jueves, 31 de mayo de 2018
miércoles, 30 de mayo de 2018
Si llevás días de furia, como yo, comparto un antídoto! Texto de Bertold Brecht.
Desde hace varias décadas, empecé a encontrar en los libros (diversos, variados, sobre distintas temáticas) respuestas que no obtenía por ningún otro medio. Me pasó otra vez en estos días, con este texto. Pertenece al libro Cuando las imágenes toman posición. De Georges Didi-Huberman. Editorial Antonio Machado Libros. Ed. 2013.
Se trata de un breve escrito de Bertold Brecht. ¿En momentos difíciles, sirve la historia, la poesía, el arte en general?
La respuesta es clara: ¡Sí!
Se trata de un breve escrito de Bertold Brecht. ¿En momentos difíciles, sirve la historia, la poesía, el arte en general?
La respuesta es clara: ¡Sí!
lunes, 28 de mayo de 2018
Del Blog René de la Fundación René Descartes de Buenos Aires: Martín Kohan escribe sobre Los estudios y Las tardes con Úrsula de Nicolás Peyceré, Andrea Buscaldi sobre Un cuarto propio de Virginia Woolf, mi homenaje a los 50 años de Nanina de Germán García y carta de lectores de Julio C. Riveros
BREVES 13
Lecturas comentadas
Los brevarios datan del siglo XI y tenían como fin facilitar el transporte de Los Libros de Horas a los clérigos. Sinónimo de breve, resumen, apunte.
Los estudios y Las tardes con Úrsula Nicolás Peyceré,Editorial Mansalva, 2018
Por Martín Kohan
DOCE PASOS TENTATIVOS EN TORNO DE NICOLÁS PEYCERÉ.
Presentado en Lecturas Críticas, Abril de 2018.
1- Empiezo leyendo (leyendo es la palabra, más que mirando o contemplando) los dibujos de Nicolás Peyceré. Hay en varios de ellos (“La casa del bosque”, “Laureen”, “La torre”) una cierta voluntad de realismo, que contradice (ni complementa ni ilustra: contradice) la evidente renuencia al realismo de los textos de Nicolás Peyceré. Las palabras de Peyceré son siempre exactas, pero sirven para volver inexactas a las cosas.
2- Lo blanco de varios de esos dibujos (lo blanco en “La flor”, en “Anochece”, en “La torre”, en “En el hospital rural”, en “La casa del bosque”, en “Villa Von Webern”) no indica espacio, vacío, un hueco, una falta; tampoco expresa, redundantemente, blancura. Lo blanco de varios de esos dibujos expresa fulgor, relumbre, resplandor, puro brillo. ¿Es lo que brilla por su ausencia? No; es más bien el brillo de la ausencia misma. Es lo que, por definición, falta, y en su faltar, relumbra.
3- Dos dibujos que aparecen en Los estudios: las dos telas de araña (una entera, la otra rota), empleadas respectivamente para expresar el avance alemán en Ardennen y el fracaso alemán en Ardennen. Telas de araña: trampas dispuestas para la muerte. Y a la vez: una absoluta fragilidad, puro hilo y puro agujero. Peyceré las considera en lo que más esencialmente son: una forma. Y a la forma la considera como lo que más esencialmente es: aquello que permite entender –y, también, deshacer (o destejer) lo que se ha entendido.
4- Leo la solapa de los libros de Nicolás Peyceré. Leo: “es médico ginecólogo, pediatra, traumatólogo, cirujano”. Un escritor que sabe de cuerpos, me digo. Leo: “psicoterapeuta y psiquiatra”. Un escritor que sabe de cuerpos, me digo.
5- La foto de la portada de Las tardes con Úrsula, de Peyceré. Úrsula. Peyceré. Fondo de mar o río ancho; ellos dos están en la orilla. Podrían estar pisando la arena de una playa. Pero no: pisan piedras, puras piedras, casi escombros. Eso sí: ríen. Ríen los dos.
6- Y a propósito de los dibujos de Nicolás Peyceré, de lo que disponen sobre el espacio en blanco o de lo que disponen, como blanco, al interior del propio dibujo. Escribe Peyceré en Los estudios, a partir de unas clases de Martin Heidegger: “Y ocurría que ciertos decires del Profesor podrían parecer, manchas negras sobre papel blanco” (34). Luego, sobre el dictado de las ideas elaboradas a partir de esas clases: “Cuando las frases parecían ir hacia recodos, ella las escribía de la manera más exacta. Cuando no las escuchaba nítidas prefería dejar espacios vacíos. Entre corchetes” (38). Manchas negras sobre papel blanco, entonces. Pero en esas manchas negras, a su vez, espacios en blanco. “Donde cada escansión llevaba sentido” (38).
7- En el primer párrafo de Las tardes con Úrsula, escribe Peyceré: “Y el uso de la palabra gramática. Y el uso de la palabra geometría” (11). Dice así: el uso. Considera a la palabra por su uso, o mejor aún: las considera en su uso. Como si la consabida contraposición entre valor de uso y valor de cambio pudiese trasladarse, o en verdad, debiese trasladarse, a las palabras. Y en efecto: están las palabras del cambio, del intercambio, del consenso y el entendimiento; y están las palabras del uso. Del uso, sí, pero ¿de qué uso? ¿En qué usos?
Existe la combinación de signos dispuesta para estabilizar un sentido, y así tener certeza, así limitar lo diverso; la sustentación de la palabra (en el sentido en que se dice que una economía es sustentable) permite lograr representaciones y verosimilitudes: estableciendo un sentido, rechaza los demás. Pero existe también la alternativa de que “las palabras del discurso se hagan antinómicas a las de la lengua” (ahí donde el discurso es un fluido, es lo que fluye, es discurrir; y la lengua es sistema y es norma, es convención y regulación). Entonces el juego de sentido se resuelve en deformación, en desfiguración del signo; “de modo que el deseo va usando con líneas oblicuas la lengua”, dice Peyceré (16).
