Mesa
de la SEA en la Feria del Libro de Buenos Aires. 12 de Mayo de 2018
El sábado pasado tuvo lugar en la Feria, una
conversación con Germán García, escritor y psicoanalista. Estuvo animada por Nicolás
Hochman.
García
se
remitió a Freud, y a su idea de que
todo lo que recordamos antes de los 12 años, está reelaborado mil veces. Dicha
idea ofició de marco para la evocación de sus recuerdos.
Sus comienzos con la escritura los relacionó con su
gusto por la poesía española: leía a Quevedo,
a Góngora, y escribía poesía. Con eso
logró hacerse conocido en Junín, una ciudad chica de la provincia de Buenos
Aires. La muerte del corredor Eusebio Marcilla, héroe de la ciudad, le inspiró
un poema rimado publicado en el diario radical Democracia, que le gustó a todo el mundo, y le dio cierta fama.
Tendría por entonces 13 o 14 años. Luego, como a los 15, escribió un artículo
sobre Kafka. A los 16 vino a Buenos
Aires, y como decía que era escritor (cuando le preguntaban a qué se dedicaba),
se puso a escribir, y a gestar Nanina, su primera novela. Lo que lo
atraía de la escritura era que se puede escribir hasta cuando a uno no se le
ocurre nada: se escribe sobre eso (como sostenía Henry Miller). Si uno escribe es imposible entonces, no tener sobre
qué escribir. Refirió que lo que vino después tuvo que ver con la suerte:
Nanina fue un suceso de ventas (4 ediciones de 3000 ejemplares en un
par de meses), entonces llegó la prohibición por el gobierno de Onganía y su
orgullo por ello, junto con el temor de
que no le prohibieran la próxima.
La publicación surgió por un encuentro azaroso con Bernardo Kordon en la librería donde trabajaba. Kordon llevó material de la futura Nanina
a Jorge Álvarez. Al tiempo
vuelven a encontrarse y Kordon le
dice que llame a la editorial y hable con Rodolfo
Walsh, encargado de la selección de las publicaciones. Walsh decide llevarla al Premio Casa de las Américas de Cuba. La
novela no gana: le habían dado el premio el año anterior a David Viñas, y no iban a repetir país premiado. Este hecho determinó
el alejamiento de García de dicho premio, y su gusto por los escritores cubanos
disidentes: Arenas, Cabrera Infante,
Lezama Lima. Nanina es publicada entonces por Jorge Álvarez. La novela que lleva el nombre de una gatita blanca,
fue muy bien recibida por los lectores. La censura le implicó “pasar solo de la página de culturales a la de policiales”, sin
apoyo de sus colegas, que al decir de García, les importaba si estabas preso
por cuestiones políticas pero no si era por temas culturales. Le dieron dos
años de prisión en suspenso, a la vez que este hecho lo alineó con escritores
de la talla del Marqués de Sade y Henry Miller; se sintió de otra
dimensión, sin sentirse obligado a juntarse con nadie.
Cancha
Rayada, su próxima novela, fue contra Nanina: si lo habían
prohibido en nombre de la patria, iba a ironizar y satirizar sobre ella; la patria
misma era algo poco creíble (como ejemplo vale el retrato de San Martín que
ilustra la tapa de la novela: pintado en Bruselas, de autor anónimo, semejante
para todos los héroes latinoamericanos). Vuelve a Freud para citar la frase: “la
escritura es, originalmente, el lenguaje del ausente”. Cancha Rayada comienza
entonces con un homenaje a Borges (Tiresias)
que fue el único que para García,
puso la literatura por encima de todo.
Nanina
y
Cancha
Rayada le valieron volverse un hombre maldito en Junín: la gente
escribía a la revista Gente pidiendo que enviaran un periodista a comprobar lo
hermosa y pura que era la ciudad; para contrarrestar las patrañas que había
escrito. De hecho, en la actualidad alguien del gobierno tenía la propuesta de
otorgarle el título de ciudadano ilustre de Junín y para no dividir la ciudad,
fue dejado sin efecto.
Con La vía regia, la próxima novela,
tuvo también un episodio de censura del que no se enteró en su momento: debido
a la foto de la tapa, que mostraba el pubis de un cuerpo, sin poder saber si
era de un hombre o de una mujer. En este caso la prohibición fue de exhibición.
