Ya les hablé de Shunga, interesantísima novela, tan poética como cruel, tan humana y arcaica en sus temas como dura y moderna.
Ahora les hablo de Sugokusë (no se cómo escribir la barra que cruza la O). Esta novela no es tan poética, es cruda, inteligente, sorprendente, impactante. Narra la historia de una mujer tatuadora, de su amor inconfesable, del encuentro con un cliente sospechoso y aterrador, Joaco, que llega a su local pidiéndole aquello que vulnera los límites de Marcia: tatuarle en los párpados dos pétalos de sangre. El pago que le ofrece es enorme y Marcia necesita el dinero... Sabremos para qué cuando se desarrolle la acción.
La trama avanza de manera magistral. Sugokusë es, nos cuenta la novela, una danza noruega que elogia la lentitud del cuerpo y de las piedras: es un intento de detener los ritmos corporales, de dominarlos, de focilizarlos. La danza enseña a parpadear como lo haría una piedra; se propone vencer al tiempo y al espacio. Vemos que no hay mucha diferencia entre este planteo y el estado de Nirvana, o del retorno a lo inanimado, tan caro a Freud en su Más allá del principio de placer.
Los encuentros entre ellos se encadenan, se suceden con parsimonia y con desplazamientos apenas perceptibles, leves, pero definitivos; como si se tratara de una danza que ambos bailan y que el autor va entretejiendo con arte para el lector.
Dos juegos (Joaco mira los tatuajes expuestos en láminas y se propone adivinar qué tipo de persona se lo habría tatuado, uno; relatos supuestamente escuchados de un pescador noruego, desencadenados a partir de una palabra que instaría a Marcia a proponer, y que funcionaría como disparador, el segundo) se van entrelazando. A medida que esto ocurre crece la tensión del relato: las palabras no son aleatorias y los relatos van ganando en intensidad y en crueldad. Joaco va tatuándose de a poco, mientras se entrena en el arte del no parpadeo (para eventualmente conservar mejor los colores del tatuaje de sus párpados, cuando se los hiciera). Los "juegos" avanzan y un desplazamiento se produce: ya no es él el tatuado, sino las chicas que él lleva; los relatos infiltran la escena ¡Se imaginarán hasta qué punto la lectura se vuelve siniestra por evocación, intensa por los relatos, incierta por las alusiones y las elisiones!
Esta es una novela sobre la mortificación del cuerpo, y en especial, sobre el cuerpo femenino, que aparece bajo distintas maneras, ninguna gozosa o feliz: el cuerpo accidentado, gordo, excesivamente flaco, encerrado, violado, violentado, descuartizado, y el tatuaje funciona como un ritual también mortífero, como intento de dominarlo, de adueñarse de él.
¿Cómo logra Martín que quedemos atrapados en la trama, que sigamos leyendo, que incluso volvamos a leerla (es mi caso), y que la disfrutemos?
Tengo que decir que él es un maestro de la sinestesia: es capaz de narrar muy poéticamente el enredo de los sentido. Por otro lado, en este caso, la narración es quirúrgica, filosa, cortante, escandida (con excepción de los relatos que Joaco cuenta a Marcia mientras ella trabaja) lo que le da una eficacia sin igual al relato. Además las tramas, lo que ocurre en sus novelas es siempre diferente de lo esperado, de lo esperable; es un mago de los caminos poco transitados y sorprendentes de la literatura.
¡Imposible no evocar el relato de Borges, La forma de la espada! Y no digo más.
Por todo esto Sugokusë es una novela imperdible si te gusta la literatura con mayúsculas.
Me repito: lean a Martín Sancia Kawamichi.
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