Están, entonces, el sentido como representación e ideología, “para impedir la angustia debida a la pérdida de referencia” (33); la mímesis que “inflige realidad” (60); la redundancia que, cuando es constrictiva, “reduce la expansión de sentido” (43). Pero como “la comunicación no es todo el privilegio del lenguaje” (43), como “la ambigüedad significante intriga lo propio de su cuerpo” (91), pueden ser muy otras las tardes de Las tardes con Úrsula. Deslizamiento de términos, líneas oblicuas, desfiguración de signos, pérdidas de sentido, el sentido como “accidente por el cual algo se halla en su sitio” (16): la religión, el psicoanálisis, la literatura.
8- ¿La religión? No toda religión, no toda la religión. Porque el cristianismo, por lo pronto, fundado en un comer juntos, se dispone a la simplicidad del hablar, al encontrar un qué decir, a ligar (religar) y hacer confluir las respectivas imaginaciones. Pero en esa forma de leer la Biblia “que los hebreos llamaron Midrash” (35), hay otro uso de las palabras: hay “glosas para encontrar y acrecentar sentidos en las escrituras” (35), sin que haya para el sentido ningún límite o terminación, manteniendo abierta la significación (a la que nunca se habrá de alcanzar y a la que nunca se habrá de renunciar: lo mismo que con Dios).
En la última página de Las tardes con Úrsula, consta una cita de Walter Benjamin. Que, vía Gershom Scholem, el gran estudioso de la Cábala de su tiempo, se fascinó con esta misma concepción de la lectura y la trasladó a una versión profana.
9- ¿Psicoanálisis? No todo psicoanálisis, no todo el psicoanálisis. Porque está el modelo hermenéutico o reductor, que interpreta y simplifica lo complejo, que “quiere un sentido consensual” (22); y está el modelo heurístico o enriquecedor, que construye, que inventa, tramado sobre un margen de indecisión en el que el sentido siempre será precario y revocable.
En esto, dice Peyceré, la figura del analista se asimila a la figura del crítico literario. El crítico literario trabaja con puras palabras, trabaja con puros textos. Pero a la reunión de textos con los que trabaja, no lo olvidemos, se le llama corpus. Fue en este sentido que Josefina Ludmer tituló El cuerpo del delito uno de sus libros: para poner en correlación el cuerpo textual, donde se cometen las lecturas, con el cuerpo real, donde se cometen los crímenes (o donde intervienen, con otro fin, los traumatólogos, los ginecólogos, los cirujanos). ¿Y los psicoanalistas, dónde “operan”? Tal vez, a un mismo tiempo, en un corpus textual y en un cuerpo real).
10- ¿Literatura? No toda literatura, no toda la literatura. Porque también hay, para el caso, una literatura consensual, reductiva, simplificadora y simplificada, de sentidos convencionales y establecidos. Y no sólo la hay: es casi toda, o es la que impera. En cambio, o por oposición, dice Peyceré en Las tardes con Úrsula: “Vuelvo a pensar cómo escribo. Si es desde el murmullo, los borradores, las conversaciones, las maneras dispersas” (21). No deja de ser significativo que se denomine “borrador” a las escrituras tentativas, apenas esbozadas, dispuestas a la supresión, dispuestas a ser borradas (pero “borradas” es un participio pasivo, y “borrador” alude a un agente activo: algo así como una escritura que habrá de borrarse a sí misma, que será escritura siendo a la vez borradura de sí).
Vuelvo a los blancos, vuelvo a lo blanco, de los dibujos de Nicolás Peyceré. ¿Y si no fueran en sí falta de trazo, sino la huella visible de lo borrado y su borradura?
11- Por lo pronto, Los estudios, la última novela de Nicolás Peyceré. Que conjuga o yuxtapone, adosa o entrevera, en gran medida al igual que lo hizo en Novela o las aventuras y oficios de dos muchachas americanas, y aun, aunque de otra forma, en Los días sentimentales, dos mundos bien definidos: un mundo de mujeres, por un lado, y el mundo de los militares, por el otro. El mundo de la sensualidad femenina, entonces, por un lado, y el mundo de la ferocidad de la guerra, por el otro: dos regímenes de la corporalidad, dos formas de poner el cuerpo en juego, dos maneras de entenderlo y ofrendarlo.
Y también, por otra parte (¿por otra o por la misma? Tal vez por la misma), dos modos de entablar una relación con las palabras. ¿No es eso lo que, entre tantas otras cosas, despliega Los estudios? ¿No es por eso que, en la novela, constan Heidegger y Wittgenstein, no es por eso que consta Nietzsche? Están las palabras de los militares (“Los tenientes han hablado de entereza, de sostener entereza. Tratan de entretener con esa palabra, como estilistas de relato” (89)) y están las palabras de Laureen (“Ahora con un temor cuidaba las palabras de conjetura. No daba pasos a entender” (92)). Está la posibilidad de no hablar, cuando hay dos que piensan lo mismo (porque la semejanza en el pensar no remite al diálogo, sino al silencio); y está la necesidad de hablar, cuando se advierte que un mismo término habilita sentidos diferentes. Hay “un habla superficial acerca del mundo” (44), hay lenguas de fijación y consensos, lenguas de sumisión y uniformización (que cunden en la crítica literaria, o bien en las doctrinas políticas); pero también hay “proposiciones indecidibles” (46), con las que no se puede saber si se logra “la conformidad entre un esquema y lo que se esquematiza, si habrá una equivalente vista de real” (47). Existe, por cierto, la “imaginación de la semejanza” (56), garantía de integración y entendimiento (y sobre todo: garantía de que hay garantías, de que se puede tener algo por seguro); pero existen también “las láminas de la guerra” (108), que son láminas, es decir, imágenes, dispuestas para la detención figurativa de lo que de por sí es movimiento de cuerpos, y aun así, lo que se percibe en ellas, es “lo poético que desproporciona” (109).
