jueves, 22 de abril de 2021

22 DE ABRIL. DÍA INTERNACIONAL DE LA MADRE TIERRA. LOS RÍOS PROFUNDOS DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS.

  Quise rendir mi homenaje a este día (instituido como tal en 2009) comentándoles sobre el gran autor peruano José María Arguedas y su majestuosa Los ríos profundos, que junto con Nanina de Germán García y Retrato del artista adolescente de James Joyce, forma parte de las novelas de formación más intensas, innovadoras y profundas que haya leído.
 
Arguedas fue escritor y antropólogo, nacido en 1911. Se suicida en 1969. En esta novela, plasma en la vida del protagonista con un lirismo que deslumbra, su amor por el mundo mítico del pueblo quechua, por su lengua, su cosmovisión y su música
 La historia, con ineludibles resonancias autobiográficas de orfandad y duelo, narra el conflicto del adolescente Ernesto por el afecto que siente por los indios que lo han criado, y su pertenencia a la clase acomodada del Perú, que lo lleva a un internado en el crecerá a fuerza de violencia, el rigor y la hipocresía de los religiosos, y el racismo, encontrando sólo en la naturaleza y la veneración hacia ella, el refugio de su alma. 

Comparto con ustedes, algunos párrafos de esta bellísima e intensa novela.

"Acompañando en voz baja la melodía de las canciones, me acordaba de los campos y las piedras, de la plazas y los templos, de los pequeños ríos adonde fui feliz".
"(...) Los ríos fueron siempre míos; los arbustos que crecen en las faldas de las montañas, aun las casas de los pequeños pueblos, con su tejado rojo cruzado de rayas de cal; los campos azules de alfalfa, las adoradas pampas de maíz. Pero a la hora en que volvía de aquel patio, al anochecer, se desprendía de mis ojos la maternal imagen del mundo. Y llegada la noche, la soledad, mi aislamiento, seguían creciendo. Estaba rodeado de niños de mi edad y de la otra gente, pero el gran dormitorio era más temible y desolado que el valle profundo de Los Molinos donde una vez quedé abandonado, cuando perseguían a mi padre. 
El valle de Los Molinos era una especie de precipicio, en cuyo fondo corría un río pequeño, entre inmensas piedras erizadas de arbustos. El agua bullía bajo las piedras. En los remansos, casi ocultos bajo la sombra de las rocas, nadaban, como agujas, unos peces plateados y veloces. (...) La tierra era amarilla y ligosa. En los meses de lluvia el camino quedaba cerrado; en el barro amarillo resbalaban hasta las cabras cerriles. El sol llegaba tarde y desaparecía poco después del mediodía; iba subiendo por las faldas rocosas del valle, elevándose lentamente como un líquido tibio. Así, mientras las cumbres permanecían iluminadas, el valle de Los Molinos quedaba en la sombra. 
En esa quebrada viví abandonado durante varios meses; lloraba a gritos en las noches; deseaba irme, pero temía al camino, a la sombra de los trechos horadados en la roca, y a esa angosta senda, apenas dibujada en la tierra amarilla que en la oscuridad nocturna, parecía guardar una luz opaca, blanda y cegadora. (...)
Lo recordaba, lo recordaba y revivía en los instantes de gran soledad; pero lo que sentía durante aquellas noches del internado, era espanto, no como si hubiera vuelto a caer en el valle triste y aislado de Los Molinos, sino en un abismo de hiel, cada vez más hondo y extenso, donde no podía llegar ninguna voz, ningún aliento del rumoroso mundo. (...)
El puente del Pachachaca fue construido por los españoles. Tiene dos ojos altos, sostenidos por bases de cal y canto, tan poderosos como el río. Los contrafuertes que canalizan las aguas están prendidos en las rocas, y obligan al río a marchar bullendo, doblándose en corrientes forzadas. Sobre las columnas de los arcos, el río choca y se parte; se eleva el agua lamiendo el muro, pretendiendo escalarlo, y se lanza luego en los ojos del puente. Al atardecer, el agua que salta de las columnas, forma arcoiris fugaces que giran con el viento. 
Yo no sabía si amaba más al puente o al río. Pero ambos despejaban mi alma, la inundaban de fortaleza y de heroicos sueños. Se borraban de mi mente todas las imágenes plañideras, las dudas y los malos recuerdos. (...)
¡Sí! Había que ser como ese río imperturbable y cristalino, como sus aguas vencedoras. ¡Como tú, río Pachachaca! (...)
¿Por qué, en  los ríos profundos, en estos abismos de rocas, de arbustos y sol, el tono de las canciones era dulce, siendo bravío el torrente poderoso de las aguas, teniendo los precipicios ese semblante aterrador? Quizá porque en esas rocas, flores pequeñas, tiernísimas, juegan con el aire, y porque la corriente atronadora del gran río va entre flores y enredaderas donde los pájaros son alegres y dichosos, más que en ninguna otra región del mundo. (...)
¡Quién puede ser capaz de señalar los límites que median entre lo heroico y el hielo de la gran tristeza?"

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