viernes, 24 de abril de 2020

LOS PECES NO CIERRAN LOS OJOS. DE ERRI DE LUCA. DE 2010. EL SECRETO QUE GUARDA EL PARAÍSO.

Los peces no cierran los ojos es una novela hermosa.
Leída en las semanas que estamos viviendo, es mucho más que eso. Es una invitación a no deponer los sueños, a seguir creyendo en la humanidad, a revalorizar el amor. Esta novela es un bálsamo.
Agradezco a mi amigo Marcelo por habérmela recomendado.

El argumento es simple: un niño y su madre de vacaciones en una isla. Se suma, por lógica, una playa, los pescadores, los bañistas y los encuentros fortuitos que se producen.
Para sintetizar aún más: una familia dividida por los estragos de la guerra y el exilio forzado del padre; una madre que asiste a la transformación de su hijo, que deja la niñez en ese verano, y el mar, partenaire ineludible. Y ella. Claro que hay una ella: resuelta, decidida, inteligente, amante de la justicia, aspirante al amor. Para un ser de poca edad y de cuerpo tan escueto, es posible que sean demasiadas las cualidades que De Luca encarnó en ella, pero no deja de ser verosímil y encantadora.
El niño, narrado desde la adultez del protagonista, vive de descubrimiento en descubrimiento: la virtud en la escasez, la estética de lo sorprendente, el goce de lo efímero. De un cuerpo infantil aún, vergonzante para los deseos que comienzan a despertarse en él, y de la pesca. Ese mundo de adultos en el que cada tanto encuentra un lugar para soñar que es grande y que entiende al mundo. 
En ese escenario pequeño pero infinito que delimita una playa, habrá otros, y el conflicto se verá venir. Ella será la que lo resuelva, con una astucia digna de la Porcia de Shakespeare en El mercader de Venecia. Entonces por fin, el encuentro, el único posible y por ello tan especial e inolvidable, tendrá lugar. Esa palabra que el niño no podía pronunciar, AMOR, se escribe por primera vez en su vida. En ese momento, culmine, participamos de la recreación del Paraíso: ellos, Adán y Eva; no morderán una manzana, pero sin embargo encontrarán la meta más alta alcanzada por los cuerpos. Allí donde "la vida añadida más tarde lejos de aquel lugar, no fue más que una divagación". 
Tocarán juntos, ese punto tan sublime como sutil en el que lo infinito se anuda a un confín cerrado. 
Narrada con precisión, sin rimbombancia, con delicadeza, lirismo y calidez, esta hermosa novela de iniciación es una pequeña joya sobre lo más humano que existe: nuestro cuerpo, el cuerpo de los otros, el mundo y lo que hace que nos enlacemos a los demás, en las coordenadas del mundo en el que nos toque habitar. Es un canto al coraje de amar. Es la propuesta, que suscribo desde lo más profundo de mi ser, de que el paraíso no fue un jardín sino una isla, una playa a orillas del mar. 
Ojalá Los peces no cierran los ojos sea no una elegía, sino una oda al beso.  

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