Mañana.
¿No tuve acaso una vez una juventud amable, heroica, fabulosa, digna de inscribirse en hojas de oro? ¡Demasiada suerte! ¿Por qué crimen, por qué error he merecido mi actual debilidad?
(...)
Desde el mismo desierto, hasta la misma noche, mis cansados ojos siempre se abren a la estrella de plata, siempre, sin que se conmuevan los Reyes de la vida, los tres magos: el corazón, el alma, la mente. ¿Cuándo iremos, más allá de las playas y los montes, a saludar el nacimiento del nuevo trabajo, la nueva sabiduría, la fuga de los tiranos y de los demonios, el fin de la superstición, a adorar-¡los primeros!- la Navidad sobre la tierra?
¡El canto de los cielos, la marcha de los pueblos! Esclavos, no maldigamos a la vida.
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