viernes, 24 de enero de 2020

HOTARU. DE MARTÍN SANCIA KAWAMICHI. LA SOMBRÍA Y VIOLENTA LUZ DE LAS LUCIÉRNAGAS.

“(...) Y lo primero que Maeko hizo cuando despertó fue quitarse del ojo izquierdo una lágrima helada, diminuta, que acababa de soñar”. De HOTARU.


Terminé ayer HOTARU. La leí sin parar. Es algo que me produce la literatura de Martín. Me resulta adrenalínica, emocionante, inquietante, excelsa, sorprendente.
En este caso, se trata de una historia de amor trágica, condenada, se la mire por donde se la mire. Que tiene de telón de fondo otra historia de amor, romántica, apacible, hermosa. Ambos amores se entretejerán en una localidad bonaerense sin trascendencia, y se situarán imprevista y dramáticamente en la ARGENTINA sangrienta y violenta de los setenta. La historia está hilvanada con maestría, en formas breves, y el final, que se desencadena de manera casi natural, esperable, nos depara un plus atroz , escrito con  el manejo poco común del  timing, lo que subyace tácito, y belleza poética.
Imaginé, de manera inducida por las lecturas, que Martín debe detentar el uso del pensamiento lateral, que le permite giros, cambios de orientación en la trama, tan bruscos como legítimos y verosímiles. Trato de encontrarle una respuesta a la pregunta que me genera su literatura: a ese arte que encuentro en sus novelas, que resuena con lo mejor de la sensualidad y el erotismo de la literatura japonesa, no sin la violencia propia que tanta estetización vela; pero escrito, pensado y plasmado en una escritura que me resulta tan novedosa, que emula a ese monumento de la narrativa japonesa, datada hace más de mil años, y escrita por una mujer, Murasaki Shikibu: La historia de Genji.
Me repito: si aman las buenas historias, la poesía y la literatura, lean a Martín.

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