Es que está escrito con un marcado estilo dialógico, estilo que caracteriza a mi entender al autor, lo que lo vuelve tan inclusivo en lo que escribe, lejano a toda impostura, sin echar mano al recurso de la cita desmedida o de los conceptos oscuros; estilo que es muy bienvenido: está escrito, imagino, para sí mismo, pero también para los posibles lectores.
Sin embargo, no nos ahorra la confrontación con preguntas que despiertan, como por ejemplo, ¿por qué habríamos de temer más a las máquinas que lo que debemos temernos a nosotros mismos?, a los seres hablantes; todas las atrocidades que ya se han cometido, no esperaron a la tecnología para perpetrarse. Es una pregunta muy inquietante, que no deja de ser lógica en un psicoanalista que está advertido sobre los efectos de la pulsión de muerte y sobre los circuitos del goce, cuando éste no está anudado a la función vital del deseo, a la castración. Quizás sea esta doble advertencia la que ubica a Inconsciente 3.0 un poquito más allá de otros libros que se proponen ahondar en el avance de las tecnologías sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos: para el autor no se trata solo de una avanzada de contenido estético, práctico, veloz, divertido; es decir solamente un game que nos facilitaría la vida.
Se trata de una avanzada que inocula no sólo la modalidad de un goce que se escabulle de la castración, en un empuje mortífero, por no ser sexuado ni sintomático (por ejemplo, el goce múltiple que provee un smartphone, desde su marca, su diseño, su velocidad de caducidad y cambio, sus conectividades, la proliferación de imágenes y su nitidez, superior a la del ojo humano, etc), sino que también propone un goce uniforme, universal e insaciable para la porción más amplia de humanidad que sea posible; para todo aquel que se deje hipnotizar y regir por estos aparatos. Porque, se dice con claridad, detrás de este empuje, hay personas y/o corporaciones multimillonarias que se favorecen con dicha economía de goce. Hasta tal punto se favorecen, que anhelan la inmortalidad; ansían la perpetuidad de su estado: mientras más de media humanidad se las tiene que arreglar para llegar con vida al día de mañana, aquellos gastan sumas multimillonarias en estudios que eventualmente lograrían trasladar la memoria de un ser humano a otro cuerpo, o a un cuerpo que lograría reemplazar con máquinas o artefactos, sus partes enfermas o caducas, para lograr así la vida eterna. Se nota que jamás se acercaron a La memoria de Shakespeare de Borges, donde el autor propone que no es la información de la que dispuso lo que engrandeció al inglés y a su obra, sino lo que él hizo con ese material. Un eje del libro es justamente ese: información y big data no son equivalentes a memoria subjetiva.
¡Qué horrible contrariedad es la muerte, cuando se tiene el poder de esclavizar a la humanidad, para ponerla al servicio de las ganancias personales! ¡Cómo no aspirar a la continuidad de ese estado, incluso apoyados en la idea delirante de una vida en suspensión intergaláctica, si la tierra llegara a la aniquilación tantas veces anunciada y vaticinada! Para ello no se privan de recurrir a los mitos bíblicos, incluso.
La alianza transpolítica configurada por los discursos místico-religiosos, sobre el origen y la continuidad de la especie, y la tecnología, diseña y elabora programas que inciden sobre el real del goce de cada uno; no lo anulan, sino que lo potencian y estimulan bajo el imperio de otra fusión: la de la innovación y la velocidad. Dessal se ocupa especialmente de diferenciar a la tecnología del discurso de la ciencia, en tanto ésta concierne a un real que impone un tiempo lento y pausado en su desciframiento y conquista, contrario al aceleramiento sin límite de la tecnología y sus gadgets.
A su vez el libro de Dessal desborda de información que en más de una ocasión me despertó sorpresa y anonadamiento: en sus páginas encuentran su sitio el transhumanismo, la bioingeniería, apps que prometen curar de la adicción a la tecnología (vaya paradoja), apps que envían a sus usuarios, mensajes imprevistos diciéndoles que recuerden que son mortales ¡!, sitios web que prometen la supervivencia del muerto con su respectivo homenaje virtual, el algo caduco milenarismo, la biopolítica, la IA, el ludismo y la modularidad entre muchas otras corrientes y propuestas de goce con las que convivimos, señalando en la sumisión voluntaria a la cuantificación, una modalidad de servidumbre que reduce a los seres hablantes a la infantilización y al consumo: la tecnología y sus propuestas cuantificadoras suplen en nuestra época al Nombre del Padre, en la crianza de los niños, por ejemplo. El arte del autor permite que nos transmita este anticipo de porvenir algo infernal con mucha ironía y humor, que se disfrutan tanto como se agradecen.
