miércoles, 13 de mayo de 2020

ABALLAY. EL HOMBRE SIN MIEDO. DE FERNANDO SPINER. 2010.



Ya les había contado que estaba casi en la saturación de ver tanta hiperrealidad en los contenidos de películas y series. Necesitaba imperiosamente conectar con el arte. Entonces, inspirada en el efecto que me produjo La boya, film de Spiner que ya les recomendé, vi por segunda vez Aballay. El hombre sin miedo. Confieso que me gustó más aún que la primera vez que la vi, allá por 2010.

Fue galardonada con múltiples premios Sur, Cóndor de plata, del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y de la Muestra de Cine Latinoamericano de Cataluña, y seleccionada para competir en los Oscars en el rubro Mejor película extranjera en 2011.
Basada en el cuentazo homónimo de Antonio Di Benedetto, este film destila belleza y poesía en cada escena, en cada rostro de un elenco maravilloso, en cada palabra dicha, y en las silenciadas, a pesar de la omnipresencia de la violencia en muchas de sus formas. 
Aballay es un gaucho malo, un malandra que con una banda asalta carruajes en los caminos remotos de una tierra seca, y hostil con todos los que la habitan. La tierra tiene la misma gravitación que la sangre; es más, se podría pensar que esa tierra se riega con sangre.
En uno de esos asaltos, Aballay comete el crimen que cambiará su vida: asesina al hombre cuyo hijo, Julián Herralde, presencia escondido como va muriendo su padre. El confrontarse con la mirada del niño, entre el terror y el asombro, lo conmoverá. El sermón de un cura, que habla de Simón y los estilitas, que pasan años subidos a columnas, sin bajarse, como modo de separarse de la tierra donde pecaron y así lavar sus culpas, sellará el nuevo destino de Aballay, que reinterpretará las escrituras a partir de los recursos que lo rodean: su columna será su caballo.
La acción avanza luego diez años, a partir de los cuales ambos, el niño ya hombre, y Aballay, devenido El pobre, santo lugareño famoso por las obras de bien y por los milagros que oficia, volverán a encontrarse y sus vidas no serán las mismas. Una mujer, probablemente el objeto más degradado en la jerarquía de los seres abandonados a la supervivencia en esos parajes, será la aparición que funcionará como señal en un camino regado de violencia, miseria y sometimiento. Ella tomará cartas en el asunto en momentos decisivos de la trama. La venganza, la redención y el dolor tendrán porvenires incierto. 

Bueno, hasta aquí la historia. ¿Qué te cuento del elenco? Todos y cada uno se destaca en su interpretación, aportando rostros en los que se imprimen las huellas del pedregullo y el silencio. Sin embargo, el tan extrañado y talentosísimo Pablo Cedrón compone un Aballay descomunal que se destaca por peso propio, y el gran Horacio Fontova, padrino de Juana, logra en una corta aparición, volverse tan irreconocible respecto del cómico, como inolvidable: se transfigura en su personificación. Ambos se adueñan del film. Algo parecido pasa con Juana, interpretada por una enorme Moro Anghileri, que llena de una ternura insospechada el ambiente violento que la rodea.

Spiner nos ofrece una atmósfera onírica en la que conviven, irrumpiendo unos sobre los otros, la aspereza del terreno, la escasa y seca vegetación, los ruidos de los animales y de las chicharras, los rezos paganos con el Evangelio. Las escenas son subyugantes: filmada en su totalidad en Amaicha del Valle, en la provincia de Tucumán, cada plano, sea corto o abierto es un poema visual que embarga al espectador por la belleza, la desolación y la presencia inmutable de los misterios de la vida y de la muerte. Las imágenes de la zona desdibujan al hombre, y se imponen en su majestuosidad. Cada una de ellas es una pintura, una obra de arte.
Caracterizada como un western gauchesco, es muy difícil enmarcar en un género a este soberbio film.
Podría decir que Spiner filmó un poema épico gauchesco, que derrocha belleza y lirismo. 
No puedo más que recomendarte que veas Aballay. El hombre sin miedo. Es una obra de arte. 

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