No soy experta en cine. Sólo lo veo y lo disfruto desde muy chica (y si, ¡mucho neorrealismo italiano! y mucho musical para contrarrestar). Estoy en mi casa, este blog, así que ahí va lo que me suscitó esta película de
Almodóvar.
Primero lo más descriptivo. La película tiene para mí dos partes claramente diferenciadas. La primera, muy pop, muy
Puig, algo lenta. Un 6. Confieso que miré la hora y los mensajes de
whatsapp que me llegaban dos veces.
Es la parte que a mi juicio, nombra el título del film: la del dolor y la gloria. Ambos en su estilo, cargados de patetismo. El dolor, si es lo suficientemente intenso y recurrente, tiene la tremenda capacidad de anular al ser que lo padece. Igual la gloria del triunfo y la consagración. Pero hay dolores y dolores... Para entender esto, hay que esperar la segunda parte.
Las actuaciones están muy bien en general (un bombón el Salvador de niño,
Asier Flores, creíble en cada intervención que tiene en el film, y para mí, obviando a
Banderas claro, lo mejor de la primera parte). La edición, la ambientación y la dirección son excelentes.
Ahora la segunda parte. Estoy bajo amenaza por una amiga que me dijo que no spoilee la película (que jamás lo hago, ni los libros, pero tomo su amenaza en serio), así que seré lo menos precisa que pueda, y lo más entusiasmante que logre ser.
La segunda parte es sublime (se me pegó esta palabra hace poco). Un 10. Llamativamente el título no hace referencia a la dimensión que se despliega en esta parte; se muestra. El cuerpo estallado de dolores del protagonista empieza a encontrar una salida posible desde lo físico, pero se tratará de darse de frente con los dolores morales para que un proceso de cura se detone (duelos).
Si, como decía
Piglia sobre
Puig, el inconsciente tiene estructura de folletín (cosa que se podría desprender de la primera parte), en la segunda,
el inconsciente es esa articulación inefable entre infancia, detalles inadvertidos, deseos carnales y de los otros, y lenguaje. Así mismo,
jugará su partida el azar, el acontecimiento imprevisto. Un encuentro con un signo de la infancia que retorna; el primer encuentro con el deseo y el goce sexual. Entonces el protagonista se confronta con sus promesas, con sus frustraciones, con la supuesta decepción que causó a otros (soy poco explícita a propósito). Todo ello lo lleva a comenzar a salir del sufrimiento silencioso, del castigo culposo, del estupor, para volver a crear. El personaje de la madre, encarnado por una soberbia y tiernísima
Julieta Serrano, es sencillamente inolvidable.
Las escenas de la película son las que los involucran a ambos.
La película expresa de varias maneras que no hay otra gloria para el ser hablante (el ser humano es el único ser vivo infectado por el lenguaje) que la del deseo. Que no habrá dolor que no se compadezca con traicionarlo. El final conmueve y emociona. Incluso hasta las lágrimas. No puedo decir más. Vayan a verla. Ahora,
Banderas. Nunca me había gustado. Le tomé algo de aprecio y respeto como actor con la miniserie sobre
Picasso, en la que se luce, sin dudas, en una composición de personaje memorable.
Pero déjenme decirles que
Dolor y gloria me rindió a sus pies. Banderas se roba la película. Su actuación es descomunal; el film es él y él es el film. Conmueve con cada gesto, con su medio tono, con sus lecturas silenciosas, con su aspecto cuidado, con su dignidad, con sus miradas.
BANDERAS ESTÁ ENORRRRRME EN ESTA PELÍCULA. Seguramente, lo mejor que hizo en su vida. Leí recién que le valió el premio al mejor actor en
Cannes. Imagino que será el primer premio de varios.