12- Palabras de conjetura, los sentidos diferentes, las proposiciones indecidibles, lo poético que desproporciona: todo eso se dispone, en Los estudios, en pie de guerra podría decirse, o como astucia femenina, contra los afanes de la univocidad y la denotación. Pero todo eso que Nicolás Peyceré dice, en su novela, sobre las palabras, resulta inseparable de lo que hace, como escritor, con ellas: del uso que hace de ellas. Ahí está la torsión conjetural, ahí está la desproporción de lo poético. Cuando Nicolás Peyceré escribe, por ejemplo, “Un cielo se llenó de humos rojos” (23) (y dice un cielo, no dice el cielo); o cuando escribe “Hundía las manos por los bolsillos” (23) (y dice por los bolsillos, no dice en los bolsillos); cuando escribe “Los soldados saben, caminan con las aprensiones” (89) (y dice con las aprensiones, y no con aprensiones); cuando escribe, por ejemplo, “Se suplantó su modo, se recogió su modo” (14), o por ejemplo “La guerra trae incitaciones” (72), o “Hubo los choques de viento, los estrépitos” (82), o “Camina hacia su intriga” (162), o “Quedaba empujada la otra silla hacia un rincón” (165); cuando escribe, en fin, cuando escribe, liberando a las palabras del sofocamiento del uso convencional, liberándolas, en fin, de lo ordinario, para convertirlas, en fin, en lo que son estando en su literatura, siendo su literatura: una cosa extraordinaria.
NANINA 50 AÑOS
Germán García, Serie del recienvenido, Fondo de cultura económica, 2012
Por Leonor Curti, miembro del Centro Descartes.
Germán García, Serie del recienvenido, Fondo de cultura económica, 2012
Por Leonor Curti, miembro del Centro Descartes.
Los caminos de la libertad.
Leí por segunda vez Nanina, con el propósito de escribir este comentario, sin intuir el desafío mayúsculo que me implicaría abordar una obra tan compleja como rica.
La primera lectura fue allá por 2012, cuando se iniciaba la Serie del Recienvenido, dirigida por Ricardo Piglia, del Fondo de Cultura Económica. Nanina inauguraba la serie de obras de la literatura argentina del siglo XX elegidas, que mantenían su vigencia y consolidaban su presencia en el diálogo con la actualidad literaria del país.
Entonces, en el 2012, por coyunturas de la vida, la leí en clave “paterna”. Era lo que me ocupaba las emociones, el pensamiento y las horas en aquel momento. La disfruté, la gocé; a través de sus páginas viví Junín, una infancia de pueblo, la complicidad entre “varones/hombres”, el acercamiento a las “nenas/mujeres”, lo inexplicable de la familia, lo inasimilable de la pareja parental, así como el modo mágico de Nanina de habitar un tiempo puro presente:
“Nanina era el angelito de los niños que nosotros fuimos. (…) El presente se abría frente a ella en el cielo de verano: ella fue nuestro presente. (…) Nanina, sol y siesta son nuestra sagrada trinidad”.
En la primera parte, Lo otro, el narrador-protagonista nos toma de la mano (las manos serán luego tan fundamentales para la vida en la inmanencia del goce del cuerpo, en la habilidad del trabajo, en la escritura por venir) para llevarnos con su mirada de sorpresa y azoro, por una realidad fragmentaria e iridiscente como la memoria, donde se conjugan el desamparo y su contracara, la libertad.
El descubrimiento de que, más allá del terror (de la paliza), perder un camino es dar con otro, le da al narrador un arma potente para la vida; le hace saber que la elección forzada de la niñez es crecer o morir, aunque la adultez conlleve un morir creciendo; un morir sí, pero viviendo. Vida que se jugará en una apuesta a todo o nada en las aventuras fraternales, en los descubrimientos sexuales, en las formas insondables del amor, en el miedo a que las palabras proferidas clausuren un sentido para aquello que no lo tiene en lo absoluto.
La iniciación sexual, el misterio oculto entre las piernas de las nenas, el mundo de la muerte de los seres y los cuerpos, los vencidos en y por la vida, el alcohol y las palizas, el sol de la siesta y la noche estrellada, todo confluye en Nanina y su muerte:
“La agonía de Nanina es como pasar de chico a loco…”, o como dejar de ser niño definitivamente. La plasmación sedosa del sol encarnado se apaga y la noche trae desamparo:
“La noche de Nanina fue la de papá…”.
Don Pedro, artífice de la tragedia de la gatita, habitaba el mundo de la muerte; había que matarlo.
“Esa noche rompimos con furia la quinta de don Pedro (…)”.
“- ¡Hay que matarlo, viejo puto!- dijo Toti, mi hermano, olvidando lo malo de las malas palabras. Papá lloró toda la noche en nuestra pieza única; se llevó el cuchillo a la garganta y no se mató. Papá temía a la muerte y nos lo dijo una noche: - Tengo miedo, mucho miedo- y en sus palabras yo estuve desamparado como nunca-. No nos queda nada- dijo también.”
El deseo de escapar se anuda, con el colombiano como agente inesperado de la operación, al anhelo de escribir: de ponerle palabras a la tragedia, de comenzar a tramar alguna historia que oficie de sostén para una nueva lengua; escribir no será hacer literatura, sino partir de la materialidad de aquello con lo que se cuenta: la enumeración sistemática de los deseos, que se avendrán a la potencia lírica de la poesía, creadora de lo que era y de lo que ya no sería:
“Las piedras de los caminos, los árboles, las noches en que esperábamos la luna y la dejábamos allí, en su cielo, como si se deslizara entre las nubes. Entonces Antonio, mi padre, estaba sentado en el patio que terminaba en calle, Blanca estaba cerca de él, los bichitos luminosos recorrían la noche y la marcaban aquí y allí, y nosotros, mis hermanos y yo, latíamos en un lugar de la noche, sentados, perplejos de la oscuridad, mirando esas casas donde ocurrían cosas distintas que en nuestra casa” .
