“Siempre que he visitado el Museo Británico (…) Cada vez me parece que tanto los asirios como los egipcios entendieron mejor que nosotros el misterio de la vida animal, un asunto que el cristianismo apenas ha tenido en cuenta a causa de su constante preocupación por el hombre. Para el cristianismo, los animales no son más que servidores nuestros. (…) uno se pregunta por qué Jesús no fue más lejos, por qué ignoró la vida inconsciente de la naturaleza, una vida que alcanza una enorme perfección sin el menor esfuerzo. (…) hoy en día [se refiere a mediados del siglo pasado, pero… algo ha cambiado al respecto me pregunto], sin embargo, la Iglesia ve como un pecado venerar a Dios a través de la naturaleza”.
Qué pena que sea una casi certeza que Joyce no estuviera al tanto de lo que los pueblos originarios de nuestra América del Sur y Caribe pensaban sobre el punto. Estoy segura que, por ejemplo, se habría fascinado con el Popol Vuh.
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