jueves, 15 de octubre de 2020

UN SUEÑO QUE DESPIERTA. LA SONÁMBULA, RECUERDOS DEL FUTURO. DE FERNANDO SPINER. (1998)


Hoy te quiero recomendar la película multipremiada,que fuera la promisoria ópera prima de Fernando Spiner. Estrenada hace 30 años, cuando corría la inenarrable década del ´90 en nuestro país, esta enigmática y fascinante película fue un presagio. No tengo duda de ello. Con guión del mismo Spiner, Fabián Bielinsky y del querido y extrañado Ricardo Piglia, es un complejo nudo entre subjetividades, regímenes políticos y el tan humano como ancestral ámbito del sueño: la otra escena, tal como fuera nombrada por Freud.
 
Te cuento el argumento en pocas líneas, porque además no es tan fácil de resumir: enmarcada en el género de ciencia ficción, en una Buenos Aires del futuro (¿habremos llegado ya allí?), situada en 2010 (recuerden que era el año del Bicentenario) un experimento realizado por un gobierno totalitario con una sustancia química, provoca en cientos de miles de habitantes, la pérdida de memoria y por lo tanto de la identidad. Los desafortunados ciudadanos son captados por las fuerzas del orden, el Ministerio de Control Social, y reeducados; se les enseña en grupos terapéuticos, a aceptar la que era antes su familia, o pareja. Se les graba en la piel un código de barras que será a partir de entonces, su identidad. En ese contexto, aparece Eva, la sonámbula, encarnada por Sofía Viruboff, una mujer que recuerda a pesar de los intentos por borrar su memoria, sospechada además de algún vínculo político y/o amoroso con Gauna, un líder de la resistencia y enemigo del Estado. Este supuesto vínculo y el hecho de que la memoria de Eva no hubiera sido borrada, les hace pensar al doctor Gazzar, interpretado por Lorenzo Quinteros, y a Santos, personificado por Patricio Contreras, funcionario de dudosa moral, que pueden usarla de carnada para llegar a Gauna, el líder de la resistencia. Encargarán a Ariel Kluge, encarnado por Eusebio Poncela, que se "una" a Eva en su huida y, rastreándolo gracias a un chip implantado en su cuerpo, los lleve hacia Gauna. 
Pero el encuentro entre Eva y Ariel no saldrá como se esperaba, en particular para Ariel. Entonces la película se transforma en una hermosa y poética alegoría sobre el sueño y el despertar, y su título en una ironía.
Este film, sin Lacan, supo transmitir que los que no se dejan engañar por el inconciente, yerran. Una torsión transforma por completo lo que creíamos realidad; ésta deviene onírica, en correspondencia con la huída de Eva y Ariel, en una road movie intensa y surreal, por los escenarios y por los personajes que se encuentran en el camino: los enormes Norman Briski y Alejandro Urdapilleta, que a mi juicio, se roban la película con apenas minutos de aparición.
 
No cabe duda de que si Freud tenía razón, y el sueño es la via regia para tocar algo del inconciente, son los sueños que se recuerdan, los que angustian o los que despiertan los que detentan esa cualidad. Los que se olvidan cumplen sólo la función de velar el dormir, como también dijera el Maestro. 
Entonces la pesadilla se vuelve real: nadie es quien era (algo que también dice Freud, en el sueño el soñante puede aparecer encarnando varias presencias a la vez, y las presencias aparecer transpuestas, desplazadas), y las cosas no salen como se habría deseado... pero ya se ha despertado y eso deja una marca. 
Un final abierto no hace más que abonar a esta hipótesis de lectura que les cuento: el film es una alegoría como les decía, de que la vida es sueño, como dijo Calderón, pero hay despertares que se anudan a la memoria para reelaborarla, no para perderla, y esa ganancia de saber conlleva una marca en la subjetividad con la que cada uno sabrá hacer, o no. 

El logro artístico y estético de la película me fascinó: fue dirigida por Spiner, como les dijera, asistido por Ricardo Padula. La dirección de arte estuvo a cargo de Vera Español, el montaje lo hizo Alejandro Parisow, y el productor ejecutivo fue Rolo Azpeitía.

 Las locaciones son in-cre-í-bles!! La fotografía también. 
Los actores están todos muy bien, en especial Sofía Viruboff dando cuerpo a una Eva etérea, inatrapable, agente del deseo, y Eusebio Poncela, cuyos rostros a veces, cortan la respiración. Quinteros y Contreras también están muy bien. Pero como dije, cuando aparecen Norman Briski y Alejandro Urdapilleta el film desborda talento; la pantalla desprende una luz potente y fascinante. La música de Leo Sujatovich es perfecta.  

Es impresionante que este enorme y potente film, con resonancias en varios registros de lo humano, fuera la primera película de Fernando Spiner. Me explico un poco más, entonces, esos hallazgos maravillosos que fueron La boya, y la obra maestra Aballay, el hombre sin miedo.
Si me mandás mensaje por privado, te habilito para que la veas en Vimeo. ¡Gracias Fernando Spiner!

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