Escapar del desamparo, de la escuela, luego del taller-padre, de la familia, de:
“La magnitud de la infancia, la fiesta de la derrota angelical de los niñitos que fuimos, la imposibilidad de no ser hombre, de no ser niño, de no ser nada, sino algo indefinido: la muerte única e irrepetible de Nanina”.
Encontrar una salida posible en los versos de Dulcísima madre, de Quasimodo, siendo el muchacho que huye de noche con un abrigo corto y muchos versos en el bolsillo, pobre de corazón al que un día matarán…
El debut sexual con una muchacha virgen y el encuentro con la Biblioteca E. Echeverría serán el combustible que avive la partida de Junín, dando lugar al tan ansiado viaje.
Buenos Aires, segunda parte de la novela, nos aleja del lirismo para ser atraídos por una mirada desencantada de la vida de la comunidad “de los precios y horarios”, en la ciudad en la que el cielo es indiferente, el sol cae neutro sobre las calles, y el peso del dinero es agobiante.
Los sueños y las ilusiones se desvanecen ante lo perentorio de la vida cotidiana:
“No fue. Viajar por el mundo. No fue. Cambiar de casa. No fue. No fue. Nada fue, estábamos hechos de lo que no había sido”.
En la ciudad estaba Nora, la obligación de pagar la pensión; la urgencia de conseguir un trabajo y conservarlo, sin perder la dignidad, sin dejarse robar la noche; evitar caer en el común anonimato y resistir la tendencia indolente de no tener grandes aspiraciones.
“(…) desde chico sabía que trabajo-hombre hombre-trabajo eran inseparables y que se vivía a través del trabajo y que se trabajaba a través de la vida; pero que ninguna se podía mantener sin la otra”.
La ciudad le implicaba al narrador una trampa: desear una vida allí cuando el trabajo que la hacía posible lo alejaba de ella, matándola cruelmente. Ser uno más en la comunidad de los precios y horarios era morir.
El presente de las carencias múltiples (sin raíces, sin bienes y sin patria) se vuelve entonces la libertad de una deriva en la que todo es permitido. Una afirmación primordial se produce:
“(…) aun desnudo en el mundo, quiero estar desnudo y vivir en él.”
El Yo se convierte en el personaje central de la comedia que se llama Yo, a la vez que los libros abren un camino para salir de la trampa:
“Siempre me confundí en los libros para ir después a encontrarme en las personas: sin libros no hubiese visto a nadie y sin nadie no hubiese entendido un libro”.
Este renacer de la libertad irá declinando para el narrador, ante las responsabilidades del matrimonio y la paternidad; ante el hermano preso, ante la opresión que ejerce sobre el deseo la necesidad imperiosa de dinero:
“Nanina está muerta para siempre en nuestros actos. Sus ojos se deshacen en los míos y su pelo esponjoso es barrido por mi máquina de afeitar. Su piel, su sangre seca, se hacen polvo en el aire y el viento se sacude los recuerdos en regiones remotas por donde ya nadie volverá a pasar”.
“Comprendo que Nanina ha muerto y que sus caminos conducen a la muerte: las cartas se juegan a una edad en que uno jugaba a ojos cerrados, por el gusto de verlas planear en el aire”.
Los habitantes de la ciudad forman un animal pesado y discordante, una suerte de bestia tan esclava como fascinada por la moneda que brilla en el cielo, como nunca antes.
Los caminos de libertad y sol de Nanina condujeron a otros modos de la muerte: una historia forzada y una vida no elegida, se suman a la muerte del padre; modos que al final de la novela el narrador confronta con el poder evocador del lenguaje, con la fijeza vital de los signos como armas para hacerse una historia que sea otra. El niño inocente con ansias de aventuras, deja paso al púber con responsabilidades de adulto, que descreerá de cualquier promesa mesiánica de felicidad.
Un acontecimiento de lenguaje
Se cumplen 50 años de la aparición de Nanina, y es imposible hacerse una idea de lo que pudo haber causado su publicación (además del hecho incontrastable de su prohibición por considerarla obscena, el secuestro de ejemplares para evitar su distribución y el consiguiente procesamiento a su autor y editor). Si sostenemos con Leo Strauss que el más inteligente de los censores es menos inteligente que un escritor inteligente y cuidadoso, podríamos aventurar que su prohibición estuvo ligada a la apenas superflua intuición de que algo serio se planteaba en ella, y al no poder precisar qué era aquello, se echó mano al tema de la obscenidad. Nanina no es obscena en absoluto: el contenido “sexual” en ella, trata de la sexualidad vivida por el narrador, con poca carga de moralina y con mucho de descubrimiento de un terreno a explorar, de experiencias de goce por vivir. Es posible que décadas atrás incomodara a muchos con el tema, pero hay que decir que sin ninguna duda, el tratamiento de lo sexual no es lo más innovador y rupturista de la novela, y sorprende verla incluida recientemente en un suplemento literario con relación a la literatura y la pornografía.
Al ser una novela de formación o de iniciación, no es infrecuente que la cuestión sexual aparezca con mayor o menor crudeza o explicitación en los textos del género (pienso en Los ríos profundos de José María Arguedas, publicada en Argentina en 1958, o en El retrato del artista adolescente de James Joyce, publicada en 1916, por evocar las que en calidad y según mi opinión pueden situarse a la par de Nanina, aunque ésta se desmarca de las anteriores por la falta de presencia de la educación – jesuítica en ambos casos- de la institución escolar).
