El viernes pasado asistí en la EOL a la proyección de una increíble ópera prima, que ha cosechado varios premios, EL SILENCIO ES UN CUERPO QUE CAE (2018) de Agustina Comedi, en el marco del 12* Ciclo de Cine aplicado al psicoanálisis, coordinado por Pablo Russo, y que este año estuviera dedicado a films argentinos.
Del debate y charla posteriores participaron Pablo, Agustina, y Mónica Torres, que comentó el film.
Para empezar quiero decirles que EL SILENCIO... es un film profundamente conmovedor; para mí, de lo más conmovedor que haya visto en materia de cine argentino, y quizás también, en materia de cine a secas. Pasé por varios estados emocionales a lo largo del documental: emoción, conmoción, congoja, alegría, diversión, tristeza.
El eje del film, al menos lo que la directora dijo que había sido el propósito del mismo, es a partir de un aspecto secreto, silenciado de la vida de su padre, conocerlo, descubrir su verdad, reconstruir su historia. Nos presenta a su padre como alguien que filmaba todo: viajes, cumpleaños, asados; alguien que filmaba a su hija con constancia. El documental se sirve de estos registros para ir armándose, como un patchwork, por retazos, por recortes fílmicos y de sonido de distintos soportes (super 8, vhs, cintas de grabación, voz en off), que se intercalan con entrevistas a amigos, amigas, "amigues", familiares de su padre.
Apenas comenzada esta supuesta reconstrucción del hombre que fuera su padre (fallecido muy joven, por caer de un caballo) sabemos que desde chico era alguien peculiar, especial (voy a evitar ser precisa porque es una delicia que regala el film cómo va descubriéndonos a los espectadores los matices, los colores, las luces y las sombras de esa peculiaridad que definía a su padre). Digo supuesta porque el film culmina completamente alejado de toda reconstrucción posible, en un registro muy diferente del de haber descubierto en el silencio, en el secreto, esa verdad reveladora sobre quién fuera su padre.
El film crea al padre, lo configura, lo inventa, lo hace vivir. Como espectadora, lo vi surgir en cuerpo y alma: un hombre amado y que amó, con un cuerpo habitado por deseos disimiles pero que convivían; con un deseo poderoso por encima de todo lo demás: tener un hijo.
Ese ver surgir en cuerpo y alma, paradójicamente, se me fue armando con los momentos del film donde prevalecen, las sombras de los cuerpos, las siluetas indefinidas, los fuera de foco, escenas de una belleza cautivante y de gran poder de resonancia. Encontré en este recurso uno de los muchos aciertos del film.
Con referencias a los momentos históricos que atravesaron la vida de su padre, e influyeron en ella, el tratamiento de los mismos es muy acotado, para nada reivindicativo ni políticamente ideológico: todo toma la dimensión de lo humano, y por ello el film se agiganta. Del mismo modo sucede con las peculiaridades de las elecciones del padre: son tratadas con un inmenso amor y con todo el pudor necesario.
El film lejos de ser un testimonio, me pareció una invención, parafraseando a Harold Bloom, una invención de lo humano. La invención, a través de una poderosa ficción, de un padre para aquella niña de 12 años que lo perdió de manera tan impensada como trágica.
Es también la invención de un padre para la directora de cine, que de ser aquella a la que la mirada del padre estaba dirigida, pasa a ser la que convoca nuestra mirada para cautivarnos, para encantarnos y conmovernos desde este film maravilloso: Agustina Comedi logra ir más allá del padre, sirviéndose de él, no sin los imprescindibles velos del pudor y la belleza, y con un profundo mensaje de redención, en una obra que imanta.
Pueden ver aún esta hermosa película en el Cine Gaumont.
¡No se la pierdan!
Con este film, culminó esta temporada del Ciclo de Cine. ¡Tendremos que esperar a la próxima!