Hoy se conmemora un gran encuentro, que tuvo lugar hace ciento veinte años: el de James Joyce con Nora, presencia fundamental en su vida, y madre de sus hijos. Joyce inmortalizó esa fecha en su gigantesca novela ULISES, que ya les comenté y leí en varias ocasiones.
Hoy, sin embargo no voy a recomendarles nuevamente la novela (sí, lo hago, léanla, como puedan, toda, salteada, por capítulos, de adelante para atrás, o comiencen por el final, como les guste pero acérquense a una obra magnífica de la literatura universal). Hoy les recomiendo con fervor y entusiasmo algo mucho más accesible, al menos si vivís en Buenos Aires o pensás visitarla pronto. Se trata de la descomunal interpretación de Cristina Banegas del célebre monólogo final de la novela: el monólogo interior de Molly Bloom, esposa de Leopold.
Él vuelve de su odisea por Dublín, que ha durado un día. Ella le ha sido infiel con su representante Boylan y está acostada cuando él llega. Él se satisface sexualmente con la colaboración de las nalgas de ella y se duerme. Ella comienza una maravillosa divagación mental por su vida; sobre las mujeres y los hombres. También sobre los hijos, Milly y Rudy, fallecido a los once días de vida, hace exactamente once años atrás, y sobre el cuerpo de la mujer.
El monólogo es un prodigio narrativo en más de un sentido: compuesto por ocho oraciones (el ocho es el número de Molly y las fechas de su vida, y es el infinito de lo femenino, si "se lo acuesta"). Dentro de esas ocho oraciones, no hay puntuación de ningún tipo. El monólogo culmina con probablemente el "Sí" más conocido de la literatura. Es el Sí que consiente al vínculo que la une con ese hombrecito que eligió como marido, en el que reconoce muchas virtudes.
Cristina Banegas está plenamente a la altura del enorme desafío. El espacio es reducido. La escena es íntima. A media luz. Sentimos que estamos con ella en su dormitorio. Está vestida de negro, descalza. Cristina le pone cuerpo, voz, cadencia, emoción, humor, ironía y belleza a la interpretación. Siguiendo las distintas intensidades del texto, su voz se contornea, seduce, despierta, hace pensar.
Cristina hace existir a Molly y nos hace pensar y sentir que la estamos viendo. Que Molly debía ser y estar así: con una melena entrecana, vestida de negro, descalza.
Cuando terminan los aplausos cerrados (la capacidad de la sala no debe exceder los 120 espectadores, calculo) y los "Bravo", se retira sonriente y a paso firme por el pasillo por el que entró. Los espectadores nos recuperamos de lo que acabamos de ver y salimos.
Entonces la sorpresa: parada a un costado está ella, igual de sonriente e igual de descalza.
Le digo "Gracias" mientras estrecho sus manos y le doy un beso. Le digo que lo que acaba de hacer, a lo largo de una hora, sin pausa, es muy difícil. Ella me responde sonriente que sí, que es muy difícil. Entonces no puedo evitar el nudo en la garganta y que se me llenen los ojos de lágrimas. Con la voz quebrada vuelvo a decirle "Gracias".
Me voy sintiendo que acabo de besar a Molly.
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