"(...) Te voy a decir lo que haré y lo que no haré. No serviré por más tiempo a aquello en lo que no creo, llámese mi hogar, mi patria o mi religión. Y trataré de expresarme de algún modo en vida y arte, tan libremente como me sea posible, tan plenamente como me sea posible, usando para mi defensa las solas armas que me permito usar: silencio, destierro y astucia".
La triada orgullo, esperanza y deseo, como hierbas pisoteadas en su corazón, en el capítulo II, luego de la paliza y de la manifestación de su cobardía, dan lugar en el final del último capítulo a la triada que lo acompañará en el exilio autoimpuesto, mencionada más arriba.
En su diario, Stephen escribe las últimas dos entradas:
En su diario, Stephen escribe las últimas dos entradas:
"Abril 26. Madre está poniendo en orden mis nuevos trajes de segunda mano. Y, reza, dice, para que sea capaz de aprender, al vivir mi propia vida y lejos de mi hogar y de mis amigos, lo que es el corazón, lo que puede sentir un corazón. Amén. Así sea. Bien llegada, ¡oh, vida! Salgo a buscar por millonésima vez la realidad de la experiencia y a forjar en la fragua de mi espíritu la conciencia increada de mi raza.
Abril, 27. Antepasado mío, antiguo artífice, ampárame ahora y siempre con tu ayuda".
Sin embargo, desde el comienzo de Ulises y dado que Joyce es un peculiarísimo escritor en el que vida y obra no pueden separarse, sabremos que algo ha cambiado de manera irremediable.
Stephen, lejos de ser el protagonista, va desvaneciéndose. Sus ideales han caído en desuso, su retrato es más una mancha que una imagen con la que identificarse: sin hogar al que volver, reducida su epopeya a ser un profesor de arte, deambula por Dublín entre el hambre, el alcohol y las riñas callejeras. El encuentro con Bloom será determinante para su completa desaparición de la trama de la novela. No volveremos a saber de él. Se perderá en la noche oscura. Tenemos entonces la impresión de que ahora Joyce es más Bloom que nunca: un outsider, un anti-héroe, un expatriado, judío, con el apellido cambiado, con un padre suicida. Ninguna conciencia increada surgió, la realidad de la experiencia se transforma en la materialidad de los sonidos de la lengua, y el saber conquistado lo lleva, en el retorno a Ítaca, a otro saber que no comprende del todo, que se le escapa, pero que tracciona en su vida con la fuerza de un remolino: Molly en la cama.
It´s usually accepted that Stephen Dedalus is Joyce´s alter-ego in A portrait of the artist as a young man. The last part of the last chapter of one of the best "Bildung novel" ever written is epic, no doubt about that. In the last chapter he tells his friend Cranly:
"(...) I will tell you what I will do and what I will not do. I will not serve that in which I no longer believe, whether it call itself my home, my fatherland or my church: and I will try to express myself in some mode of life or art as freely as I can and as wholly as I can, using for my defence the only arms I allow myself to use, silence, exile and cunning".
The triad of chapter II, after the beating episode, "pride and hope and desire", crushed herbs in his heart, gives place to the triad mentioned above, just when he´s about to be auto-exiled.
In the last entries of his diary, he writes:
"April 26. Mother is putting my new secondhand clothes in order. She prays now, she says, that I may learn in my own life and away from home and friends what the heart is and what it feels. Amen. So be it. Welcome, O life! I go to encounter for the millionth time the reality of experience and to forge in the smithy of my soul the uncreated conscience of my race.
April 27. Old father, old artificer, stand me now and ever in good stead".
But right in the beginning of Ulysses, and because Joyce is a so peculiar writer that work and life can´t be separated one of the other, we know that something has deeply changed.
Stephen, is not the main character anymore. He beggins to vanishe. His ideals are broken, became old and dusty; his portrait is more a stain than an image to identify with: homeless, reduced his épic wishes to being an art proffesor, he wanders through Dublin with hunger, alcohol and getting involved in street brawls. Bumping into Bloom will be determinating for his complete disappereance in the novel. We no longer know about him. He vanishes in the dark of the night. Then we get to the impression that Joyce is more Bloom than ever: an outsider, an anti-hero, an expatriate, a jew, with a changed last name, with a suicide father. No uncreated conscience was forged, no reality of experience was found but became the importance of sound of language materiality, and the conquered knowledge takes him, in the returning to Itaca, to another knowledge he doesn´t undestand completely, that he can´t catch, but that is like an atraccting swirl in his life: Molly in bed.
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