La obra y el personaje más emblemáticos y populares de Shakespeare a lo largo de los siglos, HAMLET, se sube al escenario del Teatro San Martín de Buenos Aires.
Dirigida por Rubén Szuchmacher y Lautaro Vilo (quién también ha traducido el texto), y protagonizada por un cada-día-más-sólido Joaquín Furriel como el príncipe Hamlet, Luis Ziembrowski como el tío fratricida Claudio, Eugenia Alonso como la liviana y acomodaticia reina Gertrudis y Belén Blanco como la virginal Ofelia entre otros muy talentosos actores, es una propuesta de nuestra ciudad que todo amante del escritor inglés por excelencia, del teatro, de la literatura, o de vivir una experiencia sublime no debe dejar pasar.
La puesta es una escenografía de líneas limpias, que no compite con el magnífico y vigente texto, y que sólo por algunos brillos nos deja asumir que estamos en una corte real (de Dinamarca).
Entre vengativo y melancólico, Hamlet, habiéndose encontrado con el fantasma de su padre que le relata su asesinato y la usurpación del trono y la cama (incluída la reina) a manos de Claudio, su propio hermano, decide hacerse pasar por loco para revelar al reino la magnitud del crimen que se ha cometido. Hamlet es la conciencia que ha visto con espanto la verdad del mundo. A partir de allí le quedará vengar la muerte de su padre para que pueda descansar en paz, y aspirar a que Horacio cuente luego su historia para limpiar su nombre: él ha mirado el horror a los ojos, y sabe que no hay remedio para eso. Para lograr la acción que desencadene el final de traición y muerte será necesaria la ficción, el velo, cubrir la verdad, rearmar la escena: los actores que llegan al reino y que a pedido del príncipe pondrán en escena La ratonera, escrita por el mismísimo Hamlet, tendrán a su cargo la tarea de producir la catársis reveladora en el auditorio. La apuesta es que la culpa suscitada por la obra delate al traidor.
Hay un arte poderoso y mágico en Shakespeare: el de despertar los demonios más temibles y oscuros del ser humano, para sin embargo, como Horacio, hacernos depositarios y transmisores no de la verdad, sino de un mensaje que la alude tanto como la elide. Un orden cósmico y kármico nos hace ir emocionados (por el texto que podría haber sido escrito ayer, por las actuaciones y un texto sublime-sobre todo el de Hamlet/Furriel), admirados de sentir y pensar lo que quizás sintieron y pensaron aquellos que allá por el 1600 vieron la obra (la mayor parte de los espectadores eran groundlings, es decir que veían la obra parados) de tres horas de duración. Shakespeare revela la esencia humana; revela que no sólo en Dinamarca algo está podrido. Él lo sabía (como sabía tantas otras cosas que a mi gusto lo ponen en serie sólo con los griegos y Cervantes), Hamlet lo dijo.
Lo demás es silencio... o balbuceos quizás. Con la excepción de una ovación de pie.
Staging has pure lines that doesn´t compete with the magnificent and updated text. Just a few shines let us assume we are in a royal court (of Denmark).
A little melancholic, a little vindictive Hamlet had met his father´s ghost that had told him about the tremendous crime that his own brother had commited to have the crown and the queen all in one movement. Hamlet decided then that he will play the mad prince to let everybody know what had happened. Hamlet had looked the awful truth on the eye, he is awareness of evil in the world. He will take revenge and hopes that Horacio could tell the truth about him to clean his name: he knows there is no cure for what he has done and seen.
To make action leads us to the betrayal and death end, it will be necesary the fiction, covering the truth, have an scene again: the arriving actors company will play The mouse trap, written by Hamlet himself, to make his uncle reveal his crime.
There is a magical and powerful art in Shakespeare: he brings out the most dark and frightening demons but at the same time, as with Horacio, he makes us keepers and tellers of not the truth but of a message that elides as much as it aludes that truth.
A cosmic and karmic order let us leave the theatre deeply touched (by a so updated text that could has been written yesterday, for the characters and actors, and by a sublime Hamlet) happy and moved thinking about those that would have seen the three hours long play around 1600, most of them, groundlings, feeling the same that we feel now. Shakespeare reveals human essence. Not only in Denmark something was rotten; he knew that (as much as many other things he knew, like the greeks and Cervantes).
Hamlet said it. The rest is silence... or stammering. Except for an standing ovation.
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