sábado, 26 de septiembre de 2020

THE SOCIAL DILEMMA O EL DILEMA DE LAS REDES SOCIALES. SERIE DE NETFLIX. 2020.






















 Creo que este documental puede ponerse en serie perfectamente con los dos que ya comentara con anterioridad: Human nature y Un natural selection. 


El título en castellano limita mucho el alcance del original: las redes encarnan hoy en día, en mayor o menor medida para cada uno de nosotros, un verdadero dilema: el que implica que podamos hacer uso de ellas, sin quedar fagocitados, reducidos al goce tonto que proponen. Me refiero a la utilidad de poder comunicarse al instante con personas en distintos lugares del mundo, el de haber estrechado lazos con otros durante la pandemia gracias a las plataformas como Zoom, o generar espacios de encuentros que introduzcan una discontinuidad en el aislamiento, en los estados de ánimo medrosos o paranoides, sin por eso dejar que nuestras vidas se reduzcan a los mensajes de whatsapp (suele ocurrir que personas compartiendo una cena, por ejemplo, no solo no dejen sus teléfonos por ese breve lapso de tiempo, sino que se manden mensajes, contenidos o comentarios con comensales sentados a un metro de distancia, usando el smartphone en lugar de hablarse), o que instalen la reticencia al encuentro personal, que involucra de manera directa los cuerpos. 
Hasta aquí no dice nada muy novedoso. Lo que sí creo que muestra de manera paradojal es la actitud de ciertos cerebros involucrados de manera directa en el desarrollo de estas tecnologías de redes (Twitter, Instagram, Facebook y otras tantas) en el llamativo rol de “arrepentidos”: “no me imaginé que crear el botón de “Me gusta” podía producir lo que produjo (se refiere al nivel de adicción que genera en los usuarios, a la inflación de un falso narcisismo y a sentimientos depresivos que incluso llegan en casos extremos al suicidio, cuando el tan ansiado Like no llega). 
El genial artista Banksy lo plasmó en la imagen de arriba, en el grito de dolor del niño que, inferimos, se siente no amado y rechazado por los demás. Estos desarrolladores de ingenierías y productos de redes se muestran ahora sorprendidos y preocupados por las consecuencias de sus ideas sobre las personas: quieren advertirnos, incluso lo hacen creando espacios “éticos” contra el uso indiscriminado de las redes y del uso de las toneladas de información que de ellas obtienen los algoritmos que digitan los contenidos que vemos, y de esa manera “nos conducen” por senderos delineados de antemano por cerebros artificiales para que consumamos mejor lo que sea: bienes comprables, horas de conectividad, imagenes determinadas, fake news, sexo, porno, búsquedas amorosas, o gatitos: leen a través de nuestras búsquedas nuestros estados de ánimo y de ese modo configuran lo que necesitamos, queremos, deseamos o soñamos con tener o conseguir. Sí, tan palpable en el día a día como aterrador. Por ejemplo, se relata cómo las redes logran distanciar a las personas del gran país del norte para que lejos de producir acercamiento entre los demócratas y los repúblicanos, en pos de una convivencia más amable y compasiva, lo que se acreciente sea la división, la segregación y el odio (me suena tristemente cercano y conocido). 
El arrepentimiento llega a tal extremo que la mayoría de estos genios no permiten que sus hijos usen las redes sociales. Vaya paradoja, si es que eso sucede realmente (me resulta muy fantasioso pensar que haya chicos que estén completamente fuera del uso de las redes sin que su sociabilización corra serios riesgos, generando la exclusión en los grupos de pares). 
Una madre, decidida a tener una cena tradicional en familia, hace que todos guarden sus celulares en una caja transparente que se cierra con un timer y solo se puede abrir al cabo del plazo convenido. Uno de los hijos se levanta violentamente de su lugar, rompe la caja, se lleva su teléfono y sube corriendo a encerrarse en su habitación, dejando la cena sin tocar en la mesa. Azoro total de esa madre. Otro hijo va a levantar del suelo su celular que en el golpe de la caja, cayó. Su pantalla se ha quebrado. Desolación para ese muchacho. Y ahora? La madre propone: “si pasas una semana sin usar el celular, te compro una pantalla nueva”. El chico acepta. Perdón!?!?!? Es como decirle “si te desintoxicás, cuando te repongas yo te daré una nueva dosis”. Extraña manera de intentar poner un límite a un goce tonto sin pérdida aparente. 
De este modo, se nos advierte que nos cuidemos, que nos protejamos de las redes, del uso de internet y de las pantallas, porque pueden dañar nuestra subjetividad y nuestra libertad de decisión. 
Bien, para sacar tus propias conclusiones tendrás que pasar alrededor de dos horas mirando Netflix en tus dispositivos favoritos, para luego conectarte por las webs respectivas con las fundaciones u ONGs éticas que nos quieren preservar del mal. 
Alguien, en un foro de discusión plantea si no habría pasado lo mismo con el surgimiento de la televisión. Recuerdo que en mi casa se la llamaba la caja boba o el chupete electrónico. Creo que es la pregunta de alguien que si bien no se puede dejar de lado que intente preservar el status quo, también hay que percibir que se dio cuenta de lo que sabemos gracias a Freud, Marx y Lacan principalmente: el circuito pulsional y su repetición, la recuperación de goce y su análoga, la de la producción de los bienes en la era inaugurada por el capitalismo. 
Y es en ese punto en el que, creo yo, el psicoanálisis lacaniano tiene mucho para decir y aportar. Mucho más y más seriamente que estos documentales de dudosas intenciones.  

2 comentarios:

  1. Habría que pensar que las operaciones de demonización sobre las redes, tienen un sentido y es hacernos desistir de que tratemos de usarlas de modos distintos a como ellos quieren que las usemos.

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  2. Interesante perspectiva. La invención es siempre subversiva. Y puede ser tanto benigna como nociva. Recordé el libro Sugestión, de Andrea Cavalletti, que me recomendara el querido Germán García. Allí el autor comienza su recorrido con la hipnósis. Una objeción fuerte ante ese procedimiento, era la capacidad que desplegaba de suprimir la voluntad y la capacidad de elección (ética) del hipnotizado ante la orden impartida por el hipnotizador. En el fondo, creo que todo aquello que suspenda esa capacidad ética del ser humano, transita por ese borde fronterizo que empuja a la idiocia y a la hipnosis subjetiva (por supuesto no me estoy refiriendo a crímenes como podría ser la privación ilegítima de la libertad, por ejemplo. Eso ya es otro cantar. Me refiero a situaciones en las que el ser humano consiente en cierta medida a perder su capacidad ética).

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