lunes, 7 de mayo de 2018

El casamiento de Witold Gombrowicz, en el San Martín

Fui a ver El casamiento. Me gustó mucho. La obra no está formalmente dividida en partes, pero tuve la impresión de que en su forma (tema tan caro para Gombrowicz) sí lo está.
La acción comienza muy alto. Es un disfrute total:
desde el lenguaje (lleno de rimas, asociaciones metonímicas de palabras, asociaciones de conceptos, ironía, sarcasmo, etc) que ofrece humor e hilaridad, a la coreografía de los personajes, que roza por momentos lo circense y lo paródico, hasta la puesta, la iluminación, la musicalización y la escenografía: muy impactante, novedoso, y ambicioso.
Luego, la intensidad cae, y la risa, tan fundamental al comienzo para sobrellevar un argumento que fragmenta y menosprecia las instituciones y los valores occidentales (el matrimonio, el ejército, el respeto a los padres, la virginidad, etc) se ausenta, y empieza a tomar forma el tinte dramático, que persiste hasta el final y deja un sabor agridulce. Se configura en el escenario la escasez de recursos, y toma cuerpo la amargura. Como espectadora habría agradecido ese final pero acompañado de más humor, o más paródico,
Un párrafo aparte para Luis Ziembrowski (Enrique). Literalmente se apropia de la obra: lleva adelante una labor interpretativa descollante, transitando la frontera entre la tragedia y lo cómico con ductilidad y enorme capacidad histriónica, usando su cuerpo de la manera más provechosa para el texto, a lo largo de los 100 minutos que dura la obra y con un texto tan musical como complejo.
También se luce muchísimo Federico Liss (Pepe), una suerte de clown al estilo Shakespeare que es la compañía y complemento perfecto para Enrique.
Roberto Carnaghi encarna con holgura y solidez al padre de Enrique.
Laura Novoa encarna con solidez a María, la cónyuge de la obra, a la manera de una muñeca de trapo plástica y casi amorfa.





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