Una historia de amistad, de esas que no vencen con el paso del tiempo ni con las desgracias y adversidades de la vida, se entrelaza con la presencia perpetua del río: en una paradoja filosófica, Selva hermana a Heráclito y a Parménides, logrando que ese río sea siempre el mismo, siendo siempre otro.
No es un río es una novela compleja a pesar de su brevedad; en su estructura hay saltos temporales, los personajes aparecen y desaparecen sin mucha explicación del narrador, que nos cuenta esa tierra con un gran lirismo sensual; que nos pinta a los personajes con crudeza animal y un decir peculiar, que parece brotar de la misma geografía.
A la vez que es un deleite recorrer sus páginas de diálogos secos y austeros , donde no hay lugar para el humor, es un desafío que como lectora agradecí, porque requiere atención máxima e inteligencia.
No es un río me evocó Los pasos perdidos de Carpentier, con esa fascinación que anuda belleza con peligro en una tierra que derrocha recursos para protegerse del abuso y la explotación del ser humano. Una tierra que merece ser preservada aún más que las vidas humanas.
Selva Almada escribió una novela para más de una lectura porque en el primer acercamiento a ella, somos llevados por el ritmo vertiginoso de la trama, que como el río, avanza, generando la sensación de que habrá que volver a recorrerla para captar los zumbidos que no percibimos, los olores y aromas que no sentimos, los dolores y momentos efímeros de belleza indescriptible que no experimentamos.
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