Con sutileza, el autor da voz al niño que describe y vive su sexualidad con inocencia y una cuota de ternura y sentido de la aventura, para luego dar paso a la voz del adolescente que ha entrevisto cómo funcionan las cosas, aún en su pequeño pueblo: inflamado por el deseo sexual, ya no inocente ni tierno, se siente apremiado por su salida al mundo y a la vida, por dos puertas esenciales: las mujeres y el trabajo: tener acceso a alguna mujer (que fuera con otros también, o con todos, o lo hiciera por aburrimiento o por emoción, incluso gratis, o por tendencias “pedagógicas”); andar con mujeres para ser respetado y valorado en el trabajo.
Con preeminencia de una mirada sorprendida por los misterios del mundo (en la primera parte) y con abundancia de humor e ironía (en la segunda parte), la voz narrativa nos transmite un gran secreto que por supuesto no se aprende en la escuela ni en la universidad: se vive y se piensa como se habla. Wittgenstein decía algo así como que cuando pienso, el lenguaje es el vehículo mismo del pensamiento; que las palabras con las que expreso mis recuerdos son mi reacción a los recuerdos. Podríamos decir que el lenguaje configura el pensamiento; que las palabras con las que recuerdo son los recuerdos. Y que las palabras, los silencios, las frases, los nombres escuchados, proferidos, pensados, son las coordenadas del mapa con el que se lee la realidad, con las que los goces de la vida aparecen como posibles en primera instancia.
Sin embargo el gesto fuerte de la novela es el del protagonista que advertido de todo aquello, juega a reinventarse más allá de los límites por medio del lenguaje, hallando un goce propio en el uso de la letra que permanecerá fuera de todo cálculo o medición; irreductible a toda valoración mercantilista: el “loco” de la primera parte, será “Flordeniño”, el “principito valiente” (que irónicamente no será) en la segunda.
Los caminos de Nanina serán después los del lenguaje, los de la combinatoria de sus elementos y los del goce que de ello puede obtenerse.
Las ideas “respetables” (madre, pueblo, patria, padre, trabajo, dinero) se deslizan hacia la ironía:
“Mi madrepueblo discutía el significado de la vida cuando nosotros, sus hijospueblo, nos atrevíamos, para sentir el vértigo, a negar a Dios. Mi madrepueblo decía que sin Dios nunca hubiera empezado la vida y mi padrepueblo interrumpía diciendo que ya estaba empezada y que la cosa era cómo seguir, cómo cazar la guita sin morir trabajando”
“Fuimos un pueblo pobladísimo de pueblerinas preocupaciones que nos poblaban de ganas de mandar al diablo tanto pueblo. (…) Y los vecinospueblo descansaban del trabajo de la mañana para continuarlo por la tarde. (…) Vivíamos en un barrio tan pobre que ni uno hubo jamás que ganara la lotería, ni mucha plata en la quiniela, ni que tuviera demasiadas horas extras que, como se sabe, se pagan doble”.
Muchas más cosas se habrán escrito o podrían escribirse sobre tan enorme novela. Deseo que estas líneas acerquen muchos lectores a sus páginas.
Allá por 1972 Ricardo Zelarayán escribía: “(…) En fin, el lenguaje es para mí la única realidad. (…) Si la realidad está en alguna parte, está en el lenguaje. (…) En suma, las fuentes de la poesía están en la infracción constante de la convención que nos vendieron como realidad”.
En 1968 Nanina lo expresaba entrelíneas en cada página. Si Nanina es un clásico lo es no sólo porque 50 años después sigue dialogando fructíferamente con el lector, sino también porque atrapa algo de lo humano, transmite algo valioso y conmovedor sobre la experiencia, que normalmente suele ser intransferible. Y porque dice en su texto de la potencia del lenguaje para crear mundos, historias, goces; para eludir las cárceles heredadas, las propias y las ajenas, para torcer destinos, sobre lo que funda una nueva vida por encima de la vida recibida.
También por la resonancia que alude a lo no domesticable, lo no categorizable, lo no mensurable; sobre lo que en cada uno habla bajo, pero dice siempre lo mismo.
Por todo eso y más, festejo los 50 vitales años de Nanina, intuyendo que serán apenas los primeros de muchos más.
Un cuarto propio
Virginia Woolf, Contemporánea, 2017
Por Andrea Buscaldi. Miembro del Centro Descartes.
Virginia Woolf, Contemporánea, 2017
Por Andrea Buscaldi. Miembro del Centro Descartes.
I
Me tocó estar en Barcelona para el 8M. Una columna compacta de composición diversa, movilizada sobre el Passeig de Gracia, la Quinta Avenida de los catalanes millonarios, pancartas arriba al compás de los cantos, “Manolo, Manolo, hoy cocinais solo”, el más simpático, para finalizar en Plaza Cataluña con manifestaciones políticas y de arte. Días después, revolviendo libros, encontré Un cuarto propio y Tres guineas. Dos clásicos de los estudios de teoría y crítica feminista... en mesa de saldos.
A Room of One's Own está basado en conferencias que dio Woolf en un par de flamantes universidades para mujeres. Fué publicado años después, en 1929. Esta edición es un doble hallazgo: un clásico de Woolf en la “pluma” de Jorge Luis Borges. El tema de las conferencias encargadas a Woolf lleva por título: “Las mujeres y la novela”. Parte de una premisa que parece obvia: nadie es dueño de la verdad. “En este caso, los hechos son menos verdaderos que la ficción. Sobre todo en temas controvertidos, y cualquier tema donde interviene el sexo lo es”, subraya Woolf.
“Sexo” admite por lo menos dos sentidos. Uno, reforzado por el contexto significante, alude a la diferencia entre mujeres y hombres. Y viceversa: nunca se sabe si “primero las damas”, es por gentileza del antiguo caballero o por ¡heteropatriarcal! También está el tristemente célebre “burro adelante para que no se espante”. Pero se refiere al “primero yo” del narcisismo, sin distinción de géneros, como se dice ahora.
