viernes, 20 de noviembre de 2020

A PROPÓSITO DE LA MUJER QUE NO EXISTE: LAS MUJERES, LOS CUERPOS, LOS GOCES Y EL AMOR. LAS BODAS VACÍAS DEL TONTO Y LA LOCA. SOBRE EL MAL DE LA MUERTE DE MARGUERITE DURAS.

LAS BODAS VACÍAS DEL TONTO Y LA LOCA. (TEXTO PUBLICADO EN EL CALDERO DE LA EOL EN 2000)

 Voy a marcar cuatro escansiones en “El Mal de la muerte, para desarrollar la hipótesis siguiente: 

en el rechazo del goce fálico, la histeria produce el rechazo correlativo del posible acceso al  cuerpo como Otro, al Otro sexo. La posición del personaje femenino irrumpe como enunciación de dichas escansiones, ordenadas a partir del personaje masculino.

 

1* momento: La hora de la verdad.

El hombre en cuestión, se ha confrontado de manera misteriosa para el lector, con el punto en el que su goce ha “entrado en pérdida”, goce que puede deducirse, había funcionado  infaliblemente,  hasta ese momento.Él sabe que ya no le alcanza con eso, o  lo intuye: quiere intentar “conocer eso, acostumbrarse a eso, a ese cuerpo”(1). Quiere probar amar, intuyendo que eso no va sin el encuentro con un cuerpo femenino. Cree poder diseñar, preparar, pautar, y negociar un encuentro. Sin embargo, en el encuentro de los cuerpos entre un hombre y una mujer, siempre hay margen para la sorpresa, para la irrupción de la contingencia.

Ella debía ser desconocida, bella, pero no cualquiera. Su nombre sería un perfume, y su rasgo el silencio, condición erótica que funcionaría velando que quizás era el zumbido del mar, comparable con aquél sexo oscuro, misterioso, lo que orientaba en otro sentido. ¿Era ella su sueño?

En la consumación,  su grito, su goce, despiertan  la verdad que él intentaría callar, infructuosamente.(2)

En el goce sexual, nos dice Lacan, la mujer es para el hombre la hora de la verdad.

“Nadie mejor que la mujer- y aquí ella es el Otro, sabe lo que es disyuntivo respecto del goce y la apariencia. Eso es lo que ella sabe...” por estar privada, y en tanto “el goce masculino es apariencia”, el hombre mantiene dicha apariencia.(3). Entonces, si en el goce sexual, el hombre se confronta con la castración, y en ello la mujer encarna la hora de la verdad para él; para ella, por otro lado, es también la oportunidad para descubrir aquello que Lacan nos dice que sabe:  su desdoblamiento respecto del goce, en relación al goce fálico. Punto de bisagra que le abrirá a ella, más de una alternativa para ubicarse, algunas de las cuales, pueden separarla del efecto de lo que su propio cuerpo testimonia, en tanto para ella misma , ella también es el Otro. Que su goce no sea todo fálico, es justamente lo que relaciona a las mujeres con la verdad, ya que esta última, también es no- toda.  Lacan situará al inconciente, diciendo que “...aquello que es el resorte del inconciente no representa más que el horror por esta verdad” (4)

Entonces ¿Quién sueña a quién?. Ella dormirá incansablemente, encarnando para él un enigma de otro orden, y que orienta la historia. Él se pregunta  “...qué contiene el sueño de ésta que está en la cama?"(5), enigma que remite al deseo, y que se agrega al misterio de una forma ajena, ignorada.

 

2* momento: un mal que lo mira

El instante en el que ella se da cuenta de que a él lo invade el mal de la muerte es cuando se siente atraída por él.

La ignorancia reconocida por él de ese cuerpo se desliza,  efecto de un decir que devela  en ella un saber inequívoco, indialectizable.

Los gemidos acallados, ceden paso a un decir que cada vez se encarnizará más. Ella deviene entonces mirada para él, punto tíquico del encuentro con el horror de la mancha  que lo mira, extendida por la blancura de las sábanas.

