanza; por la creencia que ninguna realidad logra menguar en él, de que sólo se trata de esperar hasta la nueva oportunidad; oportunidad que no llegará nunca, o que llegará de manera tan inesperada como trágica.
Les recomiendo absolutamente este film de Lucrecia Martel, y por supuesto, la novela de Di Benedetto.
Les copio abajo el enlace, para que después no me digan que no encuentran la película.
https://ok.ru/video/970618833523
Buenisimo Leo, tu resumen tanto de la Peli, que pronto veré otra vez, como del mamotreto de Di Benedetto... Vale!
ResponderEliminarHola Alejandro! Sí, tu palabra "mamotreto" me evoca que leer Zama es una experiencia de lectura difícil de transmitir. Creo que la película también plasma eso. Una propuesta de abrirse a otras dimensiones de lo humano que no son el pensamiento racional. El tiempo mismo se vuelve experiencia. Gracias por pasarte y comentar.
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