Borges traduce sexo. Habría que ver el original en inglés. Más allá de la fidelidad al original o la inevitable traición: la palabra sexo como distinción entre mujeres y hombres es una marca de otra época. Woolf no era precisamente una exponente del imaginario colectivo de sus congéneres. Un cuarto propio es sólo un ejemplo. ¿Cómo pensar esa marca en un texto de avanzada? El lenguaje inclusivo y las teorías de género es la vía privilegiada para documentarse.
El psicoanálisis se orienta en la polaridad freudiana activo-pasivo. Como posición y no como adjetivo descalificativo. Freud señala la inherente actividad en la pasividad. Encanto de erizo. Feminidad en la hystoria rectifica el uso de la palabra “género” para nuestro campo. La “posición femenina” queda ligada a un malestar irreductible o “síntoma de la cultura” en el que todxs estamos inmersos. Aunque suele encarnarse en ellas a través de los tiempos. Medea a la cabeza.
El otro sentido de la palabra sexo remite a sexualidad. Ya desde el inicio del descubrimiento freudiano, “sexo y muerte” son dos significantes sin representación inconciente. Todos somos inconcientemente inmortales. De esa premisa, se desprenden dos consecuencias: la muerte propia como desmentida y la muerte es la muerte del otro. Bien lo sabía Tolstoi cuando escribió La muerte de Ivan Illich: “…el hecho mismo de la muerte de un conocido provocó en cuantos recibieron la noticia, según ocurre siempre, un sentimiento de alegría porque había muerto otro y no ellos”.
La única vía de investigación aledaña a la muerte, es la muerte de seres queridos o duelo. También están los poetas para rozarla o para escribir lo que no se deja y a su vez, no deja de escribirse. Según Montaigne, el fin último de la experiencia es un acercamiento a la muerte, “pero ese límite es inexperimentable”. Ironiza sobre filósofos que “han tensado sus espíritus para ver en qué consistía ese pasaje; pero no han regresado para contarnos sus novedades.” Como El extraño caso del Sr Valdemar.
Con Freud la sexualidad se hace humana en la pérdida del instinto. Su deriva pulsional es perverso polimorfa y sus avatares, regidos por la desmezcla pulsional, pulsión de muerte incluida. Jacques Lacan lee: “no hay relación...sexual”.
Cualquier tema donde interviene el sexo es controvertido. Atentos a la sobredeterminación significante, “controvertido” se abre a múltiples sentidos que no se excluyen mutuamente. Así leemos a Woolf (1929) a la luz de Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia entre los sexos (1925), salteando su aparente literalidad.
II
En la Inglaterra de 1918 las mujeres se ganaron el derecho a votar (la guerra dentro de la guerra). Casi diez años después, Woolf concluye que el quid de la cuestión es más de dinero que de voto. Hasta fines del S XIX, las mujeres ni lo tienen, ni lo ganan. Las de la aristocracia: hereda su hermano varón o en su defecto, el marido. Recién en 1880 la ley les otorga el derecho a bienes propios.
El muro del lenguaje dicta la moda. ¡Netflix puso de moda a Velázquez! Anda circulando un video de Las meninas donde Margarita le pregunta al pintor si él cree que ella es guapa o se va a quedar soltera. Lo segundo, pasó de moda. Velázquez responde de un modo elíptico. Soltera no se va a quedar: la van a casar con su tío para terminar muriendo joven después de parir. Eran matrimonios por conveniencia: “Se las casaba sin consultarlas, antes de abandonar la nursery”. Ese es el tono de Woolf desde el principio hasta el fin, irónico y mordaz.
En cuanto a las pobres mujeres pobres: no tienen ni dinero ni oficio para ganárselo. Más allá de la ineludible diferencia de clases: “Hacer una fortuna y tener trece hijos: no hay ser humano que dé para tanto”. El cuadro recuerda a la Antigua Grecia donde la maternidad tiene como fin parir hijos varones, futuros soldados de la polis. Woolf dicta sus conferencias en plena posguerra, luego resignificada época de “entreguerras”.
III
“Las mujeres y la novela” es un tema amplio y de múltiples aristas. Woolf plantea de entrada su manifiesto: “Para escribir novelas, una mujer debe tener dinero y cuarto propio”. Pone directamente en relación la escritura con las condiciones materiales de la existencia. No apela a la varita mágica del talento o la inspiración. Ya se sabe sobre “la transformación que una renta fija opera en el carácter de las personas.”
Dinero y educación son claves en el texto de Woolf. El primero es abordado mediante “los grillos oxidados de la división de clases”, aplicada a su vez al modo singular en que esa división se materializa en el caso de las mujeres.
“¿El genio poético sopla donde quiere?” El gran Keats murió joven, pobre y enfermo, por citar un ejemplo. Woolf no improvisa: de cada diez escritores reconocidos, nueve son universitarios. Alrededor de 1886 se inauguran dos colegios para mujeres. En la actualidad de Woolf: universidad y profesiones no están vedadas para las mujeres. Pero dependerá básicamente de la clase social y/o la singularidad de cada una. Sumado a la minoría de puestos y la baja remuneración en comparación con el “sexo” masculino. Luego de un minucioso relevo de la historia, donde cada nota a pie de página da para otro libro, arriba a una metáfora reveladora: “Las mujeres han tenido menos libertad intelectual que los hijos de los esclavos atenienses”. Otra vez, la Antigua Grecia.
Más cerca nuestro está Virginia Bolten, la otra Virginia. Comienza su “prontuario” detenida por distribuir propaganda anarquista entre los trabajadores de una refinería en Santa Fé. Según la Wikipedia, en 1899 dirigió la edición rosarina del periódico anarcofeminista La voz de la mujer, y pasó a la historia por militante anarquista, feminista y sindicalista. ¿No resulta redundante la adjetivación? Siendo Woolf precursora: toda teoría feminista o de género debe incluir cuál columna vertebral la mencionada categoría de cuño marxista. Los oxidados grillos de la división de clases, son grillos al fin.