Él le ruega que pronuncie la palabra que lo nombra, la que lograría equivocar la mal-dición de la muerte. Ella no consiente, pero algo inexplicablemente, más allá del decir de ella, facilita que de ese cuerpo “cada una de las partes (...) es por si sola testigo de su totalidad”(6) . Algo de ella lo invade, se apodera de él.

Se puede situar una disyunción en ella: ella presentifica el misterio , posibilitándole a él el encuentro con el Otro sexo. Pero por otro lado, y en una suerte de escala invertida, su decir  va estrechando cada vez más  el margen para que se aloje un decir de él sobre aquello mismo enigmático.

Las posiciones se polarizarán a partir de aquí.

Si bien, en el amor, al hombre le basta su goce, en prescindencia de la palabra, y por ello, nada comprende de ese goce, ni del Otro sexo, este hombre pareciera llevar adelante un intento de anudar el goce no al Otro sexo, sino al decir verdadero, es decir, aquella vía de la verdad que anuda el decir  al saber inconciente.

Su intento seria el de abrir su goce a las vías del amor, como forma no de rechazo, sino de inscripción del encuentro con lo femenino.

Sabemos que en ese punto de anudamiento, el decir que surge, suple la no relación sexual, no la verifica en su imposibilidad, nada tiene que ver , nos dice Lacan, con la verdad de la no relación .(7). Pero a la vez, afirma la necesidad de pasar por el decir verdadero, como paso lógico previo, para arribar luego a un decir que devenga acontecimiento, que anude inconciente, goce y decir.

Por ello, no estaría mal afirmar que no todo está perdido para él. ¿Qué ocurre con ella?

En tanto “el goce de la mujer no marcha sin decir, o sea , sin el decir de la verdad”, es justo la dimensión de la verdad  como medio decir la que empieza a desvanecerse en el decir de ella, abriendo de ese modo la pregunta no por el amor, sino por su goce.

Puntualicemos que el decir de la verdad, no es decir la verdad del goce, sino sus antípodas. El decir de la verdad implica que algo del goce resta indecible.

¿Qué es, por lo tanto, lo que el encuentro con él revela en ella, cuál es su posición?

¿Qué sueña ella?

 

3* momento:  Encontrar en ella su marca.

Ella comienza a sustraerse de la escena; quiere saber si alguna vez él amó a alguna, o podríamos decir, a otra.  Ella, curiosamente, no quiere saber si la ama a ella. Él acepta en ella, el goce de un cuerpo hasta ese momento no abordado y casi temido, el de una mujer, en la que reconoce el mal de su vida. “Es en ella , en su cuerpo dormido, donde lo ve”(8). Eso es lo que la hace amable, junto con el resonar de sus gemidos, con el ruido del oleaje de mar, también oscuro, ajeno, Otro;  dimensión de aquello que el decir no anuda. Ni en él, ni en ella.

De cualquier  modo, él se engaña, “cree ser el rey de ese acontecimiento en curso, cree que existe”(9), que existe para ella.

Por el contrario, su dicha soñada (vuelve el sueño), la de ella, es estar  llena de un hombre, de él, de otro, o de otro aún.... Se nos devela  aquí parte del secreto.

Es la marca que él ha alojado en ella de lo que ella quiere desprenderse. Es ese rechazo en ella lo que desencadenará todo:  rechazo del engaño, del inconciente, del amor.

En el Seminario XXI (10) , Lacan nos advierte de que el inconciente se define por saber que el hombre no es la mujer.  El inconciente sabe que el hombre no es la mujer, pero no dice qué es una mujer. Punto de relación entre el inconciente y el goce falico.

Si en el encuentro con la histérica, el hombre tiene la pequeña posibilidad de que le surja la buena idea, la idea de que no sabe nada, ( del Otro sexo) , la misma pequeña posibilidad se abre para ella, en tanto ella, al hacer al hombre, tampoco sabe. (11).

Así ella le pregunta por el color del mar. Él responde : negro. Ella entonces, afirma que el mar nunca es negro, que él debe confundirse. Veo allí que esa pequeña posibilidad  comienza a escurrirse, para ella. Lo femenino es enigmático aún para las mujeres.

Él ha sentido el deseo de matarla, de guardarla para si, pero sin embargo se mantiene a distancia, no se lo hace saber. Esa distancia ... ¿es lo que lo resguarda? ¿De qué lo resguarda? 

