domingo, 23 de febrero de 2020

TEATRO: ADELA DUERME SERENA. UNA INTROMISIÓN SORPRENDENTE EN LA MENTE DE UNA MUJER QUE ENFERMA.

En el TEATRO NACIONAL CERVANTES.
Escrita por Teo Ibarzábal, ganadora del concurso TNA-TC y Argentores 2018. 

Con: Amanda Busnelli, Valentino Grizutti, Federico Marquestó, Laura López Moyano, Mariano Sayavedra, Emilio Vodanovich

Producción: Silvia OleksikiwJefe de escenario: Paola Gonçalves, Nery Martín Mucci
Asistencia de dirección: Matias Lopez Stordeur
Música original: Federico Marquestó
Vestuario: Lara Sol Gaudini
Escenografía e iluminación: Santiago Badillo
Dirección: Andrea Garrote
Como suelo hacer, no voy a contarles al detalle de qué trata la obra, más allá de lo sugerido en el título de la entrada. Creo que es fundamental en este caso, para que el logro artístico que implica esta puesta se concrete en su máxima expresión, que el auditorio vaya descubriendo de a poco, tan de a poco como van sucediéndose los hechos, cuál es el fondo del argumento. 
La sala contribuye a ese logro; es circular. Son pocas filas de sillas. Estamos casi sentados en el living de la casa de Adela y su familia. Los espectadores nos podemos ver las caras, asombradas, compungidas, risueñas... 
Adela vive en algún lugar que no es la Capital, ciudad que funciona como el reino de los sueños para varios de los integrantes de su familia. El tema de irse o quedarse, de estar libre afuera o encerrado adentro, de dejar el hogar y el pueblo (por las descripciones minuciosas que se hacen del lugar, entre trágicas y cómicas, se intuye que es un pueblo, en el que las calles, por ejemplo, se nombran según la persona que viva en ella) no es el principal, pero tendrá su peso: será el detonante de lo que le irá ocurriendo a Adela: un lenta pero incesante emergencia de las consecuencias del nudo que conforman en ella la herencia genética, la edad, la lengua, la emotividad.
La obra es un verdadero hallazgo: maravillosamente actuada, por actores que ponen toda su sensibilidad emotiva y corporal en interpretar cada palabra del texto, que dice tanto más en lo que calla, en lo que sugiere, detrás de diálogos superficiales a veces, repetitivos otras (como lo son todos los diálogos que se pueden tener en la cotidianidad de la vida familiar), pero siempre alusivos, alegóricos, profundísimos, hirientes en lo que silencian. Una presencia apenas perceptible al comienzo, irá generando con los minutos inquietud y por qué no, angustia: presencia de un cuerpo que comienza a existir privado de la palabra, de los recuerdos, de los sueños. 
La puesta me resultó realmente genial, igual que la dirección. Recursos novedosos (repeticiones, cambio de ritmo en el movimiento de los cuerpos), muy logrados en su eficacia, logran hacer del escenario y de las presencias en él, un espacio topológico en el que se entrecruzan las líneas del tiempo y el espacio, sin más truco que el despliegue de la acción y la palabra. 
Asistir a una función de Adela duerme serena no tiene absolutamente nada de sereno ni de bucólico. Es sumergirse en una coctelera emocional de la que es imposible salir ileso: seguramente alguno de los personajes, y quizás varios, nos tocarán en lo más íntimo: todos somos hijos, o padres, o madres, o hermanos; todos soñamos con lo que nos falta, todos, en algún momento de oscuridad subjetiva, suponemos que nos merecemos una vida mucho mejor que la que nos ha tocado y que supimos construirnos. Todos, en mayor o menor medida, en algún momento de nuestro devenir vital nos vemos invadidos por los fantasmas de la enfermedad y la vejez,propias o ajenas. 
La obra termina (para mi enorrrrme placer) con un tema de Los Beatles interpretado por los actores, guitarra en mano. La letra del tema produce otra torsión: hay circunstancias en la vida en las que se es lo que nos toca ser: será el momento de encontrar o de crear la belleza imprescindible para sobrellevarlas. 
UNA OBRA QUE LOS QUE VIVIMOS ENTRE PALABRAS, LOS QUE ESTAMOS EN CONTACTO PERMANENTE CON SUBJETIVIDADES AFECTADAS POR EL SUFRIMIENTO NO DEBERÍAMOS PERDERNOS. 


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