miércoles, 24 de agosto de 2022
martes, 23 de agosto de 2022
AMANTES DE LA LITERATURA, VAYAN YA A COMPRAR Y LEER ANIQUILACIÓN DE MICHEL HOUELLEBECQ. Una novela TOTAL! (EVITEN LEER LA CONTRATAPA, QUE HAY SPOILER!!)
Si me leen habitualmente sabrán ya de mi devoción por este escritor francés. Cuando me preguntan por qué me gusta tanto, digo sintetizando, que se encarga de sacar la basura de abajo de la alfombra del Primer Mundo. Con eso ya estaría más que justificado leerlo.
Pero con Aniquilación, su última novela de 600 páginas, que devoré en apenas días, se supera y con creces. A tal punto que me hizo brotar las lágrimas! Pensé en hacerles una lectura en vivo sobre el libro, pero como no podía garantizar que no me pondría a llorar, decidí escribir; es mucho más protegido que hablar en vivo.
En la locura delirante que habitamos a diario, Michel Houellebecq entreteje una historia política cuyo interés no decae nunca, con atentados incitados por aparentes desconocidos, valiéndose de las redes y de internet, con la historia de una familia francesa entre aburguesada y clase media, en la que hay un padre e hijos diversos y en apariencia, de temperamentos incompatibles.
Quizá dicho así les haga pensar: "Bueh! y qué es lo genial de eso?".
Lo genial es que Houellebecq (se lee Úlebec, supe hace poco) va infiltrando en las historias que narra lo más profundo de la esencia del ser humano: la vida, la sexualidad, la muerte, el amor. Y los cuerpos, en los que resuenan todas esas cosas, son el amasijo donde se escribe lo que va resultando de las historias. Narra TODO, con astucia, pericia, información, una pizca de crueldad y mucha ternura.
Por supuesto, no falta la erudición con Pascal, Epicuro, Apollinaire, Corneille, Así como Sherlock Holmes y otros policiales, en la función maravillosa que puede cumplir a veces la literatura de sacarnos de un golpe del dolor de nuestra propia vida (parecido a lo que hizo esta novela para mí).
Tampoco Los Beatles y Elvis. Pero lo magistral es lo que se escribe entre líneas en los dichos de cada uno de los personajes que, de una manera o de otra buscan una sola cosa: encontrarse con el amor, en sus más diversas formas, pero en particular, con ese amor que transforma la vida, o que permite reescribirla de la buena manera: el amor que crece día a día cuando los amantes dejan de lado sus vanidades y sus egos, para mostrarse falibles con el partenaire, para dejar que asome la caducidad de los cuerpos, la soledad de la vejez, el astío de la vida en las grandes ciudades y la amputación de la naturaleza que esa vida trae aparejada para los seres humanos. Para soportar y aceptar ese nudo indiscernible que ata de manera loca, azarosa, la desgracia con el surgimiento inexplicable del deseo, la decrepitud con el renacer espiritual, transitar las aguas de las traiciones y el cálculo político, para dar con la integridad y la bondad. A pesar de que pienso que abusa del recurso de poner a soñar a los personajes; es un recurso bastante usado, y el autor lo usa un poco mucho para mi gusto, pienso como escritora cómo puede ser posible narrar así y no morir en el intento, y no logro descubrirlo.
Con la salvedad de ciertas cosas de la traducción, que "matan" algunos efectos que el texto podría provocar, dando cuenta de cuánto peso tienen las palabras en nuestro deseo, en nuestros odios, en nuestros amores... (demasiada "polla", "empalmarse", y "follar" que matan para los lectores no españoles cualquier efecto erótico que se quisiera lograr) y lo del recurso a los sueños, creo que esta novela recuerda a Céline, con ese río que fluye a borbotones entre las palabras, las imágenes, las sensaciones y las emociones.
IMPERDIBLE: enoja, conmueve, horroriza, hace reír, genera tristeza, y una redención al final que se agradece y que me hizo pensar que no todo está perdido para la raza humana.
GRACIAS MICHEL, UNA VEZ MÁS.
sábado, 20 de agosto de 2022
La literatura de los padres. De Formas de volver a casa de Alejandro Zambra.
jueves, 18 de agosto de 2022
lunes, 1 de agosto de 2022
Obediencia a la autoridad de Stanley Milgram. La banalidad del mal y el sometimiento a la autoridad.
