jueves, 17 de octubre de 2019

MONOS. FÁBULA DE LA VIOLENCIA ALUCINADA.

¡Qué bien me está tratando el cine en las últimas semanas! Vi MONOS, film colombiano dirigido magistralmente por Alejandro Landes, que llega luego de pasar por varios festivales internacionales.
El argumento es casi una fábula: un grupo de adolescentes "soldados" o "guerrilleros" deben cuidar de una prisionera, una americana a la que llaman "doctora". Es el punto más previsible del film: hay escapes, persecuciones, enfrentamientos entre ellos, amor y sexo también. Capitaneados por un ser absurdo que encarna la ley desde su no más de metro cincuenta de estatura o menos, reciben un día una vaca lechera, llamada Shakira, que les daría leche, pero a la que tendrían que cuidar para devolverla en perfecto estado una vez terminada la misión. Pongan en marcha su imaginación y podrán anticipar lo que sucede.
Todo esto NO ES LO QUE VUELVE A MONOS UNA PROPUESTA IMPERDIBLE; lo es su propuesta estética y un final que paraliza.
Desde que comienza, el film nos sumerge en una atmósfera atópica y anacrónica. Imposible ubicarse en la geografía de un espacio alucinado, discordante, onírico, de una extraña belleza. Los "soldados" son niños, provistos de armas, y de normas que no logran controlar sus pulsiones más vitales. Rebautizados, víctimas de un tan ficticio como ridículo escalafón, no logran hacerse por completo a la función de captores. Se descuidan, fallan, se aman, juegan. Entonces el acontecimiento imprevisto desencadena la errancia, caracterizada por la violencia cada vez más palpable y menos controlable, y por la supremacía de la naturaleza por encima de cualquier misión humana, justa o injusta, violenta o amorosa. 
Reducida a los sonidos guturales entre los protagonistas, y a los de la naturaleza que masiva va cercándolos, esta película es cautivante.
El final es muy fuerte: si, como dice el poster del film, sobrevivir es un juego salvaje en el que la violencia es la norma, el film transmite, quizás la moraleja de la fábula, que nadie resulta ganador en ese juego, del que la naturaleza es un actor fundamental; es en parte testigo y en parte juez del mismo. 

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