"(...) Las obras de arte son soledades infinitas y con nada son menos alcanzables que con la crítica. Sólo el amor puede comprenderlas, celebrarlas y ser justo con ellas. (...)
Todo es gestar y después parir. Permitir que llegue a madurar cada impresión, cada germen de un sentimiento completo en sí mismo, en lo oscuro, en lo indecible, en lo inconsciente, en todo lo inalcanzable para el propio entendimiento, y aguardar con profunda humildad y paciencia la hora del parto de una nueva claridad; sólo así se vive artísticamente, tanto en la comprensión como en la creación.
Aquí el tiempo no cuenta; un año no importa y diez años no son nada; ser artista significa no calcular ni medir; madurar como el árbol que no apremia su savia y se yergue confiado en medio de las tormentas de primavera, sin miedo a que después pueda no llegar el verano. Pero el verano siempre acude. Sin embargo acude sólo para los pacientes, para aquellos que tienen ante sí toda la eternidad, tan libres de cuidado, serenos y distendidos. Lo aprendo a diario, lo aprendo del dolor. Estoy muy agradecido al dolor. ¡Todo es paciencia!.
(...) Pero lo que quizás algún día sea posible para muchos, el solitario puede prepararlo y construirlo con sus manos, que se equivocan, sí, pero menos. Por eso, querido señor, ame su soledad y soporte el dolor que causa".
Dice el traductor Antoni Pascual, en el prólogo de esta verdadera joya:
"Las Cartas a un poeta son un libro "distinto". Durante más de veinte años tuvieron un único lector. Publicadas por él en 1929, tres años después de la muerte de Rilke, han sido leídas y releídas por centenares de miles de lectores a lo largo del siglo. Su título debería ser, quizá, Cartas al aprendiz de hombre, porque tal es su tema: ¿Cómo llegar a ser lo que estamos llamados a ser?, ¿cómo entrar en contacto con la inmensa energía que habita lo inconsciente?, ¿cómo transformar la conciencia poética, creadora, capaz de captar la belleza y la grandeza de lo real?. Porque "poeta" y "hombre" para Rilke son dos palabras que quieren y tienden a ser sinónimas".
A finales de otoño de 1902, el poeta Franz Xavier Kappus escribe por primera vez a Rainer Maria Rilke. Le envía poemas, esperando que el poeta le diera su opinión al respecto. Recibió respuesta varias semanas después, desde París. Fue el comienzo de una correspondencia que continuó hasta finales de 1908, publicada por Kappus en 1929.
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