 

4* momento: un “ verdadero” final: el vaticinio.

Inicia esta última escansión el punto en el que él le pregunta a ella si cree que se le puede amar, a él. Ella responde que no. Pero no solo eso.  Surge el vaticinio femenino con toda su ferocidad. Ella afirma que él anuncia el reino de la muerte,  y casi en sueños nuevamente, termina diciéndole que no siga llorando por si mismo, ya que no vale la pena. Ella se burla durmiendo.  Y esta vez, no logra hacer brotar el horror, sino al niño que él una vez fue, o que  todavía es, en algún lugar de su soledad.

Ella rechaza el saber masculino. ¿Es en ese rechazo que se constituye una mujer como vía de acceso al Otro cuerpo?  El decir estragante, superyoico es una de las vertientes del decir femenino, pero ¿abre el mismo el acceso al Otro cuerpo? ¿O solo  convierte al hombre en un “etourdit”(aturdido)? La verdadera mujer, no es una.

Con todo, él logra hacer de ese encuentro, una historia de amor. Lo cuenta de muchas maneras distintas, percatándose de  que contarlo a la vez, es también perderlo un poco.

En relación a ella, ¿qué se pierde...?

Ella se pierde, ella es la burlada.

Ella se extravía, y allí está lo que el texto dice sin decirlo.

Desde otra perspectiva: no se trataría ya de que ella fuera un sueño de él. En tanto no hace de una mujer su síntoma, sueña con una. Y la sueña allí donde no puede abordarla real –mente.

Me oriento más a pensar que todo no es más que un sueño de ella, que nos enseñaría que es de ese modo como la histérica sueña al hombre, hombre que ella a la vez encarna. Es como ella se sueña soñada por él , en tanto “la portadora de una admirable imposibilidad” que la vuelve inalcanzable para un hombre.

En esta línea, el goce fálico en el hombre es obstáculo para el acceso al Otro Sexo, tanto como para “el arrebato”, es decir, para “dejarse arrebatar”.  Y de allí la ferocidad en la histeria. M.H. Brousse retoma esta cuestión en su artículo “Ravage et desir de l’analyste”. Allí sitúa que el estrago se inscribe en el registro de la seducción como salida del penisneid, en la clínica de las posiciones femeninas. El estrago define allí, la posición femenina de querer arrebatarle-lo al hombre, llevándolo hacia el dominio de un goce innombrable. Disputa por el goce fálico , a la vez que intento de enloquecerlo, cuestión situada en El saber del Psicoanalista por Lacan.

Ubico allí lo que J-A.Miller introduce en Les us du Laps, como el sesgo de perversidad en la histeria que encuentra perfectamente situable en los personajes de Marguerite Duras. 

Hacer de lo femenino un “atributo admirable” y no un suplemento a la lógica fálica, conduce a un empuje que ya no cuestiona al falo, sino que rechaza el goce fálico en tanto discontinuo, cíclico; volviendo como consecuencia, igualmente inaccesible  lo femenino.

 

* Trabajo presentado en las Noches de la Escuela, en el ciclo El Otro- cuerpo.

 

Citas

(1)   Duras, M. El Mal de la muerte.  La sonrisa vertical. Tusquets Editores. Pag.10

(2)   Ibid. (1) . pag. 15

(3)   Lacan, J. Seminario XVIII. Inédito. Pag. 29

(4)   Ibid, (3). Pag. 29

(5)   Ibid, (1). Pag. 17

(6)   Ibid (1). Pag. 25

(7)   Lacan, J. Seminario XXI. Inédito. Clase del 12-2-74

(8)   Ibid (1), pag. 33

(9)   Ibid (1), pag. 39

(10)           Ibid. (7), clase del 15-1-74

(11)           Ibid (7), clase del 15-1-74

·         Miller, J-A. Seminario Orientación Lacaniana. Les Us du Laps.’ 99- 00. Curso 19

·         Brousse, M. H. Ravage et desir de l’analyste. En Ornicar digital N* 145. 20-10-00

·         Lacan, J. Clases “El saber del psicoanalista”. Inéditas.

 

 

 

 

 

 

 

 

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