sábado, 23 de mayo de 2020

SOLARIS. FILM DE ANDRÉI TARKOVSKY DE 1972. CUANDO LA CIENCIA ES LA FICCIÓN QUE DEVUELVE LA HUMANIDAD.

Empiezo por el final: esta película, que vi gracias a las artes de Nieves Soria y su hijo Román, es una maravilla. Es imperdible porque abre preguntas que cincuenta años después se tornan acuciantes, tanto como tratar de respondérnoslas. No voy a hacerlo en este comentario. De modo que les cuento de qué va la película, en pocas líneas.
Una estación espacial sobrevuela el océano Solaris. A su tripulación comienzan a sucederle cosas extrañas. Hay reuniones de científicos, testimonios en primera persona de aquello tan inasimilable que sucede en la nave. Se plantean cuestiones éticas trascendentes. ¿Qué hacer con lo inasimilable? Se decide tomar cartas en el asunto. Desde la Tierra envían a Kris, un psicólogo un tanto peculiar: está ofuscado. Parece no poder captar la belleza y la abundancia que lo rodea. 
El mundo que Tarkovsky crea en estas escenas produce arrobamiento; es de una belleza inusual y parece plasmar una armonía entre todos los elementos de la naturaleza; uno quisiera estar allí, escuchando correr ese río, oliendo el perfume de esas flores, siendo testigos de la belleza de un animal. Hay también un genial manejo del color y del blanco y negro en la dirección, y un uso de la música excelente. 
Vuelvo a Kris y a su ofuscación: él parece un hombre irascible, desconectado de los demás; nos damos cuenta de que algo le sucede pero no sabemos todavía qué. Y al parecer, él tampoco lo sabe. Las cosas se irán aclarando a partir de su llegada a la nave.
Uno de los integrantes de la tripulación ha muerto. Será uno de los dos sobrevivientes el que le advertirá sobre no darle crédito a cualquier otro ser que se le presente, que no sea él mismo o el segundo sobreviviente, que suele pasar el tiempo encerrado en sus investigaciones.
De a poco Kris se irá interiorizando de los pormenores, y a la vez, empezará a ser él objeto de estas presencias, de la irrupción de seres llamémoslos "humanoides". A Kris se le presenta un ser que parece un calco de Hary, su esposa fallecida hace diez años. Solaris, tiene la capacidad de leer los sueños de esos hombres, así como de encarnarlos. Aquí comienza para mí otra película, que a los analistas nos debería despertar muchas resonancias: fue necesario que Kris saliera de "su mundo" hacia un ex-terior para que comenzara el duelo por su esposa muerta (que se conectará con el de su madre también). 
Solaris desde su lugar de exterioridad interior, devuelve a Kris lo más íntimo de su pena y su dolor, que éste no tendrá más remedio que atravesar. La Hary que se le presenta, ¿es su mujer fallecida?, ¿es un fake?, ¿es una alucinación?¿quieren engañarlo?, ¿quieren devolverle la felicidad? Como en el inconciente, tal como nos enseña Freud, las cosas se regirán por el principio de la no contradicción y por la abolición de cualquier temporalidad que no sea la subjetiva. 

"Te amo más que a todas las verdades científicas" le dice él a ella en un momento, siendo una de las frases para mí más hermosas del film. Me resultó casi natural pensar en la relación del inconciente, con el analista, con el duelo por el objeto y con la extimidad del mismo: ¿el objeto (de amor, de satisfacción) está adentro? ¿Está afuera?
Hay secuencias que me resultaron verdaderamente hermosas y en general en blanco y negro, en las que todo sonido y ruido es acallado, entonces se escuchan los silencios operando en un sentido inesperado que lejos de inquietar, transmiten cierta placidez, algún grado de paz que parece comenzar a habitar a Kris, que puede ir de a poco separándose de sus objetos de amor perdidos.
  
A mi entender, Tarkovsky filma, de una manera absolutamente original y poética, otro duelo, además del de Kris: un duelo por las ideas del humanismo. 
Es de una calidez profunda la atmósfera que se percibe en la biblioteca, lugar donde se reúnen a festejar el cumpleaños de uno de los tripulantes: los objetos de las pasiones humanas, de las artes, de las ciencias antiguas están presentes y a resguardo allí, cuando el resto de la nave es un tubo circular, como una suerte de dona gigante, metálica y fría. Incluso los dos libros que claramente resaltan son El Quijote de Cervantes, y un librito de poemas de Apollinaire. 
Solaris nos confronta ahora incluso quizás más que cuando se estrenó, con planteos filosóficos y éticos para el ser humano, que aunque no podamos hoy, cincuenta años después, responder de manera clara, son cuestiones que no estaría mal repensar para un futuro que llegó ayer... pandemia mediante, y cuando nuestra vida se ve reducida de manera drástica a nuestros cuerpos y a los objetos que la ciencia y la tecnología nos ofrecen. 
Una obra maestra. 

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