martes, 26 de abril de 2022
miércoles, 20 de abril de 2022
domingo, 10 de abril de 2022
DE CONVERSACIONES CON JAMES JOYCE DE ARTHUR POWER. DIOS Y LA NATURALEZA.
Dice Joyce a Power:
“Siempre que he visitado el Museo Británico (…) Cada vez me parece que tanto los asirios como los egipcios entendieron mejor que nosotros el misterio de la vida animal, un asunto que el cristianismo apenas ha tenido en cuenta a causa de su constante preocupación por el hombre. Para el cristianismo, los animales no son más que servidores nuestros. (…) uno se pregunta por qué Jesús no fue más lejos, por qué ignoró la vida inconsciente de la naturaleza, una vida que alcanza una enorme perfección sin el menor esfuerzo. (…) hoy en día [se refiere a mediados del siglo pasado, pero… algo ha cambiado al respecto me pregunto], sin embargo, la Iglesia ve como un pecado venerar a Dios a través de la naturaleza”.
Qué pena que sea una casi certeza que Joyce no estuviera al tanto de lo que los pueblos originarios de nuestra América del Sur y Caribe pensaban sobre el punto. Estoy segura que, por ejemplo, se habría fascinado con el Popol Vuh.
viernes, 8 de abril de 2022
DUBLINESCA de ENRIQUE VILA-MATAS. LOS FOCOS DE ESPACIO Y TIEMPO CONECTADOS ENTRE SÍ Y EL RIESGO DE VOLVERSE CREYENTE.
Pocas cosas en la vida me hacen sentir que me abismo en el riesgo de volverme creyente. Y cuando digo creyente, sí, pienso en Dios con mayúscula. Algunas de esas cosas: el nacimiento de mi hija, en primer lugar (misterio inexplicable el de la vida, tanto para nosotras como para ellos…por más que la genética ya decodifique el ADN y clone seres humanos). Luego, en orden no prioritario: Los Beatles, algunos temas en especial de John y otros de Paul (los fanáticos de George abstenerse de polémicas por favor; también lo amo, pero de otro modo), la voz de Freddie Mercury, y algunos de sus temas (no todos, aunque su voz casi siempre), el Requiem y el final de Aída de Verdi, las pinturas de Van Gogh (entro en transe místico cuando las contemplo), la Capilla Sixtina y el David de Miguel Ángel, Machu Picchu, Chichen Itzá, los mares 3T ( tibios, turquesas y transparentes) y la literatura en general, pero muy en particular algunos libros. Dublinesca es uno de esos libros. Terminé de leerlo hace horas, en medio de un descanso, y no pude evitar exclamar: DIOS, QUÉ NOVELAZA!!!
Luego de exponerles mi reacción, voy a tratar de explicarme.
Luego de exponerles mi reacción, voy a tratar de explicarme.
Es la primer novela que leo del autor, y me gustó tanto que ahora temo ir por otras, por si no estuvieran a la altura.
ES UNA NOVELA JOYCEANA DE COMIENZO A FIN. Lo es por su argumento. Un editor en el declive de su carrera y su producción, Riba, decide hacer un viaje para organizar el funeral de la era Gutemberg: ha muerto Dios, al parecer, y junto con él, la novela, los editores, los escritores y los libros. Qué lugar más indicado para hacerlo que el cementerio de Glasnevin, en Dublín. En Bloomsday, es decir el 16 de junio. Sí, allí donde Joyce realiza el entierro de Paddy Dignam, y reúne a Bloom, a Simon Dedalus, padre de Stephen, y a algunos más, cercados por la tumbas de la madre de Stephen y del hijito de Bloom, Rudy, fallecido con escasísimos once días de vida.
Logra embarcar en su viaje, que transcurrirá entre fantasmas, niebla y alcohol, a tres amigos, que ignoran al comiienzo la finalidad del viaje.
