miércoles, 17 de enero de 2018

Ningún lugar adonde ir de Jonas Mekas.

Se trata de un diario "de exilio". Pongo comillas a "de exilio" porque a lo largo de las casi 450 páginas y del continuo deambular del autor por campos de refugiados y de trabajo, durante la Segunda Guerra, lo que va configurándose es otra cosa. El estilo, descriptivo casi al modo de escritura de un guión cinematográfico, es el del observador: de lo que lo rodea (objetos, ámbitos, personas) como de sí (su estado físico, emocional y su aspecto). Fue una sorpresa leer este diario, en el que no se encuentra empatía, conmiseración o piedad alguna por los que comparten su situación. Por el contrario, muchas veces se refleja el fastidio ante seres doblemente extraviados: por haber dejado sus países de origen, arrasados por la guerra, y por una suerte de vida "al día", carente de orientación subjetiva, centrada en una materialidad que asume el peso específico de las mínimas raciones de comida que recibían, de la suciedad y la precariedad en la que vivían. Dirá: "He visto personas hechas de sueños, aquí están hechas de aburrimiento". Mekas, en parte por esa errancia involuntaria, construye su persona con los libros que lee durante todos esos años (presencia infaltable; pertenencias privilegiadas que irán con él y su hermano de frontera a frontera, de campo a campo),con sus sueños, y fundamentalmente también, con su deseo infatigable y con la nostalgia por su tierra, su familia y su infancia cargada de colores y aromas lituanos. Se repiten las quejas por el bullicio, los cánticos y bailes de los confinados a los campos, que entorpecen su concentración a la hora de leer o de escribir. Un destino impensado, no calculado (la ciudad de Nueva York)luego de años de desvío forzado, será de a poco el lugar , el ámbito en el que Mekas logrará transformarse en lo que deseaba ser: un cineasta. Al llegar allí, camino a Chicago (donde habían prometido un trabajo en una panadería para él y su hermano), deciden quedarse. Un nuevo desvarío comienza cuando se trata de encontrar trabajo. La descripción es tan desgarradora que es difícil encontrar diferencias con lo que ocurría en los campos. Mekas ve el trabajo en las condiciones normales en las que se desarrollaba en la ciudad tan alienante y nefasto como el de los campos. Dirá: "Sistema, todo es un sistema. Con un buen sistema se puede convertir a un mono en hombre, y a un hombre en mono. Se puede despellejar vivas a las personas con un sistema y para un sistema. Si se tiene un sistema, se los puede despellejar incluso cuando son niños, y van a ir por la vida despellejados, van a vivir sin piel y ni siquiera van a darse cuenta" (...) "No tengo muy claro en estos días cuál es la dirección adecuada o qué debería hacer exactamente. Tengo que quemar los puentes una vez más. El humo va a indicarme la nueva dirección". "La desesperación no es la verdad". La verdad será la del deseo y el ámbito del cine y la producción artística. Pero el camino no será fácil: "Hay lugares a los que solo se puede llegar por senderos estrechos. Solo los dictadores los ejércitos, los generales, y las personas sin imaginación prefieren los caminos amplios, "fuertes". Los senderos te llevan hacia un prado suave, las flores, la sombra fresca. No quisiera perderme ningún sendero lateral de interés, las parcelas de verde. Porque, al final, al final del Gran Camino, es posible que no haya nada más que una ciudad en ruinas...". A medida que comienza a echar raíces en el que sería su nuevo hogar, crece una mirada crítica por la Europa dejada atrás, la de la destrucción, la guerra, el sacrificio de sus "hijos" en pos de qué? El diario finaliza con una suerte de correspondencia a Penélope, escrita por un Ulises que ha comenzado a reelaborar su tiempo y sus recuerdos: el pasado se entrama ineludiblemente con el presente; la infancia será la que urdan los recuerdos, las sensaciones, los momentos vitales más intensos, resistiendo al canto de las sirenas: "Estoy intentando desesperadamente crear un conjunto completamente nuevo de recuerdos con los que enfrentar las voces dulces que me llaman para que vuelva a casa. A una casa para la cual, lo sé, se borraron todos los caminos". "Sólo hace poco pude darme cuenta de que mis recuerdos vienen de mucho más lejos, de lugares que desaparecieron hace tiempo". Paradójicamente, ese es el momento de máxima apropiación de la infancia, tierra fértil en la cuál el deseo ha hundido sus raíces más profundas. Jonas Mekas es poeta y cineasta. Nacido en Lituania en 1922, será en Nueva York donde se convertirá en director de cine, y se relacionará con artistas de la talla de Warhol y John Lennon. Ningún lugar adonde ir es un canto al deseo, no una descripción de un exilio forzado. Es la evidencia de que siempre hay un lugar en el que refugiarse, donde reponer fuerzas, donde soñar: un deseo lo suficientemente fuerte como para rediseñar una vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario