jueves, 9 de diciembre de 2021

EL COMÚN OLVIDO DE SYLVIA MOLLOY. UN VIRTUOSO Y COMPLEJO ENTRAMADO ENTRE LOS LAZOS FAMILIARES Y LOS MODOS DE GOCE.

En la vida de Daniel hubo una vez una familia: un padre, una madre y él, el hijo. Luego, sin que a priori sea posible para el protagonista clarificar cómo y por qué, un exilio. Un país nuevo, un hogar nuevo, junto con un pasado silenciado. La muerte de la madre y su última voluntad arrojan impensadamente al protagonista a un viaje a Buenos Aires. 

Desde Nueva York, su nuevo hogar, se encuentra al llegar con una ciudad por momentos ilegible;  por otros, misteriosa y abierta a su curiosidad. Además de una última voluntad, al morir su madre deja en la memoria de Daniel muchas lagunas, muchos interrogantes y muchos vacíos que él intentará llenar en su vagabundear por las calles, con los personajes de la historia, todos relacionados con esa mujer, cada vez más desconocida y amenazante. ¿Hasta dónde investigar? ¿Cuánto desea saber sobre ella en realidad? Simón, su pareja, ha quedado en el hogar que comparten en Nueva York tratando, a partir de los escasos contactos telefónicos que tienen, de hacerle presente que debe volver. 

Pero Daniel se deja llevar por los relatos y las ficciones de aquellos que conocieron a su madre, como el niño que alguna vez fue, en su propio recuerdo, 

A partir de esos relatos fragmentarios y de encuentros casuales que tendrá, compondrá en su mente y en su corazón lo que resta de aquella familia que alguna vez tuvo: algo mucho más complejo que lo que suponía.

Molloy da muestras de una capacidad narrativa maravillosa, delineando un personaje no incauto, alguien que cree que hay una historia que puede ser efectivamente escrita; una historia final, completa. Sin embargo El común olvido, a través de ese deambular del personaje, entre recurrente, circular y rizomático, va escribiendo con sutileza que la historia toda es imposible. Para ello produce un texto rico, vibrante, lleno de humor e ironía (características que a veces se extrañan mucho en la narrativa contemporánea) que comienza haciendo imaginar al lector que está en presencia de una estructura firme, segura, casi rectilínea e imponente como sería aquella que de un iceberg sobresale de la superficie del agua, para sumergirlo de a poco y con sigilo hasta toparse con una estructura subacuática (el río es un protagonista importante más de la historia, como lo es de la ciudad) más parecida a las raíces de un manglar o de la selva del delta que de la pulcritud del hielo. Entonces los lazos familiares se superponen, se obstruyen, se difuminan detrás de goces ignorados, desconocidos, incalculables. El cuerpo indefectiblemente, se verá afectado. 

Molloy escribe allá por 2001 una novela sobre el exilio, la memoria y la historia que, por encima de todo ello, plasma los límites de toda estructura familiar para tratar de civilizar y normativizar el goce de los seres hablantes que la forman. También deja entrever qué difícil se torna, por ende, conectar en profundidad con los otros, cuestión que se vuelve más inquietante, incluso siniestra, cuando aquellos otros de los que se trata son los mismos que se asume conocer mejor que a nadie más en el mundo: la propia familia. 
 

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