viernes, 14 de diciembre de 2018

El nervio óptico de Maria Gainza.

Ayer les contaba de la confabulación de libros que experimento cuando me tomo algunos días. La mirada es hasta ahora la vedette. Pero, en El nervio óptico lo es de una manera diferente. Antes que nada, es un libro delicioso, empezando por la ironía del titulo. La cadencia del decir tiene magia. También es un libro para más de una leída. Y no porque lo haya leído en la playa. Es profundo, bello, revelador. La autora hilvana de manera magistral recuerdos y vivencias de su vida, y el hilo que las une es su amor por el arte, casi como un modo de vida (o sin el “casi” mejor) y en especial por la pintura. Es un libro valioso, porque con mucho humor e ironía sobre sí misma (por ejemplo cuando revela su miedo a volar), la autora encuentra oro en polvo donde los porteños solemos no ver nada. Casi todas las pinturas que menciona están en el Museo Nacional de Bellas Artes. Contradiciendo el mandato familiar que postulaba que el arte en sentido fuerte estaba en los museos de Europa, ella se las arregla para despertar curiosidad, goce en la palabra y goce en la contemplación del arte con lo que tiene al alcance de la mano. Es un libro diría inclasificable. En sentido estricto escapa a toda definición de género en el que se lo quiera incluir. Es también una muestra brillante de sublimación y de cómo el arte ayuda a vivir. Y por qué no a sus lectores 😉. Podría decir muchas más cosas, como con Kentukis, pero léanlo y descubran por ustedes mismos los refugios vitales que Maria Gainza escribió para ella, pero no solamente.

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