Comienzo este comentario, que anticipo difícil por la magnitud de lo que quisiera transmitir, citando a George Orwell, citado también por el autor del libro, y del experimento que lo causó:
" En el momento en que escribo estas líneas, seres humanos altamente civilizados vuelan sobre mi cabeza tratando de matarme. No tienen sentimiento algo de enemistad contra mí como individuo, ni tampoco lo tengo yo contra ellos. Como se dice, no hacen otra cosas que <<cumplir con su deber>>. La mayor parte de ellos, estoy yo plenamente convencido, son personas de buenos sentimientos, cumplidoras de la ley, que jamás soñarían en sus vidas privadas con cometer un asesinato. Por otra parte, si consigue uno de ellos hacerme saltar en pedazos con una bomba bien colocada, no por ello dejará de dormir tranquilamente".
Conocí el experimento Milgram gracias a la película Y como Ícaro, con Yves Montand (película que les recomiendo con fervor y para que la vean, dejaré al final del comentario el enlace de youtube para que la puedan ver completa y subtitulada). En ese momento me impactó muchísimo, pero no había aún extrapolado las derivaciones del mismo en la vida moderna; lo vi como una parte del film, que transmitía algo complejo y controvertido sobre uno de los personajes. Volví a encontrarme con Milgram, en el libro de mi amigo Pablo Boczkowski, Abundancia. La experiencia de vivir en un mundo pleno de información. Charlamos sobre el experimento con Pablo, me habló de un documental que no encontré, googleé el título y apareció el libro, que compré al instante. Trato entonces de contarles lo más sustancial de un estudio extraordinario sobre cómo reaccionan los seres humanos cuando acceden voluntariamente a ser los ejecutores de órdenes emitidas por una autoridad legitimada por ellos.
Primer punto importante: la autoridad legitimada en el experimento es el discurso de la ciencia y la investigación científica, enmarcadas dentro de una de las más prestigiosas universidad del país del norte: Yale (aunque cabe anticipar que cambian el ámbito de realización del experimento hacia una locación desprovista de prestigio y de glamour, y los resultados obtenidos no se vieron rotundamente modificados).
El experimento, que se realizó a los comienzos de los ´60, pero que fue revalidado varias veces ya, con el paso del tiempo, es el siguiente: se convoca a los voluntarios a través de un aviso en el diario, en la ciudad de New Haven. Se les ofrecen algo más de 4 dólares, por una hora de su tiempo participando de un experimento científico. La muestra de los candidatos fue nutrida y variada: obreros, oficinistas, hombres de negocios, profesionales liberales, en los rangos etarios de 20, 30, y 40 años, tanto hombres como mujeres.
Participarían del mismo el experimentador (un profesor de Biología de 31 años de edad), el/la voluntaria y la "víctima", encarnada en un contable de 47 años, de ascendencia irlandesa y americana.
El libro detalla con precisión cada paso del experimento, que yo por una cuestión de síntesis, reduciré a lo siguiente: se trataría de probar que "la gente aprende las cosas correctamente, siempre que se la castigue cuando comete una falta" . Para comprobarlo o refutarlo se establece una lista de palabras con un adjetivo para cada una, que la "víctima" debería recordar. Cada vez que ésta fallara en la respuesta, recibiría una descarga eléctrica, de intensidad creciente, desde los 15 voltios hasta los 450, incrementándose 15 voltios por cada fallo. A los voluntarios de les decía que aunque las descargas llegaran a generar dolor en la "víctima", ello no iba a significarle daño permanente alguno. De este modo, el experimentador, el ingenuo voluntario y la "víctima" (la entrecomillo porque los voluntarios nunca tendrían el papel de la víctima, que por otro lado, actuaba las descargas recibidas, cuando en realidad no recibía ninguna descarga, dato completamente ignorado por el voluntario). Se montaba una escena donde el voluntario estaba convencido que la "víctima" era la que estaba siendo observada en su rendimiento, y no él/ella.
Sobre esta base, el experimento va variando las condiciones para constatar el grado de obediencia de los sujetos, y ver en qué casos, si los hubiera, los sujetos desobedecían la orden del experimentador.