En 2009 se estrenó una película de título elocuente en memoria de Bolten: Ni Dios, ni patrón, ni marido. No fue favorecida por la crítica porque los personajes se parecen a los próceres de la revista Billiken en su estilo declamatorio. Sin embargo, destacan a la protagonista, que a pesar de ser una estrella de TV, ¡sobresale por su belleza!
Las sufragistas (2015) relata la desobediencia civil de un grupo de mujeres inglesas después de años de lucha pacifista por el derecho al voto. Son mujeres de clase trabajadora y la sangre llega al río. La mayoría trabaja a destajo en una lavandería por una paga aún más miserable que la de sus compañeros varones. En el hogar, la esclavitud se reproduce como espejo invertido. Meryl Streep representa a la líder de las sufragistas. En su país, la actriz se opuso públicamente a Trump a raíz de la ley antimigratoria. Ya lo dijo Lennon, casado con una japonesa en pleno bombardeo: La mujer es el negro del mundo.
IV
Otra orientación es el lugar que le otorga Freud al dinero en la economía libidinal. Dinero es un término de la ecuación simbólica ligado al falo. Al igual que heces, regalo, hijo. Ojo: el falo es un concepto. Más cercano a la presencia de una ausencia que a la positividad del homus erectus. A raíz de la controvertida envidia fálica, Freud fue acusado de misógino. A su vez, Freud dedicó páginas enteras a la llamada relación preedípica.
Dinero es también un significante rector en A propósito de un caso de neurosis obsesiva, más conocido como El hombre de las ratas. La palabra hombre sólo alude a ese caso en particular. Histeria y Neurosis obsesiva son estructuras clínicas diferenciadas por Lacan a los fines de su transmisión. “Fulana es una histérica”, es lenguaje de otra época. “¡Ya no hay histéricas!”, su reverso.
Freud enumera tres imposibles: educar, gobernar y psicoanalizar. Siendo él mismo el creador del psicoanálisis, basta para entender a dónde apunta. La metáfora del horizonte viene en auxilio. O su Análisis terminable e interminable como fin de análisis... y despedida (1937).
Una nota de color ligada a nuestra “parroquia”. En Lacan saluda a Tristán Tzara, Germán García compara la oposición entre Dada y el surrealismo con el Delenda est iniciado por Lacan: “La causa freudiana no tiene más muebles que mi buzón.” Es 1992 y García escribe sobre la llamada “disolución”... justo el mismo año en que se funda la Escuela de Orientación Lacaniana en la Argentina.
En La aventura Dada, Georges Hugnet señala el fin del dadaísmo para evitar convertirse en tópico y academicismo. El punto cúlmine es el Congreso de París (1922). En palabras de Tzara, el dilema podría ser: Academia o Cabaret. El Cabaret Voltaire fue la cuna geográfica del dadaísmo. Para Tzara la academia es sinónimo de “mercaderes de ideas y acaparadores universitarios”. Eluard y Satie se refieren de modo irónico al gran congreso destinado a delimitar los alcances del arte moderno.
“Quizás en Vincennes”, cinco años antes del grito de guerra, Lacan organiza un programa (Lingüística, Lógica, Topología, Antifilosofía) en “una apuesta universitaria” despegada de pretensión educativa. ¿Como Bernard Shaw que se vió obligado a suspender su educación justo cuando empezó la escuela? El chiste radica en hacer de educación un antónimo de escuela. Así, la palabra educación adquiere otros sentidos. Como el concepto freudiano de pulsión epistemofílica, o el sujeto supuesto saber derivado de la transferencia (amor-odio). Nada que ver con la pedagogía o el bronce universitario.
En referencia a la carta del 18 de marzo (Señor A), donde Lacan presenta el dispositivo de carteles, García plantea un oxímoron retórico: ¿el cartel es un modo de enseñanza antieducativa? Enseñanza se opone a educación. Sólo una vez aparece la palabra saber en la Ornicar?: “un saber anti...un saber que la educación quisiera jerarquizar.”
V
Lady Winchelsea, noble de linaje y sin hijos, era considerada una excéntrica porque se le da por escribir. Woolf se lamenta porque la amargura que destila su pluma va en contra de la lírica: “excluidas de todo adelanto del espíritu/dedicadas y destinadas a la torpeza;/aunque alguna quiera elevarse sobre las otras/el partido contrario es siempre tan fuerte/que las esperanzas nunca contrabalancean los temores”. “Escribir, leer, pensar o investigar”, es remar contra el destino: “la fastidiosa dirección de una casa servil”. ¡Los hombres son el partido contrario! La famosa guerra de los sexos.
A Margaret Cavendish la llamaban la duquesa loca. Incluso mujeres sensibles a la escritura como Dorothy Osborne: “la pobre mujer está algo trastornada, puesto que ha tenido la ridiculez de animarse a escribir libros y en verso; aunque no durmiera una quincena, yo no me atrevería”. Osborne pasó a la historia por su relación epistolar con un amante rechazado por pobre por su familia. Finalmente, se casaron. Sus cartas de Amor, literatura, política y religión fueron escritas junto al lecho de su padre enfermo. El cuadro de época se hace trauma luego síntoma en Estudios sobre la histeria, la Viena victoriana de fines del S XIX.
Para Woolf, la relación entre escritura y mujeres está atravesada por una hostilidad devenida en vergüenza. De ahí el hecho de adjudicarle a los Anónimos en la literatura, identidad femenina. Algunas sólo pudieron autorizarse bajo el velo de un nombre de varón: Currer Bell, George Eliot, George Sand. En el caso de las mujeres, la prohibición se extendía a la lectura. La literatura, escrita por hombres, abunda en ejemplos. Emma Bovary y su doble rusa, Anna Karenina, pagan con su vida por la insatisfacción de no ser heroínas de novela. Están “enfermas” por leer. Las hermanas Yepanchinas, de El príncipe idiota, son consideradas buenas chicas, aunque se les da por los libros.
