jueves, 12 de diciembre de 2019

LAS BUENAS INTENCIONES. DE ANA GARCÍA BLAYA. LAS FORMAS DEL AMOR.

Hola a todos! En medio de semanas y días de furia, me hice un tiempo para ver esta película, llevada principalmente por la invitación y la sugerencia de mi querida Marlene Lievendag (ilustradora de mi poemario Criaturas de arena), responsable de la enorme dirección de arte del film.  
El cine argentino me trata muy bien últimamente. ¡Es algo para enorgullecerse! Vi en las últimas semanas otras dos películas no argentinas que no les comenté, porque las consideré "domingueras", es decir, están bien, entretenidas si un domingo a la tarde no tenés mejores planes. Quizás las comente, sólo por el gusto de polemizar. 
De la mano de Ana García Blaya, su directora, llega en cambio, esta hermosa, profunda y muy humana película, sobre las formas y los modos del amor, múltiples, insondables, dolorosos e imprescindibles a la vez. 
La historia va de lo siguiente: un padre, bohemio, con algunas pasiones (la música y el fútbol, en menor medida) que comparte con sus tres hijos: dos niñas y un niño. Ellos parecen disfrutar mucho de esa vida impredecible y llena de emociones fuertes,  que les brinda el padre cuando es "su semana". La semana que no es la suya, lo pasan con la madre, una mujer "atristada", con gesto ensombrecido, que rehizo su vida amorosa con otro hombre. Por su parte, el padre va de chica en chica, pero ninguna alcanza, a pesar de cierto deseo de sus hijos, la categoría de novia. Él parece encarnar el exceso y el descontrol y ella, la maternidad "exacta, precisa, necesaria". Pero no del todo, ni una cosa ni la otra.
Hay amigos de él cómplices: en las pasiones, con las mujeres, y con la paternidad. Habrá, dada la incertidumbre con la que se vive en la ciudad de Buenos Aires, allá por comienzos de los ´90 (década en la que se sitúa el film), una decisión que irrumpirá en las vidas y en las emociones de los miembros de esta cuasi-semi-agonizante-vital- familia, atravesada y por qué no, también casi destruída por el peso de las obligaciones y responsabilidades materiales que implica una familia. Y no les cuento más del argumento.
Las actuaciones son maravillosas, pero es imposible no ver que Javier Drolas (el padre) y Amanda Minujín (la hija mayor) se roban la película, tejiendo entre ellos una relación paterno/filial (las posiciones fluctúan, no son fijas) tan tierna y amorosa como inconcebible.
Hay una reconstrucción de época muy lograda, a partir de los temas musicales que forman una banda de sonido sólida y genial (va desde Andrés Calamaro hasta el Himno Nacional, versión Charly García), y que son momentos del film gloriosos: el padre con sus hijos unidos a partir y gracias al amor a la música.
Creo recordar que sólo un libro asume algún grado de protagonismo en el film, y no debió haber sido casual. Se trata de Nueve cuentos de Salinger. ¿Por qué? Porque los niños, los hijos en cuestión son muyyyy salingerianos: poseen sensibilidad e intelecto de un nivel que no se corresponde con la edad vital que tienen. Como los niños-Salinger, éstos son pequeños monstruos; sorprenden y fascinan, horrorizan y enternecen a la vez.
La dirección es sorprendente: hay dos niveles de imágenes (no pierdan de vista que hablo como espectadora, no como crítica de cine), las claras, en continuidad, "narrativamente" más inequívocas y sincrónicas, pero hay otras, las más logradas para mi gusto, las mejores, que son planos cortos de cuerpos, gestos partidos, tomas fuera de foco, "editadas", "montadas", que muestran fragmentos, segmentos, partes. Para mí, esta decisión de la directora nos transmite cierta filosofía sobre el amor, en cualquiera de sus formas: el amor valioso, el que hace bien, el que trasciende a las personas y quizá también a sus actos, se presenta por destellos, por fragmentos, por epifanías; fragmentado, de a trozos. No es masivo. 
Pensaba a partir del film, en la forma de una fábula: los protagonistas no revisten la tradicional característica de las mismas, porque no se trata de animales, pero sí se trata de criaturas humanas, amorosas, conectadas profundamente, indefensas e indestructibles a la vez. Tampoco presenta el final propio de las fábulas: en ésta, no hay moraleja porque en materia de amor, lo inefable asume una presencia insoslayable, que irá insinuándose y sólo insinuándose, con el porvenir de esos seres, de esas vidas habitadas por dicho sentimiento. Paradójicamente, son estas dos cualidades las que me hacen pensar que sí puede ser una fábula inmensa y tierna sobre los modos y las formas del amor.
Me tocó muy de cerca; viajó directo a mi corazón y no pude evitar que se me llenaran los ojos de lágrimas. 
Vayan a verla! Pronto!

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