El viaje será a Dublín, pero no solamente: será el viaje desde el paraíso exuberante de la pluma de Joyce, al laconismo infernal beckettiano. Y para ello Vila-Matas nos regala un canon literario de suprema calidad. A riesgo de olvidarme de varios, se pasean por las páginas de la novela, Larkin (autor del poema cuyo título la novela toma), Milton, Shakespeare, Borges, Céline, Houellebecq, Amis, Hempfel, Hölderlin, entre otros, sin que falte el tono epopéyico- burlón del Quijote de Cervantes: cuando la vida ofrece solo escasez, privaciones y alcohol, es lícito inventarse alguna aventura que devuelva al cuerpo a la vida y al entusiasmo. Están también invitados al funeral los pintores Hopper y Hammershøi (busquen a este último, es verdaderamente impresionante lo que hace). Y el Sr del Mackintosh!!! (los joyceanos disfrutarán horrores de estos guiños del autor).
Los personajes de la novela se funden y confunden entre sí y con ULISES de Joyce: Riba siempre sońó como editor, con descubrir a algún genio literario. No lo consiguió, pero acaso… ese genio perdido sería él mismo, sería Joyce; soñaría Riba con ser el mismísimo Joyce? En el viaje que también lo es al fin de su propia noche, como en la imperdible novela del escritor francés, jamás faltará el humor que Vila-Matas maneja con maestría: las aguas literarias diversas que se funden con el mar narrativo, serán siempre danzarinas y juguetonas; nunca infatuadas ni eruditas, con lo cuál el autor no sólo homenajea al Paraíso literario Joyce, y al Infierno Beckett, que escribe en francés para que sea más fácil callar en una lengua que no es la propia (y en este caso cabe agregar aue es la materna), sino que por su manera alegre y feliz de hacer participar a otros grandes escritores, despierta el entusiasmo por sus obras, si es que no se las conoce. Tampoco faltará la oportunidad de redención.
La novela es generosa no sólo por lo que acabo de comentar, sino por una prosa que se va volviendo adictiva con el correr de las páginas, dejando frases preciosas que valdría la pena escribir aparte y conservar siempre a mano.
Como verán, podría decir muchas más cosas de esta novela maravillosa, pero vuelvo al comienzo.
Dublinesca es la afirmación en acto de algo que se dice en sus páginas: “Quizá tiene razón Dublín. Y puede, además, que sea verdad que hay focos de espacio y tiempo conectados entre sí, focos entre los que podemos viajar los denominados vivos y los denominados muertos y de ese modo encontrarnos. (…) Imposible no volver a pensar que hay un tejido ajado que a veces permite a los seres vivos ver a los muertos y a los muertos ver a los vivos, a los supervivientes”.
Es entonces, gracias a la literatura, que crea esos focos y los conecta, que a mí me suena a cuento que el autor murió, que el escritor está en vías de extinción, que Joyce, Beckett y muchísimos más, murieron.
Quizá Joyce lo sabía, y no se propuso destruir la literatura ni la novela sino inventarlas de nuevo, con ese arco inconmensurable que dibuja desde el final de The Dead hasta su expansiva Finnegans Wake, donde justamente la canción que dio título a la novela nos habla de un muerto que resucita. Joyce lo resucita gracias a que descubre el elixir mágico que se esconde en el lenguaje (sostengo que lo descubre no sin Freud, el inconsciente y sus leyes de funcionamiento).
Es allí cuando me escucho llegar al final de la novela exclamando “ Dios, qué novela maravillosa”.
Es allí cuando pienso que si el precio de que el autor no muera, de que los escritores no mueran, de que algunos trastornados nos ejercitemos en el difícil arte de enhebrar una palabra detrás de otra (a veces y con mucha suerte, alguna palabra dentro de otra, a sabiendas de que jamás seremos Joyce, y que probablemente ni siquiera se nos recuerde); decía entonces que si el precio a pagar por esos focos de conexión antiracionales e inexplicables, es hacer
ex-sistir a Dios, sea lo que sea Dios, lo pago con gusto.