lunes, 4 de mayo de 2020

CONSAGRARSE A LA EXTRAVAGANCIA. POR LEONOR CURTI. PARA CRÓNICASXXI. ¡GRACIAS ALEJANDRA GLAZE! Abril de 2010.

Hace un siglo, allá por comienzos de abril, escribí lo siguiente:



  Consagrarse a la extravagancia.

Vivimos en el mundo una coyuntura sin precedentes: tres cuartas partes de la humanidad  se aísla en sus hogares con decisión, obediencia y una cuota no despreciable de miedo y pánico (la cuarta parte restante importa poco- África- o no tiene dónde refugiarse).
Las ciudades más importantes de Occidente están vacías, tanto de su población local como de turistas. En Venecia el mar se transparentó y se llenó de peces; hasta se vio algún que otro delfín juguetón en sus canales. Ya es un hábito ver mariposas desde mi balcón; ciervos caminaron por las calles de alguna ciudad de montaña del hemisferio norte. La reclusión voluntaria de los humanos en sus casas deja adivinar efectos insospechados en relación con el medio ambiente, los recursos naturales no renovables y el reino animal. Fantaseo con que las especies en vías de extinción puedan reproducirse nuevamente o que disminuya el nivel del calentamiento global.
Esta mirada bondadosa sobre la suspensión de la depredación que el ser humano llevó adelante en las últimas décadas de manera decidida, debe contrabalancearse con otra mucho menos amable: el virus y el aislamiento correlativo atacan el lazo social, poniendo en jaque el contacto de los cuerpos (no sólo en el amor, sino en actividades sociales, comunitarias, laborales y de muchos otros tipos), creando miedos, aprehensiones, generando distancias. Todos somos potenciales agentes de contagio, potenciales amenazas de muerte para otros.
Este estado de cosas refuerza las fronteras que se verificaban demasiado permeables; separa pueblos que cada vez se mezclaban más. De boca de uno de los líderes políticos de la actualidad, se intentó llevarlo a un extremo inusitado de segregación al querer “nacionalizar” la emergencia real que significa el COVID-19, nombrándolo “el virus chino”; se evitaron así medidas preventivas en pos de mantener activos y saludables los mercados, sacrificando a cambio a la población.  Este real porta características peculiares: no es localizable desde lo imaginario, como lo era el HIV cuando irrumpió en el mundo: bastaba no pertenecer o no estar en contacto con la población homosexual, estigmatizada hasta la crueldad, para “saberse o creerse a salvo”. El COVID-19 no permite ese tipo de operación biopolítica. Es invisible; fue transportado por viajeros aún inadvertidos de la pandemia; es contagioso aun cuando el portador sea asintomático. Puede ser mortal, en casos específicos de personas con patologías previas, a pesar de lo cual se ha vuelto letal por la enorme carencia y pauperización en la que se encuentran la mayor parte de los sistemas de salud del mundo: la salud, salvo excepciones, no es una prioridad en la agenda de los países conducidos por políticas neoliberales; se la considera un gasto. Dichos sistemas no estarían preparados para una crisis sanitaria de esa magnitud.
Es imposible esclarecer, al menos para el común de los mortales, cómo y dónde se originó el virus que nos tiene en cuarentena. Las versiones que circulan sobre su origen presentan tantos tintes de ficción como de verosimilitud. El real está allí; nos acorrala en nuestras casas, dilucidar su origen parece ser una causa perdida. 
Recordé entonces, una conferencia de prensa, El triunfo de la religión, que Lacan diera a periodistas italianos, en Roma el 29 de octubre de 1974, en el Centro Cultural Francés. No sin sorpresa y admiración por su capacidad de anticipar el mundo que se nos venía encima, leí lo siguiente; se está refiriendo a la angustia de los científicos:
“ (…) Recién ahora los científicos empiezan a tener crisis de angustia. (…) Supónganse que un día, después que las hayamos convertido en un instrumento sublime de destrucción de la vida, viene un tipo y saca del laboratorio todas esas bacterias con las que hacemos cosas maravillosas. Todavía no ocurrió. No lo lograron. Pero comienzan a tener una leve idea de que podrían fabricarse bacterias resistentes a todo, que ya no se podrían detener, y que probablemente limpiarían de la faz de la Tierra todas esas porquerías, en particular humanas, que la habitan. Entonces, de pronto experimentaron una crisis de responsabilidad y embargaron cierto número de investigaciones. (…) Se pensó que había que reflexionar un poco más antes de seguir avanzando con algunos trabajos sobre las bacterias. ¡Qué alivio sublime sería, sin embargo, si de pronto nos viéramos ante una verdadera plaga salida de manos de los biólogos! Sería verdaderamente un triunfo. Significaría  que la humanidad habría llegado verdaderamente a algo: su propia destrucción. Se vería allí el signo de la superioridad de un ser sobre todos los demás. No solo su propia destrucción, sino la destrucción de todo el mundo viviente”.  
Me resulta difícil pensar que lo que vivimos no tenga un atisbo al menos de lo que Lacan plantea en 1974. Está el real de la ciencia, pero también está lo que se hace con eso: la biopolítica o el uso a escala masiva de los cuerpos, de la salud y de la enfermedad; el uso del  miedo y de la esperanza para gobernar y manipular actos y decisiones de las personas.
En Cartas, almanaques, siomaquia, en 1542 Rabelais dirá:
“Este año los ciegos no verán casi nada, los sordos oirán bastante mal, los mudos apenas hablarán, los ricos se portarán un poco mejor que los pobres, y los sanos mejor que los enfermos. Muchos carneros, bueyes, puercos, ocas, pollos y patos morirán, y no ocurrirá una mortandad tan cruel entre los cisnes y los dromedarios. Vejez será incurable este año a causa de los años pasados. Los pleuréticos tendrán un gran dolor en el costado. Los flojos de vientre pasarán a menudo por el asiento agujereado; los catarros descenderán este año del cerebro a los miembros inferiores, el dolor de ojos afectará la vista; las orejas serán cortas y escasas en Gascuña (…). Y reinará casi universalmente una enfermedad muy horrible y temible, maligna, perversa, espantosa y por la cual muchos no sabrán de qué madera hacer flechas, y a menudo delirarán y harán silogismos en la piedra filosofal y en las orejas de Midas. Tiemblo de miedo cuando pienso en ella, pues les digo que será epidémica, y la llama Averroes, VII Colliget: falta de dinero. (…)”.
No puedo evitar, entonces, hacerme la pregunta: ¿cómo saldremos los analistas y cada uno, de esta cuarentena? La cita de Rabelais da una pista: no deponiendo el humor, la ironía ni la risa. ¿Pero qué más? Vuelvo a Lacan.
En El discurso a los católicos dirá que para vérselas con la maldad de la Cosa, los humanos echan mano al arte, a la religión o a la ciencia.
¿Y los analistas, qué?
Para hacerle frente a lo real “(…) es necesario que estén extremadamente acorazados contra la angustia. (…) Las cosas están hechas de extravagancias. Quizás este sea el camino por el que puede esperarse un futuro del psicoanálisis- haría falta que éste se consagre lo suficiente a la extravagancia”.

Bibliografía consultada.
1.      El triunfo de la religión. Jacques Lacan. Editorial Paidós. Buenos Aires. 2005.
2.      El discurso a los católicos. Jacques Lacan. Editorial Paidós. Buenos Aires. 2005.
  .    Cartas, almanaques, siomaquia. Capítulo 3, De las enfermedades de este año.1542.  Francois Rabelais. Editorial Dedalus. Buenos Aires. 2010. (Referencia que debo a la enseñanza de Germán García, que retomaba a Lacan en la valoración de la risa; cita que agradezco a Maximiliano Fabi).


4 comentarios:

  1. Leonor, la mejor crónica que leí. No las leí todas. Las citas elegidas, impecables para orientarse. Me toca leer Rabelais. Abrazo

    ResponderEliminar
  2. Hola! Muchas gracias! Decime tu nombre! Bienvenid@!

    ResponderEliminar
  3. Impecable, la asociación con lacan y Rabelais

    ResponderEliminar
  4. Muchas gracias Mabel. Me alegra que te gustara. Cariños

    ResponderEliminar