lunes, 28 de agosto de 2017
Mientras agonizo de William Faulkner
conecté con un libro que hacía años me esperaba, inquietante, en mi mesa de luz. El título no me ayudaba a acercarme. Resonaba a priori con cosas que había vivido hacía poco tiempo, tristes y demasiado próximas. Lo iba dejando, no sin la intuición de que algo grande me esperaba allí, quieto, paciente. Se trata de Mientras agonizo, de Faulkner. QUÉ NOVELA ENORME, aunque es corta. Me sorprendió, la gocé, me deslumbró. Me enseñó sobre la vida y sobre la escritura. Una mujer-madre está muriendo. Hacía años había decidido que su muerte iba a significar de diversos modos, su manera de vengarse de un marido al que no amaba pero que sí la amaba a ella, de los hijos que había tenido con él, y que odiaba, y quizás, también, de su femineidad, de su cuerpo femenino abierto como un castigo a la maternidad.
Narrada con pericia, desparpajo, humor irónico y cierta distante resignación de los personajes que asumen la voz narrativa alternándose, Faulkner escribió una obra de arte.
Un cuarto propio de Virginia Woolf
Leí de un tirón una maravilla de Virginia Woolf, Un cuarto propio. Con traducción de Borges, y hermosas ilustraciones de Becca Stadtlander, el libro en sí mismo es otra joya.
Partiendo de una convocatoria para dar una conferencia sobre Las mujeres y la novela, Woolf nos toma de la mano y nos lleva con ella en un camino de hallazgos en bibliografía de varios siglos: desde la presencia llamativa de mujeres en la literatura griega (aunque las mujeres no tenían presencia real, al parecer, en la vida de la polis), a la presencia de heroínas en la obra shakespeariana, hasta las novelistas británicas más famosas. Pasa por el tamiz cada descubrimiento, sin "inocularnos" su posición (al menos hasta el final, y lo hace de manera brillante), dejando que el lector saque sus conclusiones.
Una sorpresa enorme y maravillosa es este libro de V. Woolf.
El arrancacorazones de Boris Vian
Me topé por una recomendación que no podía desoír, con El arrancacorazones. La portada, sugestiva, mostraba un sillón del que sobresalían un par de piernas femeninas en portaligas, tacos altos, y sobre la pared, encima del sillón, un retrato de Freud. El sillón de un psicoanalista. La leí de una. Y quiero contarles que NUNCA en mi vida, había leído algo así. Se narra la llegada de un psiquiatra psicoanalista a un pueblo, en busca de identificaciones que lograría analizando a sus habitantes: como está vacío, quiere llenarse. Al llegar al pueblo, encuentra gente y situaciones que Vian narra con humor y maestría. Tuve al leerla, la fuerte sensación de estar leyendo un comic narrado, que enrostra al lector menudencias del tipo de la vergüenza, la culpa, el sadismo, el deseo materno criminal, la resignación, el sufrimiento. Y, para los colegas, una fuerte interrogación sobre el hacer del analista y sobre el lazo social posible.
miércoles, 23 de agosto de 2017
Miserere de Germán García
Miserere, de Germán García por Leonor Curti
Como las grandes novelas, que no se cierran sobre sí mismas, sino que proponen la sobredeterminación característica tanto de la literatura (en su intertextualidad) como de la lengua (en su aspecto irónico), Miserere se abre como en abanico en sus ciento setenta y tantas páginas, a cientos de otras páginas, escritas por otras plumas.
Epígrafes que evocan el horizonte del haiku (la novela termina con uno hermoso), las lecturas del protagonista, así como las citas entreveradas en la narración, me produjeron la fructífera sensación de estar nadando en el río de aguas dulces y generosas de la literatura universal; de lo que es vigente en todo momento donde algo de lo humano esté en juego.
El narrador, apenas en proceso de dejar atrás la adolescencia, se aleja de su ciudad de origen rebautizada Circa, como evocación quizás, de un tiempo no datable del todo y teñido de cierta religiosidad superficial, para aventurarse en una tan deseada como ajena Buenos Aires. En un momento en el que los hombres se ocupan en las mesas de los bares del gobierno de Frondizi, del secuestro de Eichmann, de la muerte de Norma Penjerek, o del gobierno de Illia, el protagonista se aferra a los libros y al descubrimiento del deseo y del amor: las mujeres oficiarán como brújulas, en el mar de la ansiada libertad.
Así, usará los primeros para tener acceso a las segundas, asistiendo a reuniones pseudopolíticas donde las cosas parecen girar en redondo por los vértices en tensión del triángulo Patria- Política- Religión, o participando de movimientos autoconvocados en pos de revoluciones que, pareciera, no irían a ninguna parte.
Su mirada cercana, pero lo suficientemente distante como para obtener una perspectiva propia, evoca una versión de lo argentino que oscila entre el silencio (elocuente si lo que está en juego es el deseo o el amor, pero cercano al terror si lo que está involucrado es la locura o la muerte) y el fulgor carnavalesco: en el ser argentino podría leerse una ficción de un carnaval, en el que la euforia incongruente entre la tradición y la colonia danza y convive con los muertos en la calle, que caen como por azar, que quedan en el anonimato, fuera de toda memoria, producto de la represión armada tanto como de la sexual.
Lejano a toda heroicidad, el narrador no teme ser algo risible para los que creen en ideales serios, porque se enrola en las filas de los que prefieren vérselas con una mujer que ir a la guerra (tal como lo dijera Freud, pero a la inversa), o hacer la revolución.
Encontré en Miserere, una ética de la inmanencia; sin deseo no hay vida que valga la pena ser vivida. Mas ese deseo es encarnado. No olvida el cuerpo; ni sus satisfacciones ni el dolor. Una historia de amor dibujará las coordenadas en las que se delimita la trama, historia con la que el protagonista entretejerá su pasado con su presente, para saber si quiso lo que deseó, si quiere lo que desea.
En la línea de La Fortuna, otra novela de Germán García, Miserere me pareció irónica sin ser canalla, humorística sin ser una comedia, concisa sin dejar de ser alusiva, histórica sin ser reivindicativa, nostálgica sin ser melancólica. Márgenes que se transitan no sin dificultad y con algunos derrapes, en la literatura argentina de hoy. García camina por esos estrechos márgenes con maestría y sin abandonar nunca un decir particular, ligado al gay saber y al goce de la vida, a un goce vital.
La operación simbólica y semántica que Nanina lleva a cabo con la infancia, Miserere la realiza con la historia, que nunca es "nuestra" porque nunca es Una, porque en definitiva, en algún punto, se tiñe de ficción. Suele ocurrir, como en la novela, que el que cree tener la versión Una de la historia termine pidiendo misericordia. Como dice Stephen Dedalus en Ulises, "Me dan miedo esas grandes palabras que nos hacen infelices". Y de eso el narrador de Miserere parece estar advertido.
Con la perspicacia de los personajes de Arlt, con el humor de Gombrowicz, con la mirada lúcida de Joyce (por momentos el narrador podría ser el mismo Stephen Dedalus, con algo más de optimismo), Miserere es a Buenos Aires lo que Ulises a Dublín: leyendo sus páginas uno puede saber cómo se vivía en algunos ámbitos de nuestra ciudad, en aquellos años donde algunas utopías parecían aún posibles, y el deseo circulaba por sus calles, por los bares, y fundamentalmente, por los cuerpos.
Ulises de Joyce
Ulises de Joyce, por Leonor Curti.
Tiene fama de ser una novela difícil. Por ser experimental en muchos aspectos, por ser un duelo personal de su autor con la lengua inglesa, por su extensión, y por muchas otras cosas. Todo ello la vuelve una novela de culto que muy pocos han leído.
Sin embargo, quiero entusiasmarlos para que la lean. Es una de las más grandes novelas de amor que jamás haya leído. Se trata de un día en la vida de Leopold Bloom y su esposa Molly. Ellos conforman un matrimonio de muchos años, que atraviesa en ese momento, la partida de su hija a estudiar fuera de Dublín. Y también viven de manera menos evidente el duelo por el hijo varón, fallecido hace años. Durante ese día se pondrá a prueba lo que los une, se sopesará lo que los separa. Se verá si se superan los duelos, si hay amor todavía entre ellos, si, transformados por el saber nuevo que ganan, vuelven a elegirse.