Todo aquello que se resiste a la cuantificación y a la cifra encarna un punto de siniestro; se vuelve tan inquietante como intolerable (resuena aquí el enigma de lo femenino que los movimientos de género intentan reducir y significar por completo, sin lograrlo).
La pantalla, la voz y la mirada encuentran también su articulación en el nuevo mapa subjetivo que se configura con los modos de goce que la tecnología ofrece y estimula, situando en el horizonte una cuestión que Freud se había propuesto abordar sin hacerlo finalmente: la atención, bien cada vez más errático, débil y valioso. Bien que la tecnología se desespera por capturar.
Una vida a "contrato fijo discontinuo", que se dirima entre la dudosa ética del Day 1, el desamparo subjetivo y el riesgo es la propuesta subjetiva "novedosa y desafiante" (la expresión es mía, no del autor,y es obviamente irónica) de las bodas "idiotas" entre la tecnología y el neoliberalismo.
Vuelvo al título de la entrada.
Este libro es por un lado un esfuerzo y por otro una apuesta.
Es un esfuerzo a mi entender, porque realiza una suerte de proeza, que es no la de elevar los dichos, las citas, la letra de Freud y de Lacan a la dignidad de una cosmovisión, cuestión que ambos jamás se propusieron, sino la de llevar, decía, la operación Freud y la operación Lacan, a través del decir de un psicoanalista, a la elaboración de las condiciones de la época, de las que el psicoanálisis no está exento. En este libro palpamos qué piensa, cómo lee, qué horizontes amplios y valiosos puede abordar un psicoanalista formado en relación con Freud y con Lacan. No sin la literatura, algo que al menos a mí, no me pasa desapercibido al leer a Gustavo Dessal.
Él logra hacer pasar la trascendencia y la profundidad del discurso psicoanalítico, sin traicionar los conceptos ni banalizarlos, a un decir que muchos pueden seguir, entender y vislumbrar a dónde se dirige, aun sin ser psicoanalistas.
Es también una apuesta a mantenerse en alerta, a bien-leer (me permito este neologismo) en tanto psicoanalistas, lo que la tecnología hace con los seres hablantes tanto como lo que los seres hablantes extraen de goce de la tecnología. Sin juzgar, sin denostarlo, sin moralizar. Una de sus descripciones relativa a estas cuestiones me evocó lo que Don Quijote experimentaba con los libros. ¡Enorme efecto de anonadamiento que me dejó pensando, y mucho! No es cuestión entonces de reaccionar como el cura en la gran novela de Cervantes, y proceder a la quema de la biblioteca, para "rescatar" al extraviado. Se trata, más bien, de acoger estos modos de goce, y apostar a anudarlos al inconsciente; hacer brotar las resonancias corporales, porque el decir resuena allí, en un cuerpo atravesado a la vez que constituído, por la relación con la lengua. "Esa trama donde lengua y goce conjugan un dialecto único constituye el real inatrapable que solo puede ser <mediodicho
Gustavo Dessal nos recuerda que la falla es constitutiva de la subjetividad, persiste y persistirá. Podríamos decir que una posibilidad es que una falla en la lógica del universo (el de la cuantificación, el goce solitario y tonto y la aceleración exponencial) conduzca a mal puerto. Véase para ello el relato El extraño caso del doctor Jekyll y el Señor Hyde, de Stevenson, muy anterior a la época que vivimos pero que en algo la anticipaba. Hay que saber que no estaremos exentos de ciertas calamidades aún bajo el reinado de las máquinas.
Pero si hay un analista escuchando el decir en el que se manifiesta esa falla, el resultado puede ser otro, y muy benéfico, estando advertidos de que para confrontarse a lo nuevo, el ser hablante necesita una ficción, una mediación.
Para cerrar este comentario, me atrevo a decir que en tanto y en cuanto los seres hablantes sigamos hablando, sigamos reproduciéndonos por las vías tradicionales, las sexuadas que involucran el encuentro de los cuerpos, aunque haya otras disponibles, y la muerte nos siga siendo una presencia tan cercana y cotidiana como inaprensible, estaremos a resguardo, al menos en parte, de los efectos deshumanizantes de la IA. Y si seguimos nuestro camino, nuestra deriva, habitados por la marca que el discurso del psicoanálisis haya dejado en cada uno de nosotros, las probabilidades de no extraviarnos son considerables. Este libro es a mi entender un testimonio vivo de ello.
Les recomiendo con entusiasmo la lectura de Inconsciente 3.0.
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