Al comienzo el contacto entre el voluntario y la víctima era exclusivamente por la voz, luego había contacto visual, luego compartían el espacio, y se llegaba hasta el punto de que el voluntario tuviera que tocar a la víctima (la misma se hallaba sentada y "atada a electrodos", en un dispositivo que evocaba la silla eléctrica). También se lleva adelante produciendo un conflicto en la instancia del experimentador: en lugar de uno eran dos, que al comienzo estaban de acuerdo, y luego entrarían en conflicto.
La "víctima" estaba instruida para comenzar en determinado momento a manifestar desde incomodidad, hasta desagrado, dolor, dolor intenso, y ruego de que el experimento se detuviera (cabe aclarar que para el "voluntario", la "víctima" compartía su estatus, es decir, que había concurrido por su libre decisión al experimento). En dichas circunstancias, el experimentador exigía del voluntario que aplicaba las descargas, que no se detuviera y que continuara hasta el final el experimento. Esto sucedía aún cuando el voluntario se mostrara profundamente "dividido" en relación a la acción que ejecutaba y sus "sentimientos morales" de infligir daño a otro ser humano, por llamarlos de alguna manera.
Comento ahora algunas conclusiones: a pesar de que la suspensión del experimento y la lógica desobediencia del voluntario no implicaba ninguna pérdida materia o castigo (se les iba a pagar de todos modos, lo que se había convenido), casi la mitad de los voluntarios abandonan sus sentimientos en la ejecución del experimento, y siguen adelante, cuando se les asegura que el experimentador cargaría con toda la responsabilidad.
La distancia a la "víctima" como la presencia o ausencia del experimentador, incidían en la obediencia de los voluntarios (la cercanía física de la víctima tanto como la ausencia del experimentador, hacían descender los índices de obediencia). Tampoco el aducir cierta debilidad cardíaca en la "víctima" detenía de manera notoria el experimento; se le seguían aplicando descargas, porque el experimentador así lo ordenaba: " Todo director competente de un sistema burocrático destructor puede organizar su personal de suerte que solo los más pérfidos y obtusos se vean directamente envueltos en la violencia. La mayor parte del personal puede constar de hombre y mujeres que en virtud de su distancia de los actos concretos de brutalidad, sentirán una mínima tensión en su puesta a punto de funciones de apoyo. Se sentirán libres de toda responsabilidad en un doble sentido. En primer lugar, la autoridad legítima ha otorgado plena justificación a sus acciones. En segundo lugar, ellos personalmente no han cometido acto físico brutal alguno" (ver Eichmann en Jerusalén de Hanna Arendt).
Preguntas fundamentales surgen entonces para Milgram: ¿Qué sucede en el individuo cuando entra en un sistema burocrático jerárquico; con su autonomía; con su responsabilidad? Señalará como agravante, que en la sociedad moderna, en contraste con las antiguas, se ha enseñado a los individuos a responder a autoridades impersonales, incorpóreos, vaciados de humanidad. "El sistema incluye la puesta en marcha del experimento, el impresionante equipo de laboratorio, los mecanismos que inculcan un sentido de obligación en el sujeto, la mística de la ciencia de la que es parte el experimento, y los amplios acuerdos institucionales que hacen posible que puedan proseguir semejantes actividades, es decir, el soporte un tanto difuso de la sociedad que se halla implícito en el hecho mismo de que el experimento sea ejecutado y tolerado en una ciudad civilizada". De este modo, los voluntarios del experimento no sienten ningún grado de responsabilidad respecto del contenido, del sentido y de las consecuencias de las acciones ejecutadas. Son relativamente pocos los sujetos que desobedecen, que logran pasar de la tensión, presente en muchos participantes, a la acción y que por consecuencia, sienten la responsabilidad de las acciones que realizan, en franca oposición con su moral y sus creencias.
Cuando el voluntario podía elegir por sí mismo el nivel de descarga que aplicaba a la víctima, la mayor parte de los participantes aplicaban las descargas más leves (contradiciendo la perspectiva que podría suponer un goce perverso de causarle daño al otro). También es llamativo que cuando el pedido de aplicar la descarga provenía de la "víctima", el voluntario no daba ningún crédito a ese pedido, ya que no le otorgaba autoridad legítima alguna.
