Con motivo de los setenta años de Romain Rolland, Freud escribe esta carta.
Recorto unos breves pasajes.
"(...) Lo que en definitiva le ofrezco es el don de alguien empobrecido que "ha visto antaño días mejores".
Narrando un diálogo con el hermano, en momento de hallarse ambos contemplando la cuna de la cultura griega, Freud expresa: "¡Y ahora estamos en Atenas, de pie sobre la Acrópolis! ¡Realmente hemos llegado lejos!".
Evoca luego el momento de la coronación de Napoleón, en la bella Notre Dame de Paris, cuando el emperador se dirige a su hermano, José, diciéndole: "¡Qué diría nuestro padre si pudiera estar presente! (...) Parece como si lo esencial en el éxito fuera haber llegado más lejos que el padre, y como si continuara prohibido querer sobrepasar al padre.
A esta motivación universalmente válida se agrega todavía en nuestro caso el factor particular, a saber, que en el tema Atenas y Acrópolis, en sí y por sí, está contenida una referencia a la superioridad de los hijos. Nuestro padre había sido comerciante, no había ido a la escuela secundaria, Atenas no podía significar gran cosa para él. Lo que nos empañaba el goce del viaje a Atenas era entonces una moción de piedad. Y ahora ya no le asombrará a usted que el recuerdo de la vivencia en la Acrópolis me frecuentara desde que, anciano yo mismo, me he vuelto menesteroso de indulgencia y ya no puedo viajar".
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