Como con el amor, que hay que salir a decirlo a todos, me pasó con Joyce y también con Juarroz.
¡Qué complicado! ¿Qué quiere decir tener un encuentro amoroso con dos escritores? Es muy simple: que el hecho de que hayan existido y de poder acceder a su obra mejora de manera radical lo que te toca o elegís vivir a diario. Eso. Ni más ni menos. Enorme.
Así que voy a compartir algunos poemas de la Antología de la Poesía Vertical que acabo de comprar. También dejo el enlace a la lectura en vivo que hice de estos poemas.
https://www.facebook.com/leonor.curti/videos/10222247199625441
Vamos a lo nuestro:
Creo que de haberlo, es poco lo vertical en la poesía de Juarroz. Sus poemas son sinuosos, los lleva el viento; hay laberintos, círculos concéntricos, bandas de moebius, toros. Hay iluminación en las sombras, hay sueños en el despertar, hay cercanía en la distancia, y vacío en la plenitud. Y, como diría Pasolini, en La mano que tiembla, ¡viceversa!
Entonces:
Poema 16 de Segunda Poesía vertical (1963).
El centro no es un punto.
Si lo fuera, resultaría fácil acertarlo.
No es ni siquiera la reducción de un punto a su infinito.
El centro es una ausencia,
de punto, de infinito y aun de ausencia
y sólo se lo acierta con ausencia.
Mírame después de que te hayas ido,
aunque yo esté recién cuando me vaya.
Ahora el centro me ha enseñado a no estar,
pero más tarde el centro estará aquí.
Poema 4 de Tercera poesía vertical (1965).
Si uno no es igual a su despertar,
si el despertar lo excede
o es menor que uno,
¿quién ocupa la diferencia?
Y si uno no es igual tampoco a su dormir,
¿adónde se queda su costado despierto
o qué otra cosa se duerme con uno?
¿Y si uno no es igual a uno?
El signo igual parece a veces
la duplicación ensimismada
del menos.
Poema 46 de la Cuarta poesía vertical (1969).
Las palabras son pequeñas palancas,
pero no hemos encontrado todavía su punto de apoyo.
Las apoyamos unas en otras
y el edificio cede.
Las apoyamos en el rostro del pensamiento
y las devora su máscara.
Las apoyamos en el río del amor
y se van con el río.
Y seguimos buscando su suma
en una sola palanca,
pero sin saber qué queremos levantar,
si la vida o la muerte,
si el hecho mismo de hablar
o el círculo cerrado de ser hombres.
Poema 60 de la Decimotercera poesía vertical (1993).
Hay cosas que ocupan tanto su lugar
que llegan a desplazarse a sí mismas
y lo empujan todo alrededor,
como inverosímiles criaturas que desbordan de su piel
y no pueden reabsorberse.
Así a veces la poesía no me deja escribir.
La escritura queda entonces aplastada
como el pasto bajo un grueso animal.
Y sólo es posible recoger unas pocas palabras
pisoteadas en la hierba.
Pero todo poema no es más que un balbuceo
bajo el balbuceo sin fin de las estrellas.
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