Dice Milgram: "La decisión de proporcionar descargas al aprendiz no depende de los deseos de este, ni de los impulsos benignos u hostiles del sujeto, sino más bien del grado en que se halle inserto en el sistema de autoridad el sujeto". (...) "El problema más crítico se refiere a la base del poder del experimentador..." (...) Solo la tercera parte de los muchos sujetos siguieron al hombre corriente como hubieran seguido al experimentador". "Las órdenes que tienen su origen fuera de la autoridad, pierden toda su fuerza". ¿Qué sucedió cuando el conflicto se manifestaba en el seno de la instancia de autoridad? De 20 sujetos participantes en esta variación del experimento, 18 se detuvieron, dejaron de obedecer cuando ambas autoridades discutieron.
En el caso en que el experimentador asume el papel de la "víctima" se constata que la autoridad se relaciona con la tenencia de un lugar particular de acción dentro de una ocasión socialmente definida, delimitada dicha acción por una jerarquía clara (el experimentador "víctima" perdía su autoridad).
Otra conclusión interesante es que cuando llevaban adelante el experimento 3 supuestos voluntarios (dos eran parte de la organización del mismo), y los dos cómplices comienzan a desobedecer, el verdadero voluntario termina plegándose a los otros dos: de los "40 sujetos participantes, 36 desafiaron al experimentador (mientras que en ausencia de la presión de grupo lo hacen solo 14)". Aunque es curioso que los sujetos nieguen luego la pérdida de autonomía, desconociendo la incidencia del grupo en sus decisiones. "El precio de la desobediencia es un insistente sentimiento de que no hemos sido fieles. (...) permanece el sujeto aturdido ante el quebrantamiento del orden social que ha causado, y no puede alejar de sí plenamente el sentimiento de que ha traicionado una causa a la que había prometido su apoyo. Es él, no el sujeto obediente, quien experimenta la carga de su acción", aunque con ella haya afirmado sus valores humanistas.
Cuando el individuo "funde su personalidad en una estructura organizativa, una nueva criatura reemplaza al hombre autónomo, sin las trabas de la moralidad individual, libre de toda inhibición humana, atenta únicamente a las sanciones de la autoridad. (...) Un tanto por ciento muy grande de gente hace lo que se le dice que haga, sin tener en cuenta el contenido de su acción, y sin trabas impuestas por su conciencia, siempre que perciba que la orden tiene su origen en una autoridad legítima".
A modo de breve conclusión (este libro merece una lectura detenida y predispuesta a lo que el experimento revela) Milgram escribió: "(...) republicanos y demócratas no se diferenciaban apenas en sus niveles de obediencia. Los católicos eran más obedientes que los judíos o protestantes. Quienes habían gozado de una buena educación eran más desobedientes que los peor educados. Los miembros de profesiones liberales, como derecho, medicina y enseñanza, daban muestras de una mayor desobediencia que quienes se hallaban en profesiones técnicas, como por ejemplo, ingeniería y ciencias físicas".
Por último, y para introducir alguna cuestión pendiente en el experimento, el mismo no se llevó adelante con una mujer en el puesto del experimentador, sí en el de voluntaria y en el de "víctima".
Luego de finalizados los experimentos, los voluntarios eran puestos en conocimiento de cuál había sido el verdadero fin del mismo. La gran mayoría agradecía haber participado, incluso algunos comentaban que habían aprendido mucho de sí mismos. También era una gran mayoría (más del 80% de los voluntarios) los que afirmaban no haber participado por el dinero que recibirían, sino por contribuir al avance de la ciencia.
La lectura de este libro que recomiendo fervientemente, deja muchas conclusiones por sacar, y una mirada descarnada, ya anticipada por Hanna Arendt, respecto de la facilidad con la que el ser humano puede llegar a cometer atrocidades contra otros seres humanos, libre de culpa y responsabilidad por lo hecho, si los actos le fueron ordenados por una estructura de autoridad jerárquica, de la que él forma parte, aunque más no sea, una minúscula y distante parte, del completo y complejo engranaje que solo el líder y aquellos elegidos para las tareas más crueles, son capaces de visualizar en su totalidad.
Enlace para el film Y como Ícaro.
https://youtu.be/9RmxW0EhAXM