VI
“Para escribir novelas, una mujer debe tener dinero y cuarto propio”. Aphra Behn es un hito por ser una de las primeras mujeres inglesas en ganarse la vida con sus escritos. De clase media, viuda y madre, hace de la escritura, un oficio. Escribir adquiere una importancia práctica. “El dinero da valor a lo que impago es frívolo”, sentencia Woolf. Todas la mujeres están en deuda con Behn, “porque fue ella quien les ganó el derecho a decir lo que piensan”. En este caso, la clase media va al paraíso.
Sensatez y Sentimientos ilustra el papel preponderante que tenía la salita común. Todo la la novela se define en ese lugar. Justo el mismo donde la propia Jane Austen escribía. De esa circunstancia, Woolf desprende el género novela, por las interrupciones a la que estaba sometida la escritura. También lo concentrado de su prosa, por ser, literalmente, entre cuatro paredes. Pero Woolf no se queda en la literalidad. “Un cuarto propio” tiene un doble estatuto. En su esencia, funciona como metáfora. Mujeres ricas y pobres, igualadas todas en un mismo punto: su lugar en la trama material y simbólica de la época. Satélites de un sistema patriarcal, al que el S XXI le suma “hetero”.
Austen fue rescatada por la crítica feminista por ver en su prosa una novelización del pensamiento de Mary Wollstonercraft. Vindicación de los derechos de la mujer se transformó en un clásico. A su vez, los movimientos LGBT hicieron de Orgullo y Prejuicio, emblema y estandarte. Wollstonercraft era la madre de Mary Shelley, autora de Frankenstein, otro clásico, aún hoy, inquietante. ¡Mary Wollstonercraft es la abuela de la criatura!
VII
Woolf finaliza sus conferencias señalando que no es de su interés una investigación basada en los méritos comparativos de los sexos: “Es más importante saber cuánto dinero tenían las mujeres y cuántos cuartos, que teorizar sobre sus capacidades”. Eso de dividir la cuestión en “lados”, corresponde a una “etapa escolar de la evolución humana”.
El llamado “feminismo de la diferencia” corresponde a la Segunda ola del feminismo. Rechaza la reivindicación igualitaria de hombres y mujeres, porque igualdad es antónimo de desigualdad y no de diferencia, y con la excusa de la diferencia se ha justificado la desigualdad. Se trata de poner en el centro del debate, como operador de lectura, la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo... Y los grillos oxidados de la división de clases.
Woolf admira a Austen por describir con lucidez la educación sentimental de su época, sin odio ni sermones. “Escribe como una mujer, pero que ha olvidado que lo es”. Toma de Coleridge la noción de “inteligencia andrógina”. Inventa un neologismo. A la hora de escribir, se es “viril-mujeril o mujer-viril”. En resumen: no hay tal incidencia de sexo o género. Para Woolf el meollo del asunto es otro: “el predominio de la palabra “yo” y la aridez que proyecta su sombra, como la del haya gigante. Nada puede crecer ahí”. Como Charlotte Bronte, que malogra su talento porque “escribirá sobre ella misma en lugar de escribir sobre sus personajes”. Lo opuesto a El narrador de Benjamin, olvidado de sí mismo para poder narrar. Woolf lo dice a su manera: “Piensen en la cosa en sí”. Apela al ejemplo del pasajero del tren, que mira por la ventanilla y le describe a su acompañante, el paisaje que va quedando atrás. El mismo que usa Freud para explicar la regla técnica de la asociación libre en el análisis. Ya que el “yo” no sabe lo que dice, o no sabe qué dice con lo que dice.
A Woolf, por sobre todas las cosas, le gustaba leer. Porque después de leer, “el mundo está como desnudo de su envoltura y dotado de más intensa vida”. Hay que saber leer. Eso hace Woolf, y a eso, interpela su lectura. Una cosa es ser ignorante, otra, la pasión por la ignorancia.
CARTA DE LECTORES
Estimado Germán
En la Pag. 90 de El estadio del espejo, hay una referencia a la obra de Hierónimus Bosch, El jardín de las delicias, evocada anoche, en la clase.
En ese párrafo, Lacan usa una palabra que me llamó la atención, no la conocía, exoscopia. Por supuesto, quise saber su significado y me encontré con esto en un tratado de geología, que me parece muy interesante y como si fuera poco, no carente de belleza.
Me gustó lo que encontré, porque tiene un aire freudiano, aunque es retórica de la geología. La definición dice así:
"Exoscopia: técnica que consiste en que granos individuales de arena son vistos, en un microscopio de barrido, con varios miles de aumentos. Esto nos permite estudiar las huellas dejadas por cada medio de transporte en los granos de cuarzo. El carácter inestable de muchas áreas de depósito en los continentes y en las plataformas continentales permite la migración sucesiva de los granos de arena a través de ellas, por lo que un sólo grano de cuarzo nos puede permitir completar un registro con todos los acontecimientos sedimentarios y erosivos de toda una región.
Cuando un grano de arena es transportado en un río, choca violentamente con otros, generando bordes angulosos. Por otro lado, el viento pule rápidamente las aristas, pero crea marcas de impacto en forma de media luna. El hielo comprime los granos, imprimiendo en ellos estrías y otras marcas de deslizamiento. El medio marino producirá una abrasión homogénea en el grano, redondeándolo, así como una corrosión química, ya que el medio marino siempre está muy subsaturado en sílice."
Bibliografía
ANGUITA VIRELLA, F. Origen e Historia de la Tierra. Madrid, Rueda, 1988.
Un abrazo
Julio C Riveros
https://bibliotecadelcentrodescartes.blogspot.com.ar/
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