Conecté con un libro que hacía años me esperaba, inquietante, en mi mesa de luz. El título no me ayudaba a acercarme. Resonaba a priori con cosas que había vivido hacía poco tiempo, tristes y demasiado próximas. Lo iba dejando, no sin la intuición de que algo grande me esperaba allí, quieto, paciente.
Se trata de Mientras agonizo, de Faulkner. QUÉ NOVELA ENORME, aunque es corta. Me sorprendió, la gocé, me deslumbró. Me enseñó sobre la vida y sobre la escritura. Una mujer-madre está muriendo. Hacía años había decidido que su muerte iba a significar de diversos modos, su manera de vengarse de un marido al que no amaba pero que sí la amaba a ella; de los hijos que había tenido con él, y que odiaba; quizás, también, de su femineidad, de su cuerpo femenino abierto a la maternidad como un castigo. Está narrada con pericia, desparpajo, humor irónico y cierta distante resignación de los personajes, que asumen la voz narrativa alternándose.
Faulkner escribió una obra de arte, que nos precipita, con el agobio propio del ambiente caribeño, en una forma sofisticada, sutil y turbia de la perversidad femenina.
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