Luego se refirió a su vínculo con Guzmán (autor de El frasquito) y de Lamborghini
(autor de El fiord). Previo paso por
la revista
Los libros, a cargo de Héctor
Schmucler (de la que se desvincula por la creciente politización de sus
participantes, que se dividían entre los afectos al VC y los afectos al PCR), hizo
Literal,
proyecto en el que se incluyen tanto Guzmán
como Lamborghini, pensada como una
publicación que pudiera llevarse en el bolsillo. Si bien no afirmó haber
sentido que inauguraban una nueva manera de narrar en nuestro país, sí tuvo
conciencia de que molestaban a todo el mundo. Mencionó a Kojeve
y su artículo Juliano y el arte de
escribir, y lo refirió al slogan que había acuñado para la publicación: “no matar la palabra, no dejarse matar por
ella”.
Recordó a su amigo Ricardo Piglia, a quién conocía de Los libros (que tiene su
edición facsimilar gracias a la gestión de Horacio
González al frente de la Biblioteca Nacional), aunque no compartía con él
la idea del compromiso político del escritor: García consideraba que no tenían
ningún peso, a nadie le importaba la revista; incluso ahora nadie la lee, dijo,
a pesar de ser una revista extraordinaria.
Luego de La via regia, se fue a España, y en
la editorial Montesinos publicó la novela Perdido, que volvería a publicarse
en Argentina como La fortuna. En el interin publicó
quince o dieciséis libros sobre Psicoanálisis, incluidas dos historias de
la entrada del Psicoanálisis en la Argentina: con La entrada del Psicoanálisis en
la Argentina y los debates culturales: ejemplos argentinos, gana la beca Guggenheim. Sus investigaciones
llevaron a situar que el psicoanálisis en nuestro país no llega con Garma, en
el 42, sino en 1910.
Finalmente habló de Miserere, su última
novela editada por Mansalva en 2016. A diferencia de las anteriores, Miserere
se escribió lentamente, con tiempo. Ante la pregunta de Hochman, García precisó que no sabe si es la novela de la madurez.
Refirió que los que hicieron humor en las décadas del 50 y el 60 eran
infantilizados (como Chaplin). Leyó entonces, una frase de la novela que toma Hochman en su artículo Miserere
o la era de la inmadurez, publicado en el último número de la revista
Etcétera, de la Fundación Descartes: “Lamento que la vida sea tan corta para lo que quiero, y tan larga para
lo que se fuga, para lo que se escabulle cuando me acerco”. Se preguntó
entonces: ¿Qué es, maduro o inmaduro?
Ante la pregunta sobre qué cambió desde las primeras
novelas a Miserere, García
planteó un viraje en la cultura: del movimiento francés que acercaba a Lacan, Foucault, Benveniste, Barthes;
del desencanto de la juventud se pasó a un estilo balzaciano de narrar, situado
principalmente en Estados Unidos, alejado de las dificultades que implicaba acercarse
a Joyce, a Faulkner, por ejemplo.
Todo lo narrado que es exitoso, de una manera o de otra, debe referirse a la
distopia, lugar común de esta época. No hay, para García, narradores norteamericanos que estén a la altura de las
vanguardias europeas (Gombrowicz, Jarry, por ejemplo).
En relación con su nombre y firma en sus novelas,
comentó que comenzó firmando con su segundo nombre Leopoldo (desoyendo la idea
de la editorial que lo publicaba de cambiar su nombre), debido a un escritor de
Bahía Blanca homónimo. En el 2000, suponiendo que dicho escritor había muerto,
decidió firmar Germán García. La aparición de otro “escritor” homónimo en
alguna cárcel del sur, donde había escrito sus memorias, le hizo pensarse, en
un alarde de humor característico de él, como el Homero del sur: un escritor que
aunara y avalara lo escrito por todos los otros Germán García.
Hubo lugar luego para preguntas que evocaron su
decisión de no escribir sobre los asesinatos y desapariciones de amigos durante
de la dictadura de los 70, la pertinencia de no mezclar literatura y psicoanálisis
(dada la tendencia americana de literaturizar el psicoanálisis sobre todo
lacaniano), y el psicoanálisis como un discurso en el que no hay diálogo ni
intersubjetividad, sino malentendido y cálculo de la interpretación, de modo
que está excluido para el escritor, servirse de lo que produce dicho discurso.
Fue un encuentro excepcional: ameno, divertido,
interesante, lleno de anécdotas que dejaron mucho para pensar sobre el
psicoanálisis y sobre el lugar de la cultura en nuestro país, encuentro del que
estas líneas ofrecen solo un esbozo.
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