Todo pasa por la máquina Joyce. Los personajes comen, duermen, van al baño, hay sexo solitario y de a dos, las mujeres menstrúan y piensan en el embarazo, hay un entierro, niños que juegan, ancianas que transcurren la vida.
Se cuestionan el amor a la patria, a los progenitores, a la Iglesia, a la lengua que hablan.... Nada queda fuera, y los personajes creados por Joyce son tan humanos que no es posible no sentirse involucrado en lo que se lee.
Para acercarse, se puede leer Relato soñado, de Schnitzer, cuya adaptación al cine fue filmada por el gran Kubrick.
O también leer la más joyceana de las novelas en español que haya leído: La fortuna, de Germán García.
El demonio de la Teoría de Antoine Compagnon
El demonio de la teoría. Literatura y sentido común, de Antoine Compagnon, por Leonor Curti
Es un recorrido exhaustivo sobre las corrientes de la crítica literaria del siglo XX. Tomando como punto de apoyo las partes del sistema que configuran la obra literaria (la literalidad, la intención, la representación, la recepción, el estilo, la historia y el valor) el autor desarrolla un sistema propio de análisis, que va a culminar, en cada caso, en una aporía, en un punto de indecidible. Ninguna teoría es dueña de la verdad. Ninguna aborda por completo la complejidad de la creación literaria. Y ese es un problema de la teoría, no de la literatura, nos dirá el autor. Propondrá abordar la teoría como una ficción, es decir, considerarla como literatura, y ejercitarnos al leer, en la duda teórica, dado que la única teoría consecuente es la que acepta cuestionarse a sí misma.
La teoría de la literatura, dirá, es una escuela de relativismo (no de pluralismo) donde no es posible no escoger, donde es indispensable tomar partido.
Los métodos y las teorías no se suman, se oponen, o con sutiles desplazamientos, se descompletan unas a otras.
Como lectores, entonces, será vital que ejercitemos el hábito crítico, al momento de asumir que la perplejidad es la única moral literaria.
La fortuna de Germán García.
La fortuna de Germán García, por Leonor Curti.
Es la más joyceana de todas las novelas en español que haya leído. Una suerte de Bloom argentino, deambulando por Barcelona, nos hace vivir un triple exilio: el de la tierra que se deja, el de la lengua y su ejercicio y el de la sexualidad. Con la maestría para narrar que lo caracteriza, García logra anudar los tres ámbitos, en una refundación que orientará la búsqueda del protagonista, trayéndolo de vuelta, pero ya siendo otro. O más que nunca, siendo el mismo.
Una novela epifánica (para los que alguna vez nos fuimos, aunque en circunstancias muy distintas) que no habría que perderse, y que sin dudas, está entre lo mejor que se ha escrito por estas latitudes (junto con Nanina y Cancha Rayada).
Historia del dinero, de Alan Pauls .
Historia del dinero, de Alan Pauls, por Leonor Curti.
Hay algo en la prosa de Pauls engañoso: detrás de un estilo cuidado, culto, trabajado, casi preciosista, está el hueso de la cosa. Cuando se descubre ese hueso duro, hiriente, el lector, o en este caso yo, está knock out. Porque ese hueso dice de lo universal (por eso es un escritor vigente y valioso) pero sobre todo, dice de lo argentino sin retroceder, aunque lo que surja sea repugnante, o insoportablemente bello.
Así como no salí indemne de la lectura de El pasado (la recomiendo fervientemente), tampoco lo hice con Historia del dinero. En ésta se nos narra la historia afectiva y emocional de una familia a la que nos aproximamos por el prisma del dinero. TODO pasa por su medida, por su valoración, su degradación, su ganancia o su pérdida. Es una novela de economía y finanzas explícitas. Pero por encima de todo, es una descripción descarnada del círculo vicioso que parece regir los inciertos destinos de nuestro país.
También es una metáfora de que cuando lo que manda y ordena la vida es el dinero, al amor sólo le queda sobrevivir escondido, en reserva; mimético.
Una lectura fuerte, de una vigencia enojosa, que nos devuelve un rostro, desde mi apreciación, desagradable.
Ah! Si les gusta Borges, El factor Borges, del autor mencionado es otro libro que disfrutarán a lo loco.