martes, 11 de mayo de 2021

DRUK. UNA ELEGÍA DE AMOR. DIRIGIDA POR THOMAS VINTERBERG. 2020. Con link para verla.

Termino de ver este film conmovedor que me llevó de a poco, al borde de las lágrimas. Aunque debo decir que desde hace algunos años, soy de lágrima fácil. 
Investigando datos descubrí que su filmación estuvo signada por la muerte traumática (accidente de tránsito) de la hija del director, de apenas 19 años, a quién está dedicado el film. El accidente no tuvo que ver con el alcoholismo, tema de la película; no al menos con el de la hija de Vinterberg, ni con el de su madre, que iba en el coche con ella. 
Esta tragedia signa la filmación. 
El film comienza con una cita de Kierkegaard: "¿Qué es el amor? El contenido de un sueño". 
A diferencia de Nomadland, film ganador del Oscar a la mejor película, en Druk, que mereció el Oscar a la mejor película extranjera, las cosas no están claras desde el comienzo: no hay buenos y malos, víctimas y victimarios, un sistema que despoja a los seres humanos de humanidad y los despojados que sobreviven como pueden. 
En Druk el mal acecha desde adentro; es pulsional, implica un asedio inasimilable: la insatisfacción respecto de la vida que cada uno de los personajes pudo construirse es enorme. Lo que no les impide a cada uno de ellos, estar habitados por una suerte de añoranza de un estado amoroso, idílico quizá, experimentado en algún momento, pero irremediablemente ausente en sus vidas diarias. El desencuentro parece reinar en cada actividad que realizan; entonces el aturdimiento que provee la bebida es lo que está más a mano para obnubilar la mente, y adormecer el cuerpo. 
Hay escenas conmovedoras:  entre ellas la protagonizada por Mads Mikkelsen en el festejo de cumpleaños de uno de los amigos; por supuesto la del final, ese baile deslumbrante que merecería hacer al protagonista acreedor de algún premio de trascendencia (también la protagonizada por el entrenador de fútbol y un niño con dificultades para integrarse en el grupo, que me hizo recordar a la del niño Stephen Dedalus, en Retrato del artista adolescente, cuando sus compañeros provocan la rotura de sus lentes, sin los que Stephen no veía nada, y éste se arma de coraje para ir a hablar con el Rector- un padre postizo en más de un aspecto- que lo comprende y lo defiende. Esta escena me estrujó el corazón. El llamado al padre es ensordecedor, aunque silencioso y desesperado) . 
Filmada con cierta frialdad danesa, sin embargo cala muy hondo en la sensibilidad del espectador, porque da cuenta de que toda esa corrección, toda esa organización burocrática que funciona como un reloj (por ejemplo en la escuela en la que ellos son profesores) falla al contemplar el más humano de los sentimientos: el amor, y la falla, la falta que necesariamente debe habitar en él para que no conlleve la aniquilación. El amor está ahí, respira, subsiste, pero no es infalible, no es constante, no provee identidades fijas ni significaciones que ordenen la vida por siempre. Saber amar, podríamos decir, tomando otra frase de Kierkegaard que se menciona, es estar advertido de la falla, del desencuentro, del malentendido, y hacer con eso. Es tener en cuenta que el amor para ser vivible debe ser más que el contenido de un sueño. Y allí es donde los protagonistas hallan el impasse en sus respectivas vidas. 
Un film actual, bellamente filmado, contemporáneo (los alumnos de la escuela, adolescentes aún, ya están volcados a la bebida de manera decidida y socialmente aceptada), que sin embargo no busca en el afuera, ni en la sociología, ni en la economía política, las razones del tropismo hacia lo peor que habita al ser humano. Creo que no exagero si digo que las actuaciones son sorprendentes, descollantes, en especial la de Mikkelsen que se apodera de la cámara. 
Me gustó muchísimo. Y por supuesto, la recomiendo. 

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